Si algo hay que reconocer a los estrategas del procés es su habilidad para confrontar legalidad y legitimidad. Lo vimos en la aprobación de las leyes de ruptura en las traumáticas sesiones parlamentarias de los días 6 y 7 de septiembre de 2017. Y lo seguimos viendo ahora, con los decretos de vivienda, donde el Govern azuza la confrontación de dos derechos de forma torticera con la única finalidad de abundar en el discurso victimista y de desafío al Estado.

En su desesperada búsqueda por averiguar qué quiere ser de mayor, Junts per Catalunya, o PDeCat o Crida o lo que sea ahora CDC, el nacionalismo conservador y liberal ha dado una vuelta de tuerca a su pretendida mutación antisistema –desobediencia a la ley-- y azuzan ahora la colisión entre el derecho a la propiedad y el derecho a la vivienda, decantándose por las tesis podemitas y cupaires, esto es, a proteger la ocupación.

No solo la “malvada justicia española” ha avisado de que esos decretos son inconstitucionales, también lo ha dicho el muy catalán Consejo de Garantías Estatutarias. Pero eso no importa a los que viven, y muy bien, del procesismo. Y, a juzgar por la parsimonia con la que Quim Torra se toma la convocatoria electoral –en ello influye también el lío entre puigdemonianos y PDeCAT, puesto en evidencia por la irrupción del Partit Nacionalista de Cataluña (PNC), que rechaza el soberanismo unilateral--, tenemos estertores procesistas para rato.

Salvando las distancias, esa colisión de derechos que provocan las políticas extremas recuerda mucho lo ocurrido con la decisión de HBO de retirar la película Lo que el viento se llevó de su catálogo. Con esta medida, la plataforma pretendía sumarse a la defensa de los derechos de las minorías tras la muerte de George Floyd a manos de la policía. El filme retrata una sociedad esclavista y racista, pero también explica la historia de una mujer enfrentada a un mundo machista, que reivindica su libertad sexual y es capaz de controlar su destino económico. "Será castigada por ello", explica el crítico de cine Roger Ebert.

Dicho de otra manera, el personaje de Scarlett O’Hara es uno de los primeros iconos de la lucha por los derechos de la mujer, ¿menos importantes acaso que los derechos de los afroamericanos? La pregunta es absurda, porque la comparación también lo es. Cuando dos derechos entran en colisión --o incluso tres, si tenemos en cuenta uno no escrito, el derecho al recuerdo o a la memoria de atrocidades históricas--, es que la política ha fallado. Así ocurrió con la declaración unilateral de independencia, donde una pretendida legitimidad se antepuso a la legalidad. Derecho a decidir versus Estado de derecho. ¿Derecho a la vivienda o derecho a la propiedad?.

Lo que el procés se llevó son las virtudes políticas como el diálogo, la conciliación y el respeto por el adversario, abonando el terreno del insulto, el desprecio y, efectivamente, el supremacismo y el odio. Polarizar significa enconar, avivar las más bajas pasiones. Twitter es una selva en la que se entremezclan verdades y postverdades, pero el frikismo tertuliano, aquel que practican los mercenarios de la política, han difuminado la línea que separa la red social del análisis desapasionado que debe ofrecer una televisión pública como TV3.

El procés, en definitiva, ha sustituido el fair play político por el populismo. El problema es que, todos hemos caído en sus redes. En sus provocaciones. Entre tanto ruido, creemos necesario gritar más –insultar más-- para hacernos oír. La libertad de expresión, que lo justifica todo. Quienes se dedican a la propaganda, y los procesistas más irredentos han destinado muchos recursos a ello, siempre encontrarán coartadas dialécticas, e incluso jurídicas.

De nuevo, la confrontación de derechos que subyace en el veto a películas como Lo que el viento se llevó o más recientemente, Desayuno con Diamantes, “ofensiva", según la cadena Sky. Curiosamente, esta película ya pasó por el cedazo de la doble moral hollywoodiense, mojigata en lo sexual, pero permisiva con la violencia, pues el personaje que interpreta Audrey Hepburn es una prostituta en el libro de Truman Capote, con un final que nada tiene que ver con el happy end cinematográfico.