Javier de Jaime Guijarro (Madrid, 1964) es un tipo que siempre sonríe en las fotografías. Está contento y eso es una condición que para muchos supone una definición de personalidad. Hoy es el responsable español del fondo de inversión CVC, cuyas sedes principales se encuentran en Londres y, por supuesto, en Luxemburgo.

Hace un tiempo, no mucho, en el verano de 2018, Javier de Jaime se alió con la familia March y desembolsó 3.816 millones de euros para adquirir la participación del 20% que Repsol poseía en Naturgy. Está también en Cortefiel y la aceitera Deoleo (aunque seguro que de esas inversiones fallidas prefiere no hablar), además de ser la referencia de los restos empresariales de Torraspapel y de las residencias de mayores Vitalia Home. No le ha ido bien en España. O, por ser más exactos, De Jaime ha acertado poco en algunas decisiones inversoras. Empezó con el consumo y hace poco diversificó hacia la energía. En Naturgy lleva unos cuatro años como socio inversor y cuenta con dos posiciones en el consejo de administración que preside Francisco Reynés. Le queda, más o menos, un año antes de salir por piernas de la energética española siguiendo los parámetros del fondo que él representa en España. Abandonan al cabo de un lustro, de promedio, con la vocación de obtener una plusvalía suficiente como para presentarse ante sus jefes de la City como un estupendo gestor.

CVC no puso un euro en el crecimiento de Naturgy, solo en comprar su participación. Si la empresa crece no se debe a los recursos que el fondo británico haya expuesto para lograrlo. Es una inversión financiera la suya; pura y dura.

Sin embargo, hace unos meses saltó la noticia de que un fondo de inversión australiano lanzaría una oferta de compra sobre una parte significativa de Naturgy. No lo sabían sus gestores hasta unas pocas horas antes, ni lo sabía el principal accionista de referencia, el grupo Criteria, propiedad de la Fundación La Caixa, a cuyo mando figura Isidro Fainé.

Aquella operación sentó como una patada en la espinilla de los que siempre habían estado guardando las esencias de la energética catalana, ahora con la sede desplazada a Madrid. Los australianos hicieron una presentación exigua de su oferta y los únicos que estaban avisados con anterioridad eran la propia CVC y otro accionista, el fondo estadounidense GIP, que en números redondos controla otro 20%. Tampoco avisaron al Gobierno español, aunque iban a meter un zarpazo en una industria estratégica.

De Jaime representa ese tipo de fondos que consideran más valiosa Naturgy troceada y vendida al mejor postor que como proyecto global. En apariencia, cuando llegaron los australianos se dirigieron a él y a los estadounidenses y se olvidaron de Criteria y del Gobierno. Según lo trascendido de esos hechos, británicos y americanos no iban a vender su participación. De momento les bastaba con que entrara en la compañía española otro fondo extranjero que desespañolizara la empresa y pudiera proseguir con los ajustes que, llegado el momento, desembocaran en una operación que generara una mayor plusvalía. La historia a veces se repite: los italianos de Enel se quedaron Endesa y hoy la eléctrica está troceada, sus dueños casi han recibido lo que les costó y la compañía ha pasado de ser una multinacional española vigorosa a una firma local desapegada de los territorios que le proporcionan el negocio.

Criteria se ha violentado con la actuación de sus socios en Naturgy. Incluso los ejecutivos más financieros han visto urdir a sus espaldas una operación que intentaba aprovechar una situación de indefinición en el grupo industrial de La Caixa. La primera reacción es comprar más acciones y elevar unos puntos la participación. Con esas compras recientes pedirán un puesto adicional en el consejo. Si los australianos quieren proseguir deberán pagar más caro y a los tres fondos les será difícil alcanzar el objetivo de controlar la gestión de la empresa. Además, la Moncloa debe autorizar la oferta, bloquearla o darle luz verde con condiciones. Naturgy no es una aceitera en la que De Jaime pueda colocar a un hermano, se trata de una compañía básica en el funcionamiento energético de España. Eso estará encima de la mesa del Gobierno cuando se pronuncie. Lo que ya está hoy es un cabreo mayúsculo por lo que ha dado en llamarse “la soberbia de Javier de Jaime” como metáfora de actitudes inversoras faltas de la más elemental diplomacia empresarial y de dudosa transparencia.

PD: Pronto el PSC deberá plantearse si abre una oficina física estable en Madrid. De la última remodelación gubernamental del sábado se sabe y se ha escrito todo sobre quiénes son los perdedores o los que salen peor parados. Más allá del nominal y del sorpresón que le dio Pedro Sánchez al farolero de Iván Redondo (o soy ministro de Presidencia o no sigo…), el gran vencedor de los cambios es otra vez el partido socialista catalán que coloca en el Consejo de Ministros a otro representante de su formación, en este caso la alcaldesa de Gavà, Raquel Sánchez. Desde que el PSC se alineó con Sánchez en las primarias frente a Susana Díaz y vencieron su suerte no ha parado de mejorar. El presidente sabe que la colaboración de Salvador Illa será clave para proseguir en el cargo. De la siempre irrisoria cuota del ministro catalán se ha pasado al doblete, además del sorprendente desembarco de socialistas catalanes como gestores de empresas públicas, a la caterva de altos cargos gubernamentales y a una influencia creciente en las decisiones relativas a la política española. Ni los mejores tiempos de Jordi Pujol como español del año o hacedor de pactos de gobernación recuerdan un número tal de catalanes en cuestiones españolas. Son más, ejecutan con discreción, sin alharacas y, por supuesto, sin nacionalismo aldeano.