Una historia por el poder, por mantenerlo, por impedir que el adversario lo tenga. Una historia por conservar buenas plataformas, por seguir en primera línea, por influir y por la vanidad --además de los ingresos pecuniarios que comporta--, de formar parte de la elite política. Poco más. En eso ha consistido la apuesta de los supuestos intelectuales nacionalistas catalanes por el proceso independentista, engañando y arrastrando a cientos de miles de personas que, por razones muy diversas, siguen creyendo que todos sus males se deben a la pérfida España. 

Pilar Rahola ha formado parte de ese engranaje. Cuando este cronista constataba que una serie de personajes debían ser fiscalizados porque, bajo la apariencia de analistas, estaban dirigiendo una operación política perversa para el conjunto de la sociedad catalana, Rahola y otros muchos disparaban sin demora con calificativos como delator y mala persona.

Ahora se comprueba, cuando Rahola habla en primera persona del plural, los de Junts per Catalunya, los de Puigdemont. Ha formado parte del equipo, con Artur Mas, primero, y luego con Carles Puigdemont, y lo demuestra sin tapujos en una conversación con David Madí, a partir de las investigaciones del juez Aguirre. Tiene toda la razón cuando sostiene que se trata de conversaciones privadas, que nada tienen que ver, supuestamente, con lo que pretendía investigar el juez --el desvío de dinero público hacia las arcas del vecino de Waterloo--. Es cierto. Ni deberían plasmarse en el sumario ni se deberían filtrar. Pero las hemos escuchado y es evidente que tienen una carga política de primera magnitud. Y cuando ocurre en un sentido no vale criticarlo, si no se hace lo propio cuando los perjudicados son otros, como pasó con las escuchas por el caso Pretoria.

El caso es que Rahola comunica a Madí que le quieren reducir sus múltiples espacios en TV3 porque, supuestamente, la televisión pública la domina ahora ERC. Y que lo ha hablado con “Carles”, pero Vicent Sanchis, el director de la tele, no le hace mucho caso. Madí lo sabe, está al corriente de todo, y aprovecha para cargar contra Sanchis, a pesar de que han colaborado codo con codo durante años. Se trata de una obscenidad, que se intuía, que se conocía, por fuentes intermedias, pero que era imposible interiorizar con esa crudeza y ese desparpajo característico de Rahola en una charla informal.

Es la muestra de una lucha de poder, sin tapujos, sin subterfugios. Y no hay nada que objetar, no hay nada ilegal, y es verdad que el juez Aguirre se ha extralimitado. Pero muestra algo mucho más crucial: la responsabilidad de la clase dirigente nacionalista. O, dicho de otra manera: su grave irresponsabilidad al llevar a cabo un proyecto que sabían imposible, comprometiendo a clases medias temerosas del futuro que se engancharon al sueño identitario. ¿Y qué se pretendía? Mantener esas plataformas. Un caso clásico de clerecía.

La responsabilidad es mayor respecto a la cúpula que proviene de la exConvergència, que sigue sin entender lo que supone la alternancia política. Sus dirigentes lo mostraron con el primer tripartito, al que hicieron la vida imposible solo porque, ¡vaya!, habían pasado a la oposición después de 23 años. Esa adherencia al poder se puso a prueba, de nuevo, en 2012, cuando Artur Mas se abrazó a ERC tras unas elecciones que no necesitaba anticipar en ningún caso. Y se repitió en 2015, con una jugada todavía más perversa, al entregarse a la CUP para seguir en el poder, evitar unas nuevas elecciones y manejar los resortes del poder desde la Generalitat. Vamos a repetirlo: entregarse a la CUP, y permitir que impusieran su agenda política, que se mantiene todavía ahora.

Y la grave irresponsabilidad se produjo en 2017, en los meses anteriores y justo después del referéndum del 1-O, cuando los jefes del procés tonteaban con la posibilidad de enviar a los “soldados” al Parlament de Cataluña, para hacerse fuertes, y provocar una escalada de violencia “contra el Estado”. ¿Madí? Connais pas. No sería él quien acampara delante del edificio en el Parque de la Ciutadella. Él es un general; y los generales dirigen las operaciones desde los despachos.

Esa es la obscenidad que se debe poner de manifiesto, con una crítica razonable, pero exigente. Porque, tal vez, lo que podría explicar Rahola es por qué al conjunto de catalanes les irá mejor si los exconvergentes, con otros ropajes, siguen dirigiendo Cataluña. ¿Hay razones objetivas que desconocemos? ¿Una gestión maravillosa? No lo ha parecido en todos estos años.

Luego está un deseo ingenuo. ¿Puede recuperar TV3, una televisión que fue un espejo para el resto de televisiones en España por su buena factura y sus reportajes, el papel que se le encomendó? ¿O seguirá siendo el trozo de pastel que se reparten las fuerzas independentistas?

 

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