Corría 1996 cuando Antonio Franco y Joan Tapia recibieron, de forma conjunta, el premio especial de periodismo Ortega y Gasset como reconocimiento a una convivencia civilizada en el ejercicio de su profesión. Franco dirigía entonces El Periódico de Catalunya y Tapia era el director de La Vanguardia. Fue justamente este último quien con motivo del galardón acuñó el concepto “modelo catalán de prensa”. Lo justificaba así: “Tanto La Vanguardia como El Periódico tienen públicos plurales. Los periódicos vendemos un servicio, que consiste en dar información y opiniones. El lector es el que tiene que fijar su criterio. Nosotros no tenemos la receta para arreglar el mundo y aún menos aspiramos a imponérsela al lector. En otros periódicos no ocurre”.

Eran tiempos de fair play entre la prensa catalana, entre los profesionales de la información. Había competencia, por supuesto, pero sin el espíritu cainita que, de alguna forma, sí que estaba arraigando entre los medios editados en Madrid e, incluso, en alguna otra región española. Prevalecían entre los periodistas las enseñanzas de viejas glorias del oficio como Indro Montanelli (por cierto, Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades el mismo año que Franco y Tapia recibieron su reconocimiento).

Recuerda a menudo Pedro J. Ramírez lo que el italiano director de Il Giornale le recordaba en una entrevista: “Un periodista no debe tener el carnet de ningún partido político”. La constatación de que un informador militante ha abdicado de la libertad de opinión para convertirse en un propagandista es una afección del periodismo actual que se extiende como una pandemia peligrosa y nociva.

En Cataluña se jodieron muchas cosas el mismo día que toda la prensa catalana, casi sin excepción, publicó el 25 de noviembre de 2009 el editorial La dignidad de Catalunya de manera conjunta en una docena de cabeceras confeccionadas desde Barcelona. Aquel artículo que impulsaron Rafael Nadal y José Antich y que redactaron sus columnistas Juan José López Burniol y Enric Juliana advertía al Tribunal Constitucional sobre las consecuencias que tendría su sentencia sobre el Estatuto de Cataluña de 2006 que había sido recurrido por el Partido Popular. Con José Montilla en la presidencia de la Generalitat y ERC y CDC incorporadas al discurso del derecho a decidir, el déficit fiscal y el estado propio, el editorial conjunto supuso dos cosas: el intento de rematar al autonomismo como modelo de organización territorial en España y el adiós definitivo a la pluralidad periodística en Cataluña.

Los editoriales conjuntos solo tenían el precedente reciente de 1977, cuando la prensa española defendió valores de apoyo a la democracia y en contra del terrorismo.

Tras aquel artículo uniformizador, tras el cambio de rumbo de alguno de los líderes políticos catalanes hacia el llamado procés, el hecho diferencial de la prensa catalana que había sido premiado una década antes saltó por los aires de forma definitiva. Se acabó el fair play periodístico, nació la propaganda aplicada a los contenidos de los medios de comunicación, regresó el ejercicio militante al que Montanelli se refería como un virus. Por si fuera poco, los nacionalistas edificaron una estructura artificial basada en el utópico espacio comunicativo de la nación catalana que alumbró una red de nuevos medios digitales concertados que conviven en Cataluña desde las trincheras de los partidos políticos y conectados a las máquinas de respiración asistida que representan los contratos con las Administraciones Públicas, sean en forma de subvenciones o de publicidad institucional.

La pluralidad histórica del periodismo catalán también tuvo su reacción en el ámbito constitucional. Aparte de este medio, que ocupó de forma exitosa un lugar en el espacio editorial no ocupado por ninguna otra cabecera en un periodo convulso (centro político, orientación business friendly y defensa de la Constitución española), como reacción al ejército mediático nacionalista emergieron iniciativas del mal llamado unionismo que malviven marginadas y que apenas lograron —en vez de construir medios de comunicación libres y democráticos— situarse en las trincheras propagandísticas contrarias al independentismo que critican. Había mucho cansancio entre los nos nacionalistas y una necesidad de que su voz también fuera escuchada y tenida en cuenta es lo que puede decirse en su descargo.

Los estigmas partidarios siguen definiendo de forma notable el periodismo que hoy se practica en Cataluña. Como viene sucediendo desde hace muchos años con la información deportiva, la adscripción a un movimiento o a una determinada idea política y social ya no avergüenza a muchos periodistas jóvenes que han nacido con el carnet del independentismo en su expediente profesional. Si el hooliganismo aceptado que preside la información deportiva en toda España es una irregularidad menor por la dimensión propia del contenido a que se refiere, el sectarismo partidario del nacionalismo es una monstruosa realidad.

Cataluña ha dejado de ser la cuna de grandes periodistas independientes que fue. Que la pluralidad haya saltado por los aires guarda estrecha relación con el propio órgano gremial de la profesión. El Colegio de Periodistas de Cataluña lo dirige hoy un profesional que es también el jefe de informativos de RAC1, la radio comercialmente independentista del Grupo Godó, después de sustituir a una periodista de corte nacionalista como Neus Bonet que estuvo durante 10 años al frente. Antes que la Cámara de Comercio, antes que el Colegio de Médicos, el de Periodistas ya fue infiltrado por el nacionalismo.

Por eso, cuando un alto cargo político como la consejera de Investigación y Universidades, Gemma Geis, se atreve a descalificar a Crónica Global, el Colegio de Periodistas de Cataluña está celebrando el final de año. O cuando de manera arbitraria esos mismos políticos radicales de Junts per Catalunya se atreven a retirar la credencial al correoso periodista Xavier Rius para acceder a la Generalitat, el órgano gremial hace el mismo mutis por el foro limitándose a decir que puede ser grave para la libertad de información, pero sin atreverse a solicitar la reversión de la medida. Tuvo que ser la justicia quien de manera cautelar dijera que prácticas totalitarias como esa, ni hablar. Otra vez los jueces poniendo orden donde solo hay pequeños dictadorzuelos y muchos cómplices cobardes.

Al final, el mapa periodístico responde con mimetismo a la polarización política que se instaló en Cataluña cuando Artur Mas decidió comenzar con su quimera. Como sucedía con el espíritu emprendedor, la iniciativa empresarial, la vanguardia cultural… el periodismo catalán era admirado fuera de Cataluña por su singularidad. Hoy, ni existe el hecho distintivo ni podemos enorgullecernos a la vista del desolador panorama que aqueja a profesionales y medios.

No, el periodismo ha dejado de ser en Cataluña un oficio reputado y reconocido por su importancia como valor de progreso y por su función social. Estamos heridos, somos acríticos, nos han fabricado el relato los políticos. Hoy, por desgracia y salvo honrosas excepciones, prevalece la propaganda, la militancia y el servilismo al poder de empresas editoras y profesionales. En Euskadi nos llevaban ventaja, pero nos hemos puesto a su nivel. Y, en ese contexto, algún periodismo barriobajero del que se ejerce en Madrid resulta menos deleznable en comparación. Como ocurre con los populismos de Ayuso y los de los independentistas. Lo del mal de muchos empieza a ser una locura.