Goya inmortalizó la frase "el sueño de la razón produce monstruos". Pero es el delirio de la sinrazón procesista el que más miedo da. Que un grupo de exaltados abroncara ayer a víctimas de los atentados del 17A demuestra hasta qué punto la locura se ha apoderado de una parte del independentismo. Puede que sean los últimos estertores de esa década nada prodigiosa que le ha tocado vivir a Cataluña, pues solo ha aportado fractura social y decadencia económica.

Puede que esos radicales solo sean lobos solitarios dedicados a difundir fake news y teorías conspirativas. Puede que la frustración por el gran engaño separatista alimente el populismo de unos pocos. Pero lo cierto es que lo vivido en las Ramblas es trumpismo puro y duro. Un trumpismo que, y ahí está la verdadera gravedad del asunto, es aplaudido por Laura Borràs.

La expresidenta del Parlament, como se sabe, asiste estos días a su ocaso político. Sus deberes y derechos están suspendidos porque en breve se sentará en el banquillo acusada de prevaricación y falsedad documental por fraccionar supuestamente contratos públicos. Pero la todavía líder de Junts per Catalunya (JxCat) decidió utilizar el acto en memoria de las víctimas de la matanza yihadista para hacer campaña, es decir, para hacerse un autohomenaje que solo secundaron cuatro agitadores secesionistas.

Borràs, a la desesperada, intenta fomentar su marca personal e intransferible, sí. Porque cada vez está más sola. JxCat se desmarcó de la complicidad de su todavía presidenta con quienes ayer profanaron la memoria de los fallecidos y heridos. El partido necesita buscar una salida digna a Borràs, a la que defiende con tibieza en comunicados correctos y desapasionados. Si cree la expresidenta de la segunda institución catalana que su cese provocará una crisis de gobierno está muy equivocada.

Quienes mandan en el partido --recordemos que Jordi Turull, secretario general de los neoconvergentes, sacó más votos en el congreso que Borràs-- saben que abandonar el consell executiu abre la puerta a una travesía del desierto y a la pérdida de poder territorial. Y ninguno de los consellers del Govern apoya esa salida, pues hace mucho frío ahí fuera. Ellos ya empezaron a pasar página cuando exigieron su derecho a ampliar su estrategia de pactos, léase, poder pactar con el PSC. No queda tanto para las elecciones municipales y los pronósticos no son favorables para JxCat, excepto en Girona, como desvela el panel electoral que hoy publica Crónica Global.

Borràs, en definitiva, se ha sumado por méritos propios a esa lista de juguetes rotos del independentismo que ahora mendiga tertulias en televisiones de segunda categoría. Los otrora gurús del procés como Pilar Rahola, cuyas paellas pijas de Cadaqués son ahora repudiadas, o Miquel Calçada, quien aspiraba a dirigir TV3, buscan su lugar en ese soberanismo crepuscular, por el que todavía desfilan personajes como Ramon Cotarelo, Albert Donaire y Pilar Carracelas. O el friki que cantó el Bella ciao con Rahola cuando fue detenido Carles Puigdemont y que ayer lideró el enfrentamiento con las víctimas del terrorismo.

No es descabellado pensar, como ya ocurrió cuando el tripartito relevó a Artur Mas en la presidencia de la Generalitat, que algunos miembros del star system separatista estén haciendo cola ante la sede de Pallars a la espera de que los socialistas se apiaden de ellos y perdonen sus ofensas. Más líbranos del mal de los autodenominados soldados de la war room, ese despachito compartido por Borràs, Josep Costa, Quim Torra y Dalmases en el Parlament durante el mandato de Puigdemont.

Los tres primeros ya han sido condenados al ostracismo, siguiendo la estela del fugado, que sigue dando la tabarra desde Waterloo a la espera de que se resuelva su situación judicial. Dalmases se dedica a abroncar a los periodistas que se niegan a rendir pleitesía a su amiga Borràs, a la que parece haber prometido fidelidad en lo bueno y en lo malísimo, esto es, en azuzar el odio y el enfrentamiento, aunque sea a costa de las víctimas del 17A. Deleznable.