Asegura que la izquierda no puede simpatizar con un procés que, a su juicio, se basa en el fiscal-soberanismo. "Una idea egoísta y clasista". La antropóloga social Gaby Poblet, investigadora, responsable de migraciones de ICV y miembro de Federalistes d'Esquerres, advierte de que "el repliegue identitario y crear nuevas estructuras de Estado no son soluciones para recuperar el Estado del bienestar". Tras la moción de censura, cree que "se abre una nueva etapa en la que hay que apostar por una reforma federal de la Constitución".
-¿Cree que lo que ocurre en Cataluña era inevitable, en un contexto internacional globalización/nacionalismo?
-No sé si era inevitable. A veces me resulta inexplicable por qué en una región rica como ésta, se ha producido un repliegue identitario, y lo mismo me pregunto por Baviera, el Reino Unido, el norte de Italia, etc. Supongo que tendrá que ver con la insolidaridad de las regiones ricas en el marco de la globalización, y con el pensar que la protección pasa por cuidar lo pequeño. Las explicaciones de los repliegues identitarios son varias. En el caso de Cataluña, hubo una construcción del nation-building durante el pujolismo que sentó las bases y abonó el terreno para que luego aflorara el procés. Pienso que se hubiese podido evitar el llegar tan lejos, no había necesidad de llevar el país hacia una crisis institucional como la que estamos viviendo. El año pasado la gente tuvo miedo, eso habría que haberlo evitado.
-¿Hubo algún momento clave?
-Hubieron muchos, quizás el más clave de todos, poco antes del 1 de octubre, cuando se pedía a Puigdemont que desconvocara el referéndum y a Rajoy que se sentara a hablar. También el 6 y el 7 de septiembre (aprobación de las leyes de ruptura en el Parlament) fueron claves. Coscubiela hizo un llamamiento claro para echar el freno, pero no se hizo. Violar el marco estatutario fue la línea roja. A partir de ahí, mucha gente decía: “Ya no hay retorno, es irreversible”.
-¿Es compatible hablar del procés y de Estado del bienestar?
-En términos de diálogo todo es compatible, por supuesto. Lo incompatible es hablar de independencia y de creación de nuevas estructuras de Estado, y a la vez de federalismo europeo, porque el federalismo europeo significa ceder soberanía y fortalecer estructuras supra-nacionales para garantizar lo que conocemos como Estado del bienestar, y blindar derechos sociales. Con la globalización, el modelo de estado-nación ha quedado obsoleto para garantizar el Estado del bienestar. Sí se podría decir que es incompatible hablar de procés y del Estado de bienestar. El problema es que el estado-nación quedó obsoleto como garante del bienestar, pero no quedó obsoleto como garante de la cohesión social, por lo tanto mucha gente cree que el repliegue identitario es una solución (o su equivalente en Cataluña, que es el procés). Más que hablar de compatibilidades, diría que hay que decir la verdad: el repliegue identitario y crear nuevas estructuras de Estado no son soluciones para recuperar el estado del bienestar. En cambio, opciones como el federalismo, sí lo son. Ahora que se abre una nueva etapa tras la moción de censura, es indudable que hay que apostar por una reforma federal de la Constitución.
-Se dice que la izquierda está desaparecida, que no ha estado a la altura ni de la crisis ni del conflicto catalán.
-No creo que esté desaparecida, pero sí que intenta resituarse y en este marco le es muy difícil. Soy de las que piensa que el procés nació en parte para dividir a la izquierda, y lo ha conseguido. Con el Estatuto se rompió el tripartito, después tuvo una crisis fuerte el PSC y se fueron los independentistas, después tuvimos mucho pressing en ICV en torno al 9N, después vino la presión sobre ERC para apoyar a Artur Mas y formar JxS. La CUP también sufrió su presión y división para apoyar a Mas y a Convergència. La izquierda española lo tiene muy complicado porque necesita el apoyo de las periferias y los nacionalismos polarizan todo.
-¿Qué se podría hacer?
-Hay que hacer una reflexión muy profunda y lanzar un mensaje contundente para salir de este marco. A veces hay que decir cosas que a mucha gente no le gustan, pero si realmente crees que es por el bien del país, pues tienes que decirlo. Y la izquierda tiene la obligación moral de explicar ciertas cosas porque ser de izquierda significa también hacer pedagogía sobre los valores de fraternidad. A mí me gustaría que con mis impuestos puedan vivir bien los trabajadores del campo andaluces, por ejemplo, y que sus hijos tengan los mismos derechos que los míos y que los hijos de la gente de clase media de Baviera y de la Lombardía. La izquierda no puede simpatizar con esta idea del procés basada en el fiscal-soberanismo, que es una idea egoísta y clasista. Lo que pasó con el referéndum del 1-O es otro ejemplo. Había que explicar que ese no era el camino y que llevaría a una confrontación aún peor, pero la izquierda no lo hizo de forma clara.
-Se ha criticado mucho al presidente Quim Torra, cuyos textos son calificados de xenófobo y racista. ¿Está de acuerdo?
