Cataluña está enquistada. Dos bloques empatados. Los escaños son fruto de una ley electoral que tampoco se debería demonizar, porque no hay leyes electorales ideales, aunque se podría mejorar. Y han arrojado una mayoría absoluta del independentismo, a falta de que Junts per Catalunya y ERC lleguen a un acuerdo con la CUP para la gobernabilidad. Los otros intentos para frenar esa mayoría han fracasado. Y tiene relación con el papel del catalanismo político, que pasa por una crisis profunda.

Lo apuntó en Crónica Global el historiador Santos Juliá, al recordar que el hecho distintivo y extraordinario es que en Cataluña en estos momentos no existe una fuerza política que represente un catalanismo pactista, aquello que en Madrid se conocía en tiempos de CiU y durante la transición como “minoría catalana”, pero que en Cataluña ha constituido el nervio que ha impulsado el país a lo largo de los últimos cien años. ¿Es algo coyuntural o es la conclusión de que Cataluña ha dado un paso al frente ya irreversible?

El independentismo ha pasado la pantalla de la negociación, aunque ahora quiera ganar tiempo y renuncie a vías unilaterales

La lista de Carles Puigdemont cuenta con el PDeCAT, heredero de Convergència, pero ya no es un partido catalanista que desee ejercer de interlocutor con el Gobierno central, y que modere las distintas posiciones. Es un partido independentista, con hombres y mujeres al frente que lucharon, precisamente, por las tesis independentistas en el seno de CDC, a disgusto en muchos momentos de Jordi Pujol. Dirigentes como Josep Rull o Joaquim Forn son independentistas desde jóvenes. Tampoco representa ya ese partido un ideario de centro-liberal. Defiende posiciones muy cercanas a las de Esquerra Republicana.

En el debate electoral en La Sexta se produjo un intercambio de impresiones muy ilustrativo. Rull aseguraba que él era "el de la economía productiva". Y el socialista Miquel Iceta le respondió con un “erais”, dando a entender que ahora quien iba a defender esos intereses de la pequeña y la mediana empresa, de ese mundo convergente iba a ser él mismo al frente de esa coalición entre el PSC y Units per Avançar, los herederos de Unió Democràtica.

Muchos exconvergentes no han querido apoyar las siglas del PSC, porque no son las suyas y por su relación con el 155

Y resulta que ese catalanismo tampoco lo ha podido representar el PSC, que ha sufrido un fracaso rotundo con su operación, que abrazó a otros sectores, procedentes de Federalistes d'Esquerra o figuras de la izquierda como el fiscal Jiménez Villarejo. ¿Por qué? Porque esos sectores, que existen, no se han atrevido a apoyar unas siglas, las del PSC, --claro que catalanistas-- que han combatido durante décadas desde CiU. Y porque Unió, seguramente, ha pasado ya a la historia, con algunos exdemocristianos repartidos ya en otras listas, como las de ERC.

Resulta que muchos potenciales electores, pertenecientes a la cultura política de la exCiU, dudaron hasta el último momento, y no quisieron apoyar a Iceta porque "no se había desmarcado del 155". Es decir, primó, en el último momento, un sentimiento --con mayor o menor razón-- que no podía comulgar con la intervención de la Generalitat, aunque la cabeza dijese que tampoco el Gobierno podía dejar pasar una más del Ejecutivo de Puigdemont. Y eso se llama catalanismo, aunque se entendiera a la perfección la operación del PSC. No se quería pertenecer al mismo club que el PP, por esa relación con el 155.

Con un independentismo fuerte, que no renunciará a su ideario, pese a calculadas decisiones que puedan surgir a partir de ahora para ganar tiempo, y con Ciudadanos como partido que ha crecido por oposición a ese proyecto, pero que, al mismo tiempo, atrae a clases urbanas jóvenes que desean pasar página a las luchas de clase de sus padres y abuelos --todos los que se han pasado y se pasarán del PSC a Ciudadanos en los grandes municipios--, no hay señal de un catalanismo que pueda abrir una grieta para romper esos bloques y ayudar a resolver la situación.

Entonces, ¿por qué el título de esta reflexión? Porque ese catalanismo es más necesario que nunca, porque puede aproximar posiciones, con voluntad de acuerdos. El espacio existe y es compartido por la sociedad catalana. Pero, ¿quién lo ha articulado, quién puede hacerlo a corto y medio plazo?

Sin un interlocutor catalanista, proclive a los acuerdos, ¿se puede impulsar la reforma de la Constitución?

Santos Juliá, que acaba de publicar un libro enorme, Transición (Galaxia Gutenberg), considera que una reforma constitucional podría ser una posible solución, con la implicación de todos. Pero entiende que sin un interlocutor que represente "el catalanismo moderado", que sea capaz de llegar a acuerdos, será muy difícil. ¿Puede ejercer ese papel el partido que se ha apropiado Puigdemont, que piensa más como agitador que como un político que haya aprendido algunas lecciones, como sí hizo el PNV tras el fracaso del lehendakari Ibarretxe? No lo parece.

Igual Cataluña ha superado ese viejo vector de la política, y el catalanismo ya es algo del pasado, con la pantalla del independentismo, por un lado, y un cierto liberalismo igualitario, que pueda representar Ciudadanos. Pero no parece razonable que la sociedad catalana se haya transformado de la noche a la mañana en sólo cinco años. 

Otra cosa será si hay alguien capaz de organizar ese poso, de darle un nuevo brío, si existen medios y ganas para ello. Ya no se trata de obtener mayorías electorales, sino de agitar bloques, de llevar a una parte del independentismo a zonas templadas que quieran, de verdad, avanzar y comprometerse con los acuerdos que sean necesarios.