El discurso del rey Felipe ya tenía respuestas preparadas antes de pronunciarlo. Desde la derecha, que ha decidido establecer una especie de muro para proteger la monarquía, como parapeto frente a las ‘fuerzas del mal’ --la izquierda de Podemos y los independentistas-- y desde la izquierda --Pablo Iglesias-- que dice que quiere transformar España para que sea, realmente, un país democrático. También el independentismo, claro, lo tenía todo preparado: cualquier elemento que pueda garantizar la continuidad de España como estado debe ser una diana para Esquerra Republicana y el resto de independentistas, sean vascos o catalanes. Pero el discurso del Rey fue y puede concretarse a medio plazo en el programa de un jefe del Estado, coronado, de una nueva república española.
Las palabras del rey Felipe respecto a su padre, el rey emérito Juan Carlos I, y también acerca de todo el resto de sus familiares, fue muy explícito aunque no se quiera reconocer: “Ya en 2014, en mi Proclamación ante las Cortes Generales, me referí a los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas. Unos principios que nos obligan a todos sin excepciones; y que están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares”. ¿Qué es lo que no se entiende?
El rey Felipe, como hizo su padre con el suyo, el conde de Barcelona, Juan de Borbón, se desliga de sus lazos familiares y da un paso al frente como jefe del Estado. Es cierto --y es evidente que eso constituye un punto débil-- que el Rey lo es por ser el hijo de Juan Carlos, y que en España se ha defendido desde la transición que no había monárquicos, sino ‘juancarlistas’. Y una vez conocida la vida y la obra del emérito, la institución puede sufrir. Pero, y ahí reside la oportunidad, lo que apunta el rey Felipe es que puede llegar una nueva república española con él al frente, garantizando la buena marcha de todas las instituciones democráticas de España.
Existe una primera cuestión. Felipe fue proclamado rey en 2014, por parte de las Cortes españolas, plenamente democráticas, tras la abdicación --y la correspondiente ley orgánica-- del rey Juan Carlos. A diferencia de éste, que recibió la jefatura del Estado por parte de las Cortes franquistas y tras la decisión del propio dictador, el rey Felipe está plenamente legitimado.
Pero lo que aparece a corto y a medio plazo, y que puede resultar crucial para la continuidad de la monarquía, es la necesidad de implementar, de verdad, los valores republicanos, que están conectados no con la naturaleza de la forma de estado, sino con una mayor y mejor relación entre los poderes y las instituciones y los ciudadanos. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, juega constantemente al equívoco. Habla de república haciendo referencia a esos valores, pero sin dejar de lanzar un guiño para los españoles que no desean una monarquía, por muy parlamentaria que sea, y que defienden una III República.
Lo que está sobre la mesa, en un momento de grave crisis económica, provocada por la pandemia del Covid, es una superación del modelo socio-económico español. Y una mejora clara de las instituciones, con todo bloqueado en estos momentos. No es ya responsabilidad de la pandemia ni del rey el hecho de que no se renueven instituciones como el Consejo General del Poder Judicial, el Defensor del Pueblo, el Tribunal Constitucional o el Consejo de Administración de RTVE. No es responsabilidad de la pandemia que el independentismo catalán no haya entendido ya que no se puede engañar más a los ciudadanos, que no se puede perder más tiempo. Todo eso en su conjunto ofrece una imagen de decadencia y de un país que degenera, que ha agotado el crédito ganado con la transición, con la suma de un rey emérito que ha demostrado su catadura moral, algo imperdonable.
Esa superación del modelo social y económico y también político pasa, precisamente, por el republicanismo, siguiendo una corriente de la filosofía política que incide en esa conexión entre gobernantes y gobernados. Uno de sus adalides es Philip Pettit, profesor en Princeton, que se acercó al expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Al margen de la consideración que cada uno tenga de Zapatero, lo que defiende Pettit es un ideal de libertad nuevo y atractivo: la idea de la libertad como no-dominación, desde la premisa de que el gobierno es el servidor del ciudadano, y que su función es la de garantizar la libertad bajo un esquema de control democrático.
El país de referencia para Pettit es Australia y también los países nórdicos --que son monarquías parlamentarias-- porque han combinado bien un sistema razonable de justicia social: salarios mínimos, jubilación, salud, poder judicial independiente y leyes laborales que protegen a los trabajadores. Eso es lo que se entiende por republicanismo y eso es lo que no se ha acabado de aplicar España.
Esa vuelca de tuerca, esa mejora en todos los ámbitos, es lo que está en juego ahora en España. Y dependerá de cómo se resuelva la actual crisis para poder asegurar las actuales instituciones, la monarquía entre ellas.
En el discurso del rey Felipe hubo pistas de pretender ese republicanismo, con una cercanía mucho mayor que en los últimos años hacia los ciudadanos que más sufren con la pandemia, desde el punto de vista sanitario y económico. Ahora le tocará al poder político la posibilidad de implementar ese republicanismo si quiere salvar, no ya la monarquía, sino al conjunto del país.