-Estoy de acuerdo, pero igualmente hay que explicarlo bien, porque no es una mera acusación. Quim Torra viene de los movimientos nacionalistas “esencialistas”, por decirlo de algún modo. Se podría decir que según sus escritos, él cree en aquella vieja idea de volksgeist, el “espíritu del pueblo”, difundida por el romanticismo alemán. Es la idea de identidades nacionales bien diferenciadas en base a elementos que se consideran naturales e inmutables, como la lengua, tradiciones, poesía, costumbres, etc. Esta idea del pueblo como un grupo humano homogéneo, natural, es justificada por él en sus escritos con argumentos racistas, porque para reivindicar la identidad catalana utiliza el desprecio y la infravalorización de lo que se construye como la “cultura rival”, en este caso “la española” (que tampoco existe como tal y también es producto de mezclas). El racismo es un sistema de estratificación social por el cual un grupo de individuos no acceden a determinados recursos, es decir pertenecen a otro escalafón, son inferiores. Después de la Segunda Guerra Mundial el racismo se sancionó pero no se abolió, y mutó hacia el fundamentalismo cultural (o también llamado racismo cultural).
-Y sigue siendo racismo…
-Antes se creía que las diferencias biológicas hacen a otros grupos inferiores y ahora se cree que son las diferencias culturales, pero continúa siendo racismo. Los nacionalismos por lo general se nutren de argumentos racistas. Los pueblos que se creen superiores y con más derechos que otros, es porque creen que los otros son inferiores. La xenofobia es un término que se empezó a utilizar en los 80 en informes del Parlamento europeo para hablar del rechazo a inmigrantes. Se dejó de utilizar el término racismo porque al parecer era un término que asustaba al recordar viejas épocas. Yo prefiero hablar de racismo porque se trata de mecanismos de exclusión y no solo de repulsión o rechazo. Que los escritos de Torra tienen argumentos racistas y supremacistas, a mí no me cabe duda.
-¿Cree que hay fractura social?
-Sí, creo que hay fractura social. En un momento pensé que podría ser más grave, en el sentido de la violencia, no lo es, pero sí es muy preocupante. Después de las crisis de las izquierdas que comentaba antes, comenzaron a haber quiebras en entidades y movimientos sociales. Hay espacios donde se acuerda “no hablar del tema”, por ejemplo en asociaciones, AMPAs, ámbitos de trabajo, grupos de amigos y familias. Creo que aunque no haya violencia, hay fractura social porque hay una violencia simbólica ya de por sí en el hecho de “no poder hablar del tema”. Y no se trata sólo de una falta de diálogo, sino de una falta de reconocimiento, que es más grave aún y es el paso previo para dialogar. Por decirlo de otra manera, es como que un 50% de la sociedad ve una película y el otro 50% ve otra película, pues nunca podremos hablar de la misma película. Es un error leer esta fractura como “españoles y catalanes” o como España vs Cataluña. Una buena parte de la sociedad al no sentirse reconocida salió a la calle con banderas españolas, y la otra parte lo catalogó de “fachas”.
-¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
-Como te decía, creo que el 6 y 7 de septiembre se marcó un punto de inflexión, excluyeron a la mitad de la sociedad, sin ni siquiera reconocer que éramos la mitad! ¡Cómo si no existiéramos! Y es evidente que eso tendría una respuesta y que tendría consecuencias. La fractura social se materializó con la “guerra de banderas” en los balcones y ahora en las playas. En las playas está pasando simbólicamente lo mismo que pasó en el Parlament, hay una apropiación de lo público por parte de una corriente que se cree hegemónica y que por lo tanto, se atribuye el derecho a excluir.
-El procés parece que lo tapa todo, incluido el debate sobre las migraciones. ¿Lo cree así? ¿Qué temas quedan por resolver?
-Hay algo de lo que se habla poco y yo creo que es clave. Para mí el inicio del procés no lo marca la sentencia del Estatuto, lo marca el día que Artur Mas y Nuria De Gispert tuvieron que entrar en helicóptero al Parlament. El 15M los estaba poniendo en jaque y ellos estaban gobernando con el PP, con quienes aprobaron la ley Omnibus. ¿Alguien se acuerda de la ley Omnibus? Una ley de carácter ultraliberal que preveía recortes, cierre de empresas públicas, privatización de la sanidad, etc. Desde ese día del helicóptero, el 15M se fue apagando y crece la ANC como “movimiento ciudadano”.
-¿Casualidad? ¿Estrategia marcada?
-¿Casualidad? Después Mas “abraza” la Independencia y le compra el programa a ERC. En 2012 no obtuvo la mayoría que él esperaba y duplicó la apuesta por el procés, hasta fundar JxS en 2015. Y creo que también tiene que ver con los casos de corrupción. A partir de ahí, comienza la “política-ficción”, como dice Coscubiela, y el procés tapó absolutamente todo. Las migraciones y la crisis de los refugiados son un ejemplo, porque estos últimos gobiernos no han solucionado nada y no han propuesto nada concreto, se han dedicado al relato y a echarle la culpa a "España”. Es cierto que el Gobierno del PP ha sido nefasto, la política de asilo es insuficiente e ineficaz, y la política de extranjería es racista y represiva. Pero el Govern podría haber hecho mucho más, podría haber establecido un buen modelo de acogida (que es su competencia), dotar de más presupuesto al plan de protección internacional (en vez de poner tanto dinero, por ejemplo, en la internalización del procés), preocuparse por flexibilizar los informes de reagrupación familiar, sentarse con la Delegación del Gobierno a solucionar el problema de las citas en extranjería, etc. Por otro lado, el debate sobre las migraciones queda tapado porque todo se somete al relato de que con la independencia se soluciona todo, y la verdad es que el procés asume un modelo de ciudadanía de carácter asimilacionista basado en la identidad. El hecho de tener un president como Torra y una consejera de cultura que firmó el manifiesto Koiné es consecuencia directa del repliegue identitario en Cataluña, porque van quedando los más fanáticos.