El jueves de esta semana se filtraba a través del diario El Mundo un escrito de la teniente fiscal de la Audiencia Nacional Belén Suárez en el que se pedía al juez del llamado caso Pujol, José de la Mata, enviar una nueva comisión rogatoria a Andorra para ampliar parte de la información financiera que se había obtenido de la última colaboración entre la justicia del Principado y la española.

De inmediato, una parte de la prensa y su eco palmero en las redes sociales se lanzaron a divulgar la idea de que la Fiscalía anticorrupción había encontrado una fortuna oculta de los Pujol en Andorra. ¡Qué buena noticia para aquellos que ya tienen una sentencia escrita para este asunto antes de que se celebre el juicio! Lástima, sin embargo, que no fuera cierta. Ni tan siquiera aproximada.

De la Mata, un juez puntilloso y minucioso, ha aceptado la petición de Belén Suárez y en el marco del proceso sumarial ha dado curso a la solicitud. Eso llevará a que la instrucción acabe más tarde del 23 de septiembre, fecha en la que estaba prevista. Otros países no han respondido aún a las peticiones de información y con la nueva rogatoria andorrana pasarán unos meses más antes de que los fiscales hagan su calificación sobre los investigados y propongan cuáles son las peticiones de penas aplicables una vez se abra la fase de juicio.

Vaya por delante que quien esto escribe no es fan ni de Jordi Pujol ni de su familia. Si acaso, lo contrario. Pero si pedimos división de poderes y respeto a las reglas de juego democrático no es serio atribuirle también al expresident catalán la muerte del torero Manolete. Y, de momento, por la información disponible sobre el caso, será harto difícil que los integrantes de esa familia sean condenados por corrupción, que es lo que siempre se ha trasladado a la opinión pública. En el peor de los casos, blanqueo de capitales o algún falseamiento de documento mercantil, pero en ningún caso el escándalo que tantos esperan resolver con ese sumario.

Pujol confesó hace cinco años, un 25 de julio, que había defraudado al fisco. Y, a la par que hacía pública su fechoría, pagaba inmediatamente a la Agencia Tributaria los impuestos que hubiera devengado los últimos cuatro años para evitar ser imputado por delito fiscal. Con una legión de buenos abogados y fiscalistas, Pujol conjuró los riesgos que podrían retornarle a la sombra durante un tiempo. El delito tributario, aunque puede comportar penas de prisión, queda sustanciado si el que lo comete regulariza sus cuentas con la Hacienda pública. Y es lo que hizo.

En octubre de 2014 dirigí la publicación del libro Pujol KO (ED, 2014). De todos los que se publicaron en aquel momento a raíz de la confesión del político es seguramente el que mejor aguanta el relato factual de los hechos. Lo escrito en la parte principal de aquella obra coral mantiene su absoluta vigencia, porque ninguna investigación de las que se han producido después ha arrojado nuevas revelaciones. Todo sigue igual que entonces, salvo por lo que se refiere a la creencia extendida de que los Pujol fueron los autores de todos los delitos posibles en la Cataluña nacionalista que se convirtió luego en el procés. Existe quien sostiene que la espiral secesionista pretendía tapar las vergüenzas de los Pujol, pero parece mucho más certero pensar que Artur Mas y los suyos lo que de verdad deseaban minimizar es la trama del 3% de financiación de CDC.

De momento, sólo uno de los hijos Pujol es un delincuente. Me refiero a Oriol Pujol Ferrusola, quien sí se animó a obtener recursos para él y su familia con mediaciones extrañas en las concesiones de estaciones de ITV o las desinversiones que multinacionales como Sony, Yamaha y Sharp llevaron a cabo. El hijo fue pillado con todas las de la ley y no le quedó otro remedio que pactar una pena mínima con la Fiscalía y, después de un largo estira y afloja, librar a su mujer, Anna Vidal Maragall, de una condena segura aceptando para él todos los hechos imputados. El resto han sido negociantes, hijos de papá, dinamizadores comerciales, comisionistas o listillos, pero eso, de momento, no es punible. Oriol cumple condena a tiempo parcial, pero su mayor pena es la pérdida reputacional para un tipo que estaba llamado a suceder al padre y las dificultades profesionales que el asunto le han supuesto.

Que Pujol es el artífice del fulgor nacionalista de Cataluña y de la deslealtad con el resto de España tiene poca discusión. Con una aparente mirada débil conformó un tejido basado en la ingeniería social y en la penetración civil que ha dado sus frutos unos años más tarde. Y aunque exista quien quiera rehabilitar su figura lo tendrá difícil. La fractura social catalana actual, entre secesionistas y constitucionalistas, lleva el sello y la firma original del patriarca que dirigió el país con tanto clientelismo, nepotismo y soberbia como eficacia electoral.

Habrá que ver si la información que Belén Suárez pide a Andorra sobre dos supuestos socios del primogénito Jordi Pujol Ferrusola arroja alguna luz adicional sobre los manejos que esa parte de la familia llevó a cabo. Pero una vez leída la petición y el posterior auto del juez De la Mata más da la sensación de que en la recta final del proceso las partes acusadoras abogan por elevar el ruido en torno al caso como consolación por la escasa artillería que han acumulado en los años de instrucción.

La herencia confesa de Pujol, la famosa deixa, no supera los cinco millones de euros. Viniera del padre, de manejos alrededor de Banca Catalana, de comisiones obtenidas por el hijo mayor en virtud de su propensión al business fácil o por lo que fuera, lo cierto es que nada más se ha obtenido en los rastreos múltiples por Andorra, Suiza, Luxemburgo y Centroamérica. Por más que algunos medios de comunicación, erigidos en vengadores más que en informadores, sigan hablando de cifras astronómicas manejadas o estafadas por el clan la realidad de los hechos es tozuda: hay lo que se ha podido comprobar, no más.

Y, salvo sorpresa de ultimísima hora, con los impuestos ya pagados la posibilidad de que algún otro miembro del clan Pujol pase un tiempo a la sombra es harto improbable. La pena de Telediario la han pagado con creces, eso sí. Y quizá es la más dolorosa de cuantas se les impongan, sobre todo para un grupo familiar acostumbrado a actuar como los verdaderos reyes del mambo, en un terreno que arrancaba en la impunidad y acababa en la obscenidad.