Mariano Rajoy "todavía continúa creyendo que Mas se hará atrás y volveremos a los tiempos de Jordi Pujol. O sea, a aquello que en Cataluña dicen la puta y la Ramoneta", me dice una alta fuente financiera española, con acceso al presidente del Gobierno español. La conozco de hace tiempo y nunca me ha enredado.
La fuente me da detalles, exponiendo que él no está de acuerdo. Está convencido de que Mas quiere un choque de trenes y que el Gobierno español tendría que responder "con contundencia, sobre todo cuando las continuas falsedades y las provocaciones de la Generalidad ofrecen en el Gobierno español muchas oportunidades de hacer quedar en ridículo la política de la Generalidad".
Me dice también que el ministro de Exteriores y de Cooperación, José Manuel García-Margallo, está convencido de que "con dinero siempre se pueden arreglar los problemas con la Generalidad". Mi fuente también discrepa frontalmente de la opinión del ministro.
Intelectualmente, el tema me atrae mucho. Siempre he creído en el gran peso de los sustratos culturales y, en menor grado, de los políticos. En particular, cuando aquellos sustratos, a veces justificados y en otros casos primitivos, permiten hacer olvidar problemas del presente de difícil solución. Entonces se añade el rechazo freudiano, unterdrückung, en alemán. Dicho deprisa y a salto de mata, es la imposibilidad de verbalizar (o de admitir) lo que no gusta. Podría poner el ejemplo del gran médico catalán Josep Trueta, que se estaba muriendo y creía que en cuatro días se curaría, según me explicó entonces su yerno, Ramon Trias Fargas.
El circuito catalán de RTVE
Tuve tiempo para repreguntar a la fuente, para ver si poseía elementos para poder hacer aquella afirmación. Quedé del todo convencido, a pesar de parecer increíble. Hablamos de aspectos concretos, que ya utilizaré en otras crónicas. Ahora sólo avanzaré un tema que tratamos. Es la insólita política informativa del circuito catalán de RTVE. Practica un estúpido y descarado seguidismo respecto todas las sandeces independentistas, las cuales, en cambio, son potenciadas cuando no están originadas por la perversa TV3.
En un momento de la conversación, dije: "Por su pasividad, Rajoy me recuerda más la actitud estúpida de Chamberlain, ante el real peligro nazi, que la valiente de Churchill. Ambos eran conservadores, pero el uno ha pasado a la historia como ejemplo de tontería y el otro, como un héroe". Mi interlocutor me dijo: "Por ahora, lo que dices puede ser más bien exacto".
Parece increíble poder poner a un lado, dirigidas a un mismo público, el buenismo angelical de Sant Cugat y la mala baba inmanente de la TV soviética, un acertado mote creado por el ex diputado autonómico del PSC Joan Ferran. Nos hace quedar como tontos a quienes creemos que Mas es peor que una plaga bíblica. Digo a mi fuente que la política de TVE de ofrecer todas las mejillas a tantas bofetadas no tiene ningún sentido. Me responde que comentó este aspecto concreto con Rajoy, pero no parece que este piense cambiar de actitud.
Todo el mundo puede comprobar la actitud masoquista de las emisiones de TVE de Sant Cugat. Lo confirma el hecho de que el invasivo griterío independentista nunca se refiere a aquel circuito de TVE, a pesar de que el independentismo sea capaz de insultar a todo el mundo. ¿Quién está errado, quiénes somos insultados por una purria despiadada o quiénes hacen de las suyas ante el hundimiento de Cataluña?
Un acomplejamiento ridículo
Después de aquella conversación pienso en que, efectivamente, todo aquello que emite TVE en catalán y desde Cataluña es un ejemplo paradigmático de un extraño sentimiento de culpa, visible en otros medios de comunicación. A pesar de que la conceptualización del independentismo y el bajo nivel de sus adalides (Mas, Homs, Junqueras) son grotescos, la carga de la prueba respecto a las afanados independentistas se corresponde siempre a los que estamos en contra.
A menudo no sabemos ni desde donde defendernos. En efecto, a pesar del vuelo raso del independentismo, este ha logrado un insólito prejuicio favorable. Siempre mienten o emiten elucubraciones, pero siempre son los buenos de la película, gracias a la imposibilidad de defendernos, al aparato de propaganda independentista y a la carencia de escrúpulos de sus corsarios, los más grandes injuriadores que se pueden encontrar en internet.
No hay día en que el independentismo no efectúe un disparate. Si tuviéramos un Le Canard Enchaîné, que leo desde hace 30 años, o si hubiera perdurado el Be Negre (cercano a la catalanista y moderada Acció Catalana) harían un buen y fácil negocio. Pero no tenemos nada del género. Tenemos que hacer el papel de corderos que, a pesar de estar rodeados de lobos sin escrúpulos, tenemos que callar.
Silencios sustituidos por mitos
Incomprensiblemente, los empresarios y financieros catalanes que, en privado, dicen pestes del independentismo no han sido capaces de crear ninguna válvula (no digo ni medio) de expresión que, entre otras cosas, evite que Junqueras pueda expresar impunemente, en plan de pura amenaza tavernaria, hundir Cataluña.
Esta impunidad permite sedimentar las peores barbaridades que pasan. Así estamos, a pesar de que las más desafortunadas víctimas de la locura independentista no sean, de manera igual, el conjunto de los españoles, sino muy especialmente los catalanes. ¿Alguien puede dudarlo?
En todo caso, ya me perdonará Mariano Rajoy. Quizás tendría que revisar su absurdo bunenismo, después de leer un magnífico poema de Pere March (padre del gran Ausiàs March): "Jo em meravell com no veu qui ulls ha,/ e cell qui ou per què no vol entendre,/ e qui no sap per què no vol aprendre,/ e cell qui pot e sap com bé no fa...".