Valentí Puig, escritor, este lunes, en El País:

"[...] Todos los vientos parecían soplar a su favor y, de repente, el trasvase de votos de CiU a ERC puede parar, sin que CiU tenga que hacer casi nada. Curiosa paradoja: si hasta ahora la Convergència de Mas parecía estar trabajando para los intereses de ERC, el episodio de Bruselas implica que CiU recupere el aliento y por una vez logre aprovechar el error de Oriol Junqueras. Al mismo tiempo, la amedrentada rectificación de Junqueras le puede dar algún voto anti-sistema a la CUP. Se le acaba el período de gracia dispensado a los nuevos gobiernos o a los políticos que estrenan etapa. Hasta ayer, la presunta calma política de Junqueras era una presencia infalible, intocable. Junqueras fue una especie de tercer hombre, determinante en el empuje independentista pero personalmente inidentificado. Pocos perfiles periodísticos, críticas muy escasas, doble medida político-mediática: son elementos que configuraron no una lógica incógnita sino la transfiguración de Junqueras, más allá de su partido, en fiel de la balanza y medida de todas las cosas. Y es así porque Artur Mas lo hizo posible, a costa de perder escaños y votos. El incidente de Bruselas tal vez revierta ese proceso.

Junqueras dejaría de ser el tercer hombre y volvería a ser lo que era: un actor secundario, el actor de reparto que por azares del casting aparece de forma tan súbita como transitoria entre los protagonistas de la película. Quizás conoceremos en qué introspección política se basa Oriol Junqueras para dar por hecho que en Cataluña es factible poner a dos millones de personas en la calle, día sí día no, en huelga de brazos caídos -paro, boicot, bloqueo o como se quiera- para añadir incertidumbre al Estado de bienestar tras los recortes y mermar la estabilidad económica en el momento en que se ven indicios de recuperación, de post-crisis. Errático aliciente para la pequeña empresa o el comerciante a la espera de crédito; nulo aliento para la caseta i l'hortet que prometía Francesc Macià [...]".