"Gracias a los CDR que apretáis y hacéis bien en apretar", dijo Quim Torra. Sus palabras fueron órdenes para el independentismo radical, que anoche apretó, pero contra el propio presidente de la Generalitat. El intento de asalto al Parlament, donde los Mossos d'Esquadra se vieron superados por la falta de efectivos --no había antidisturbios suficientes y acudieron agentes de la Unidad de Seguridad Ciudadana (USC) con cascos y escudos--, demostró cuáles son las consecuencias de jalear al secesionismo más irredento desde las instituciones gubernamentales.
Hoy por hoy, el único nexo de unión de los partidos soberanistas son los presos por el 1-O. Y ha sido precisamente la celebración de este aniversario la que ha puesto de manifiesto no solo el cisma secesionista, sino que el control de la calle está en manos de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), los Comités de Defensa de la República (CDR) y Arran, los cachorros de la CUP.
El asedio de 2011
Torra había instado a los alborotadores a "seguir apretando" en un último intento de instrumentalizar el movimiento ciudadano en favor de la causa política. Pero al presidente catalán se le fue de las manos. Las escenas de centenares de independentistas intentando entrar en la Cámara catalana hizo recordar la imagen del asedio de 2011 por parte de los activistas del 15M, lo que obligó a los miembros del Govern a entrar en helicóptero en el recinto del Parlament. Ha ocurrido en vísperas de un pleno, el primero después de varios meses de bloqueo, que obligará a Torra a dar explicaciones sobre el descontrol vivido anoche, cuando los agentes cargaron contra los manifestantes en el parque de la Ciutadella.
Hubo un día en que ese control de la calle recayó en Artur Mas, cerebro de ese brazo social que es la ANC. Sin embargo, convertirse en rehén de los antisistema --que exigieron su cabeza por su perfil capitalista y conservado-- ha provocado que, tras seis años de procesismo, los partidos soberanistas hayan desconectado de ese movimiento social.
Las embestidas de la ANC
Una vez finiquitada la vía unilateral, los llamamientos a “hacer república” --el nuevo eufemismo de los secesionistas-- no convencen al independentismo más irredento, que estos días ha salido a la calle y ha mostrado su lado más violento. Así lo denuncian los Mossos d’Esquadra, que sufrieron las embestidas de los radicales el pasado sábado cuando intentaban evitar el enfrentamiento con la manifestación de guardias civiles y policías nacionales. Tras los altercados ante la Cámara catalana, la presidenta de la Assemblea, Elisenda Paluzie, arremetía muy airada contra el Govern por no cumplir con el mandato del 1-O.
Ayer, Torra quemó uno de sus últimos cartuchos para congraciarse con los CDR, a los que agradeció sus movilizaciones, después de que estos grupos pidieran su dimisión por las cargas del pasado sábado. Durante la jornada, las protestas apenas cubrieron el expediente --fuentes de la policía autonómica aseguraron que las concentraciones y los cortes de tráfico fueron “rutinarias”--, pero por la noche todo se desbordó.
Generar frustración
El amago de toma del Parlament es la puntilla a la división que los secesionistas, que no saben cómo salir del atolladero en el que ellos mismos se metieron sin generar más frustración. Que ERC y Junts per Catalunya siguen estrategias diferentes es un secreto a voces. Y su intento de disimulo a nivel parlamentario también. Hoy, la cámara catalana será escenario de la enésima treta para visualizar que es esta institución la que toma sus decisiones de forma soberana, sin atender a las interlocutorias del juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena. Lo hará votando un dictamen sobre la suspensión de diputados procesados que en realidad acata la resolución del magistrado. Un debate ahora superado por los sucesos de anoche.
Habrá que ver qué decide la CUP, que se niega a obedecer. Pero los comunes han dado apoyo hasta ahora a JxCAT y ERC en ese proceso que ha bloqueado durante meses el Parlament y que hoy reinicia sus plenos poniendo a prueba, de nuevo, la cohesión independentista, pero también la capacidad de Torra de entrar en el debate cuerpo a cuerpo con los grupos de la oposición. Algo que, hasta ahora, no se ha podido visualizar.