El ataque que sufrimos ayer en las instalaciones de Crónica Global es un acto vil de terrorismo. Añadamos, por si alguien lo considera maximalista, que es de baja intensidad. Pero admitido eso, estamos ante una actuación que sólo pretende amedrentar el periodismo libre, el ejercicio de la opinión y, en definitiva, el papel democrático de la prensa.

Este es un medio independiente. Tenemos posición editorial, pero la expresamos de manera honesta. No solicitamos subvenciones públicas porque nos parecen un sistema arbitrario y grácil de condicionar la información. Por si eso fuera insuficiente, las administraciones de perfil nacionalista o independentista (y aquí se unen la Generalitat, las cuatro diputaciones catalanes y ayuntamientos tan relevantes como el de Barcelona) nos marginan como plataforma para distribuir su publicidad institucional. Jamás hemos denunciado este último hecho, aunque constituye una de las muestras inequívocas de que el periodismo en Cataluña se ha transmutado en un oficio de transmisión propagandística y de adhesión inquebrantable a determinadas tesis. O estás con quienes dominan las instituciones y administraciones públicas o no existes, aunque la audiencia y la credibilidad periodística te mantenga en el liderazgo del mapa digital de la comunidad autónoma.

Tras la agresión recibida, que firma (y reivindicó unas horas más tarde) Arran y que la Fiscalía de Delitos de Odio ha empezado a investigar con los Mossos d'Esquadra como policía judicial, Crónica Global es hoy un medio más relevante en la defensa de los valores emanados de la Constitución. Sin complejos, con valentía, sin falsos victimismos, pero seguros de contar con un apoyo popular superior al populismo independentista y radical, nuestro medio se reafirma en la defensa de los valores y principios democráticos comunes. Si han querido hacernos daño en nuestros activos empresariales, si han pretendido atemorizar a los profesionales que trasladamos la información a diario, se han equivocado. Un acto violento como el recibido ayer nos empuja a ser cada día más claros y diáfanos en la denuncia de los abusos y de la realidad social catalana, en la que la fractura y el etnicismo supremacista empiezan a cobrar carta de naturaleza.

La nuestra no es la única de las viles acciones que la kale borroka catalana ha protagonizado en las últimas horas. Los cachorros terroristas de Arran quieren limitar la libertad de expresión y ser ellos quienes determinen dónde están los márgenes. Ha llegado el momento de solicitar a la justicia y a los políticos que aún quedan cuerdos que se ponga coto definitivo a esta locura. Arran produce terror y debe ser tratada como tal organización por el Estado de derecho. Si la ilegalización es una de las consecuencias de sus actuaciones, no puede perderse ni un minuto más en ello.

Este acto violento nos empuja a ser cada día más claros y diáfanos en la denuncia de los abusos y de la realidad social catalana, en la que la fractura y el etnicismo supremacista empiezan a cobrar carta de naturaleza

Entre muestras de solidaridad y llamadas de ánimo ayer se nos confesaron también hechos desconocidos para la opinión pública similares al ataque contra Crónica Global y que tienen en común que todos ellos se han producido en las últimas horas. En un caso, relacionados con una patronal empresarial; en otro, con un partido político constitucionalista. Un auténtico drama desconocido que muestra que la violencia ha llegado a la categoría de atentados de pequeño perfil en los que las víctimas de la acción acaban preguntándose qué han hecho mal para estar en la diana de los estúpidos radicales que ejercen el totalitarismo y el fascismo de manera violenta.

Hasta la fecha ejercer el periodismo crítico nos llevaba a la marginación y al ostracismo oficial en Cataluña. De poco valía que fuéramos una referencia informativa para el mercado: las instituciones y sus responsables lo ignoraban. Nos acostumbramos a vivir en ese contexto y hasta nos resignamos a arrastrar esa pesada carga a favor de nuestros lectores. Otra cosa distinta, sin embargo, es aceptar la amenaza.

Ante ese nuevo estado de cosas nos alzamos en defensa del periodismo más valiente, el que muchos colegas ejercen en dictaduras reales y no imaginarias o en conflictos bélicos. Seguiremos explicando el esperpento al que nos enfrentamos los ciudadanos de Cataluña por los efectos de la escalada soberanista y la irresponsabilidad de sus dirigentes. Será un oficio de riesgo y, aunque nos obligue a mirar bajo el coche o a extremar las cautelas en nuestra redacción, seguirá siendo la profesión, el sacerdocio al que quisimos sumarnos para evitar que algunos abusaran de sus poderes, fueran económicos, políticos o de ejercicio de la fuerza bruta. Será un periodismo de riesgo, seguramente, pero no duden ni un momento de que es el más honesto e independiente de cuantos se ejercen hoy desde Barcelona.