Decir la verdad no debería ser un acto heroico. Poder decir la verdad sin miedo es una característica de las sociedades libres, y viceversa: una característica que envilece a las sociedades cerradas es que sólo existe la verdad que dicta la policía del pensamiento.
No es la primera vez que, observando lo que ocurre en Cataluña, me viene a la mente alguna obra de George Orwell. En esta ocasión, la asociación de ideas la ha provocado la reacción a las declaraciones de Enric Millo de dos opinadores que forman parte del mainstream catalán, como Antoni Puigverd y Enric Juliana. Puigverd emitió ayer una especie de rectificación o explicación que se le agradece.
Durante largos años, y desde una superioridad moral muy cargante que ellos mismos se han otorgado, algunos analistas y comentaristas han decidido lo que es verdad y lo que no lo es, y lo que es bueno y lo que es malo. Y han tenido mucho éxito porque en Cataluña ha funcionado la más eficiente de las censuras, que es aquella que no necesita censores porque logra que los ciudadanos se censuren a sí mismos. Me refiero a la espiral de silencio, un mecanismo de control social que funciona activando el miedo del ser humano a verse rechazado por la sociedad si no ajusta su idea de la verdad a la opinión dominante.
La amenaza de esta censura es bien concreta: la muerte social --donde por suerte no ha cuajado el terrorismo-- de quien tenga otra verdad.
Lo hemos visto en el caso de Enric Millo. Su potente declaración durante el juicio a los responsables separatistas fue una superación del miedo a esa muerte social.
Su temor estaba más que justificado antes de acudir al juicio, por el acoso constante de que ha sido víctima, y por las amenazas que ha recibido; pero tras declarar, los hechos han confirmado sobradamente su temor. Su intervención, televisada, ha generado un aluvión de respuestas agresivas. Millo ha recibido insultos desde todos los frentes del pensamiento único catalanista: el que fuera primer secretario de los jóvenes del PSC, hoy en ERC, ha dicho que "es, con distancia, una de las personas más miserables que han pasado por la vida pública"; un representante del PDeCAT le ha atribuido "poca humanidad", algo que ya sabemos que es la condición que comparten todas las víctimas de genocidio; e incluso ha recibido una invitación a "conversar con la muerte" y a "acatarla" por parte de un joven que dice que es filósofo.
Con todo, la respuesta más reveladora de la estrategia de espiral de silencio la ha dado un personaje de Junts per Catalunya, quien ha afirmado que Millo "vivirá con la pena de saber que nunca más podrá aguantar la mirada de la verdad y de la dignidad colectiva".
Me cuesta trabajo entender cómo estas personas no se dan cuenta del papel de censores que están representando. Tienen auténtica madera de inquisidores. Su censura es una forma de violencia que nos afecta a todos y que en esta ocasión se utiliza también expresamente para impresionar al resto de testigos.
Si Enric Millo es tratado así por declarar la verdad ante el juez, no quiero ni imaginar lo que habrá tenido que sufrir la ciudadanía catalana durante todos estos años de espiral de silencio.
Por eso quiero reconocer el valor de Enric Millo y enviarle mi afecto y agradecimiento. Porque todos somos Millo, todos estamos sometidos en Cataluña al control de esa policía del pensamiento.