Último viernes antes de Navidad y penúltimo del 2020. El año termina, en general, muchísimo peor de lo que comenzó, y no solo por la pandemia como tal, sino también por la gestión que se está haciendo de la situación (crisis) sanitaria, social y económica. Cabe preguntarse por qué la única verdad (o acierto) que han dicho los políticos de todo el mundo es que habría vacuna antes de cerrar el año. Y no una ni dos. Lo tenían muy claro --¡sorprendentemente claro!-- a pesar de que (dicen), a estas alturas, aún no se sabe de dónde ha salido este virus. No importa: distintos laboratorios han hallado una cura superefectiva en 10 meses, cuando el proceso lleva varios años.

En el ámbito nacional, está todo patas arriba en lo que al coronavirus se refiere. Las autoridades siguen dando bandazos, escudándose en que la situación es muy cambiante y que hay que tomar medidas sobre la marcha. Por lo tanto, se demuestra que la reunión navideña del Consejo Interterritorial de Salud (del 2 de diciembre) para pactar un plan común en toda España para Navidad fue un paripé (a la altura del comité de expertos que nunca existió). A pocos días de las fiestas, ni sirven aquellas medidas que se tomaron con excesiva antelación a las puertas de un puente, ni ahora se prevé que todo el país vaya a una: cada comunidad tiene libertad para restringir cuanto convenga. Porque nadie se atreve a dar el paso; nadie se atreve a gobernar. Y los ciudadanos, como peonzas; entre el hartazgo y el sentido común…

En Cataluña, el asunto tampoco es mejor, por más que algunos se empeñen en diferenciarse del resto de España. El plan de desescalada estaba previsto para llegar justo a Navidad con la mayor laxitud posible a fin de permitir reuniones de hasta 10 personas. Sin embargo, la evolución del virus en la comunidad autónoma acabó con esa previsión en menos que canta un gallo. Desde entonces, la Generalitat trata de encajar cubos en esferas, ha flexibilizado algunas medidas para salvar la economía y, por si fuera poco, los socios del Govern se pelean por las nuevas restricciones que hay que aplicar: mientras ERC apuesta por dar marcha atrás en algunos puntos, JxCat pretende tocar lo justo, porque las limitaciones afectarían en especial a las áreas bajo su control. El Covid-19 se ha disparado muy deprisa y el plan es que ¡no hay plan! Bueno, sí, pero es ajeno a la economía y a la salud.

La cuestión es que la Generalitat anunció en su momento que frenaría la desescalada si la Rt o velocidad de transmisión se situaba por encima del 0,9 (y así lo hizo), y que tomaría decisiones drásticas si superaba el 1. Este indicador lleva ya unos días por encima de 1 y lo único que se ha transmitido desde el Govern es que habrá Navidad y que se tenían que reunir para ver qué medidas tomaban, pero antes había que confirmar la tendencia ascendente. Eso y un mensaje de Salud en el que llama a salir lo justo de casa, mientras se abren centros comerciales y se permite el funcionamiento de la restauración. Contradictorio. ¿Cuántos días necesitan, con el virus desbocado, para decidir cuestiones tan importantes (aunque impopulares) como las limitaciones navideñas? No se trata de parar la economía, pero sí de limitar al máximo las reuniones y de hacer mucha pedagogía, con mensajes claros y sencillos. Tanto que gastan en márketing y no usan sus conceptos cuando toca de verdad. Ya tendrían que tener un plan con distintos escenarios y aplicarlo de inmediato según la evolución, pero más vale aferrarse al sillón a cualquier precio. Lo de siempre: improvisación y postureo (sobre todo, postureo), y a vivir, que son dos días.