Está claro que tanto el PP como Ciudadanos fían sus esperanzas electorales en la crispación del ambiente político, y pese a que niegan el pan y la sal al CIS del socialista José Félix Tezanos, preferirían ir a las urnas cuanto antes.

Ambas formaciones saben que otras encuestas privadas también apuntan una tendencia ascendente en el apoyo popular del PSOE, como saben que difícilmente volverán a una encontrar un adversario tan frágil: un Gabinete que solo cuenta con 84 diputados. La lluvia de escándalos y presuntos escándalos que castiga al Gobierno socialista día sí y día también dibuja el escenario ideal para forzar la caída del Ejecutivo.

Pero los socios de conveniencia de Pedro Sánchez también son conscientes de que precisamente esa debilidad gubernamental es propicia para obtener los mejores rendimientos a su colaboración. Y de que su caída no les beneficiaría en nada. Populares y naranjas se encargan de recordarles a diario que los motivos por los que apoyaron la moción de censura contra Mariano Rajoy el 1 de junio siguen vigentes.

Uno de los activos que podrían generar un buen resultado electoral del PSOE es el enfriamiento del conflicto planteado por los nacionalistas catalanes; "desinflar", en palabras de Miquel Iceta. Por eso José Luis Ábalos, el ministro de Fomento, se ha puesto al frente de la manifestación a favor del Corredor del Mediterráneo de la mano de los gobiernos autónomos afectados en un gesto que ha pillado a Quim Torra con el paso cambiado.

Dos días antes, Hacienda acordó el pago de casi 1.500 millones de euros de deuda atrasada con la Generalitat en cumplimiento de las sentencias del Tribunal Supremo.

La estrategia del Gobierno socialista es eliminar trabas para la colaboración entre la autonomía catalana y la Administración central, lo que aísla el discurso radical de Carles Puigdemont y de Quim Torra. Al menos, de momento. Y permite el trabajo en interés mutuo.

Todos --socialistas, populares, podemitas, naranjas-- sospechan con razón que los puentes con el independentismo sirven básicamente para ganar tiempo, un tiempo que los nacionalistas necesitan para reponer fuerzas y ampliar el eco del conflicto fuera de nuestras fronteras. Un tiempo que a Pedro Sánchez le sirve para dar esa imagen de gestor y gobernante que ya empezó a currarse cuando se lanzó a la investidura fallida.

Por eso la presión de la derecha y sus compañeros de viaje en los medios empujan con toda su fuerza para amargar las mieles del triunfo a un presidente de Gobierno en plena gira internacional para codearse con el canciller de moda, el canadiense Justin Trudeau, intervenir en Naciones Unidas y, lo nunca visto, mantener un coloquio de una hora en un inglés fluido en la sede central de Reuters.