Este domingo se despejarán algunas incógnitas políticas de interés: quién será el nuevo alcalde de Barcelona, qué candidatura se hará con el gobierno de la Comunidad de Madrid; además de otras cuestiones curiosas como la suerte de Xavier García Albiol en Badalona o el balance del pulso entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en las votaciones al Parlamento Europeo.
En paralelo, los resultados, especialmente los de las autonómicas, serán decisivos para la composición del nuevo Gobierno central. Pedro Sánchez espera desde el 28 de abril para ver quién deberá pactar con quién de cara a mantener o acceder al poder regional. En función de los favores que tenga que hacer el PSOE y, en menor medida, los que deba pedir, así será la composición del Consejo de Ministros y el rumbo de la nueva legislatura.
El 26M también será determinante para el futuro político de Pablo Casado al frente del PP y de Albert Rivera como presunto líder de la oposición, ese título al que aspira con tanto ahínco.
La jornada de pasado mañana aún presenta algún aliciente más. Por ejemplo, qué pasará con Vox. Su irrupción en Andalucía, donde obtuvo 12 diputados en diciembre pasado, fue una sorpresa que disparó las alarmas. Los rumores sobre el crecimiento de la extrema derecha corrieron como la pólvora en los meses posteriores y los entendidos anunciaban incluso que en las generales sería la primera fuerza de Madrid.
La concentración de la plaza de Colón de febrero no fue bien interpretada, especialmente por quienes estaban deseando la caída del Gobierno “ilegítimo” o “frankenstein”. A continuación, todas las encuestas sobreestimaron las posibilidades de la formación de Santiago Abascal en las elecciones generales. El mismo CIS anunció una horquilla de entre 29 y 37 escaños, y casi un 12% de los votos. La mayor parte de las empresas de sondeos le daban en torno al 12%, pero al final obtuvo el 10,3%, o sea 24 diputados y ningún senador. La sensación es que ha tocado techo. Pero habrá que verlo.
La ultraderecha que crece como un champiñón en Europa no tiene un espacio claro en España, como ocurre en Portugal. Es un fenómeno complejo que tiene que ver con nuestro pasado reciente y con el monopolio dictatorial del patriotismo. Los nacionalistas catalanes tratan de convencer a la opinión pública de que el pensamiento que aglutina Vox estaba latente en el PP, que era el franquismo dormido a la espera de su momento; y de que es primo hermano del europeo.
En el caso de que fuera así, serían ellos mismos quienes lo habrían despertado del letargo. Quedó claro en las elecciones andaluzas. Una campaña pivotada en torno al desafío separatista dio aquel resultado: 400.000 andaluces rechazaban la forma en que el PP y el PSOE habían encarado la afrenta estelada.
Sería un error interpretar que el 28A supuso una progresión en ese proceso de enmienda a la política territorial del Gobierno. En las municipales y autonómicas del domingo podremos ver nuevamente lo que opinan de Vox los españoles. Las elecciones europeas no sirven para eso: los electores tienden a soltarse el pelo en este tipo de comicios (recordemos, por ejemplo, el lamentable episodio de José María Ruiz Mateos).
Veremos si consideran que la actitud desinflamatoria del Gobierno y de su partido son aceptables, o si por el contrario prefieren el espectáculo chulesco de la muchachada que llega al Congreso de los Diputados con modos joseantonianos sin haberse preocupado siquiera de aprender cómo se vota, pero que no duda en ocupar los escaños del PSOE y que firma su primera sesión parlamentaria con gritos, alboroto e improperios. Con una falta de respeto a todo y todos que deja en mantillas el estreno de los antisistema de Podemos en 2016.
Uno de los objetivos de la hoja de ruta separatista era provocar la reacción de la Administración central; cuanto más agresiva, mejor. Mariano Rajoy se contuvo, por voluntad o por pura idiosincrasia, y aplicó el 155 arrastrando los pies después de haber metido la pata el 1-O gracias a la ineptitud sus delegados en Cataluña.
Vox es, en buena parte, el resultado más claro de la política de acción-reacción del nacionalismo catalán. Es el principal triunfo de su hoja de ruta. El domingo comprobaremos si los españoles le siguen el juego.