Siempre se ha dicho que cuando los políticos quieren enterrar un asunto espinoso crean una comisión. Eso ha sido así en todas partes, menos en Cataluña. Aquí se formó una comisión parlamentaria en torno a la aplicación del artículo 155 de la Constitución con el propósito claro de regodearse con la supuesta y enésima afrenta del Estado a los catalanes.

La jornada lamentable de este martes deja bien a las claras que aquí este tipo de comisiones persigue otros fines, acordes con la singularidad del país: desde ser el escenario para el inicio de una campaña electoral, hasta convertirse en el vertedero donde insultar al primer partido de la Cámara catalana después de mirar fija y profundamente a los ojos de su presidenta. Los partidos constitucionalistas y los que no bailan el agua a los indepes se mantuvieron al margen de la comisión, pero Ciudadanos ha querido apuntarse a la comparecencia de los presos y participar en el espectáculo.

Oriol Junqueras ha vuelto como el rey del diálogo, lo ha hecho perdonando la vida a sus enemigos políticos --ha citado a algunos y a otros apenas los ha aludido, quizá porque están muy lejos, incluso fuera de España-- y sin dejar su característico tono de predicador: el junquerismo, como dicen sus admiradores.

Seguro que no es lo que pretendían, pero el uso de la comisión de investigación como teatrillo de sus cuitas políticas no ha hecho más que profundizar el bochornoso espectáculo del lunes e identificar a ERC con los desorientados neoconvergentes. Las instituciones se merecen más respeto por parte de quienes las ocupan y se sirven de ellas. Alguien debería haber informado a los presos de cómo estaba el patio y de que no podían recurrir al argumento ridículo de que el 155 solo sirvió para frenar las políticas sociales de aquel Govern porque como todo el mundo sabe, el independentismo ha mantenido los recortes que inició Artur Mas en 2011 y no ha hecho políticas sociales.

El 155 sirvió para frenar sus disparates, el atropello de la legalidad y para restablecer el orden. Si hay que hacer un balance, probablemente ganarían los que opinan que Mariano Rajoy se quedó corto. Además de los de Lledoners, el único que parece no haberse enterado es Quim Torra, que deambula por los pasillos de la Generalitat como el zombi que desobedece.

La actuación de ayer, como la famosa entrevista de la “mierda; una puta mierda”, pone al presidente de ERC en una situación delicada. Debería meditar sobre la puesta en escena de su papel. La sentencia del Tribunal Supremo le inhabilita para 13 años, pero él mismo puede llegar a incapacitarse de por vida para ser útil a su partido y a la causa que defiende de seguir por este camino.