El procés ha muerto. Después de años de matraca independentista, a los que son sus protagonistas se les desliza el convencimiento de que el sainete --como de forma acertada lo describe nuestro querido Ramón de España-- ha fenecido. En ocasiones, incluso, sin ser conscientes de que están admitiendo de manera elíptica que la búsqueda de la separación entre Cataluña y España fracasó y que solo les queda, como consuelo, la táctica de la lagartija.
Es la que aplica el fugado Carles Puigdemont con sus últimas declaraciones públicas a propósito de la cumbre hispanofrancesa que tendrá lugar en Barcelona el próximo día 19 de enero. Ese encuentro, periódico entre los dos países vecinos, tocaba celebrarlo en suelo español y el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha determinado que se oficie en la capital catalana. Esa decisión, que no es solo logística, guarda relación con el interés de Moncloa por hacer visible la normalidad en el mal llamado conflicto catalán. Que la Ciudad Condal albergue el encuentro entre Emmanuel Macron, Sánchez y sus respectivos equipos será la más evidente constatación de que el pleito soberanista ha dejado de ser un elemento distorsionador en la política española y europea. Pues bien, al expresidente catalán huido esa cumbre le apesta a cuerno quemado: ha llamado a una movilización unitaria del independentismo contra el evento de marras en el que se firmará un tratado de Amistad y Cooperación Reforzada entre ambos países.
Dice Puigdemont que los líderes de España y Francia “han trabajado para desmovilizar y romper la unidad, que han sido dos grandes herramientas para defender Catalunya ante un estado que nos discrimina y nos perjudica por el hecho de ser catalanes”. Por tanto, agrega, hay que “defender el país ante unos ilusos enterradores”. Serán ilusos o no, pero lo que resulta cierto es que al líder más radical del separatismo se le ha escapado el sustantivo que despierta al sepulturero. Es obvio que para un movimiento que cuidó hasta el extremo las palabras y los conceptos que vendió durante una década hablar de enterradores es la mayor admisión implícita o indirecta de la fase final de algo que solo ha comportado negativas consecuencias para la región. Tanto da si son objetivables, en materia empresarial y financiera, de crecimiento económico, inversión y mejora general del bienestar ciudadano, como si son de percepción: decadencia, fracaso, frustración, tiempo perdido…
Regresemos a la Naturaleza. La lagartija utiliza su cola para defenderse. Cuando los depredadores le acechan puede desprenderse de esa parte de su cuerpo, que sigue realizando movimientos espasmódicos que ayudan a despistar al atacante y permiten al pequeño reptil huir gracias al tiempo ganado con la distracción. El abandono de Junts per Catalunya del gobierno de unidad independentista y el consiguiente ascenso a la residencia del monte de la radicalidad son esa cola del lagarto soberanista que se aleja del cuerpo para recrear al adversario. Las negociaciones de ERC con Sánchez sobre los indultos, la reforma del Código Penal y, ahora, la petición de un referéndum es más de lo mismo, cola de lagartija.
De aquí a 10 días el independentismo más gregario intentará un último esfuerzo por boicotear la reunión entre España y Francia para que los acuerdos o buenos propósitos de ambos países no resulten los protagonistas de la reunión internacional. De nuevo el Gobierno de España deberá afinar con suma precisión las cuestiones de seguridad alrededor de la cumbre si no quiere que un escenario de contenedores incendiados, pintadas, adoquines que vuelan y protestas que pueden llevar al descontrol se conviertan una vez más en la imagen de una Barcelona a la que convendría presentar de nuevo ante Europa como la capital europeísta y ponderada que fue. Aquella urbe que existía antes de que líderes como Artur Mas, Quim Torra, Carles Puigdemont y sus comparsas --del partido, de ERC y de la CUP-- decidieran que ellos eran los únicos legitimados a representar y hablar en nombre del conjunto de los catalanes.
Desde su falso exilio, Puigdemont y los suyos llaman a la agitación en la calle el 19 de enero. Es la única fórmula que poseen en estos momentos para recuperar visibilidad ante sus agotadas huestes. Pero ojo, un acuerdo presupuestario entre ERC y PSC previo a la cumbre, sería una excelente noticia, un antídoto que trasladar a la ciudadanía. Cataluña puede seguir adelante a pesar del empecinamiento de unos dirigentes pérfidos. Incluso aunque la lagartija pueda regenerar su cola en 60 días y en ocasiones le crezcan dos. Conviene no perder de vista que el independentismo se hizo adulto cuando los partidos políticos constitucionalistas catalanes permanecían narcotizados y en Madrid se decidió que la mejor política ante el nacionalismo de la región era no tener ninguna. Que el PSC y ERC aprendan de los errores recientes sería la mejor noticia de la cumbre.