Salvador Sostres, periodista y empresario, en un artículo publicado este lunes en El Mundo:
"[...] El descrédito en el que España y sus instituciones han caído, la crisis económica y política, y la dinosáurica estructura del Estado han hecho que calara en el mundo independentista la idea de una España desdentada, sin capacidad de reacción, y a la que vencerla va a ser muy fácil. Puede que España no acuda al choque de trenes con un AVE y que la locomotora esté vieja y el maquinista cansado, pero Cataluña acude con un carro tirado por un burro y en cualquier caso va a ser arrollada. La pasión independentista es tal que cualquier observación de la realidad les parece quintacolumnismo y cualquier advertencia del peligro una traición intolerable.
No creo que ninguno de ellos entienda lo que es un Estado ni mucho menos lo que de fondo significa romper un Estado. Hay demasiada euforia para la reflexión y, por lo tanto, para la inteligencia. La irrealidad catalana y su agitación contrasta con el silencio y el inmovilismo del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Los que le acusan de blando, o de cobarde, no parecen comprender el independentismo catalán y su mecánica. Así como el nacionalismo siempre ha sido natural en Cataluña, el independentismo ha sido siempre reactivo y crece cuando existe la sensación de agravio.
No atizar el fuego es por lo tanto razonable, y no hacer nada y esperar que caiga por su propio peso la irrealidad catalana es una estrategia que puede dar su resultado, aunque es bastante arriesgada. Porque al final, cuando Mas haya intentado todas las argucias legales y el Estado todas las haya desestimado, lo que quedará es la confrontación directa, el cuerpo a cuerpo con España.
Si cien mil catalanes tomaran la calle y prometieran no volver a sus casas ni abrir sus negocios hasta que la consulta fuera autorizada, si como en Tahrir o en Kiev la resistencia fuera física y la capacidad de sacrificio de un pueblo quedara plasmada más allá de la euforia reivindicativa de un día al año, probablemente España tendría un problema y resolverlo no sería fácil.
Pero no me parece que el grado de desesperación del pueblo catalán sea tan alto y, por muy independentistas que se consideren, todos entienden que tienen mucho que perder en una confrontación brutal con el Estado. No sé si en una de las ciudades en que mejor se vive del mundo, como sin duda es Barcelona, habrá cien o doscientas mil personas dispuestas al martirologio por una consulta sobre la independencia.
Porque, a pesar de la comedia que Mas hace con la 'radicalidad democrática' de su proceso, todo el mundo sabe que lo que pretende es dar un golpe de Estado y cambiar el marco legal vigente por otro. Así se ganan las independencias cuando no son acordadas, y el cuento de princesas que cada día el presidente de la Generalidad les cuenta a los catalanes es otra de las farsas de la irrealidad catalana.
[...] La irrealidad catalana tendrá tarde o temprano que aterrizar y va a ser un aterrizaje brusco y severo. Finalmente, la independencia dejará de ser una trama peliculera y cada cual tendrá que decidir qué precio está dispuesto a pagar. Con euros y con sacrificio personal, sin que más ambigüedades sean toleradas".