“Tal como están las cosas en la política catalana, Junqueras es el dirigente que mejor representa la moderación”. Así justificaba ayer una voz muy autorizada del empresariado catalán la visita que el presidente de la CEOE, Juan Rosell, hizo al líder de ERC en la cárcel de Lledoners. La reflexión demuestra que el republicano mantiene su tirón en determinados ámbitos de poder. Que hace un año indujera a Carles Puigdemont a aprobar una declaración unilateral de independencia en lugar de convocar elecciones --Junqueras puso como excusa a su militancia, pero en realidad fueron los gritos de “traidor” los que le empujaron al abismo-- no ha alterado esa imagen de hombre conciliador.

Es cierto que ERC lleva meses desmarcándose del proyecto rupturista de Puigdemont, quien pretendía arrastrar a los republicanos a un escenario de desobediencia con la única finalidad de erosionar a su rival electoral. Que el fugado convergente pretenda meter en la cárcel al presidente del Parlament y dirigente republicano, Roger Torrent, para neutralizarle es de traca. "Si quiere ganar algo de dignidad, debería volver y encerrarse en la cárcel con sus amigos”, soltó un tertuliano a Puigdemont en la televisión belga. Pues eso.

Lo dicho, que el tiempo pasa, pero la influencia de Junqueras permanece inalterada. Primero es entrevistado en TVE, después le visita Rosell, acompañado de Josep Maria Álvarez, secretario general de UGT y, finalmente, el Gobierno admite que estaba informado de que el jefe de los empresarios españoles acudiría a Lledoners. No hace falta ser muy imaginativo para intuir que el Ejecutivo de Pedro Sánchez se está encomendando a Junqueras para propiciar nuevos horizontes políticos en forma de tripartito en Cataluña y en el Congreso. El líder del PSOE quiere presentar los presupuestos generales del Estado y aprobarlos con la ayuda de quienes le auparon a presidente, vía moción del censura. ERC fue uno de los partidos que propició el cambio a nivel nacional. ¿Por qué no a nivel catalán?

Nadie confía en la tregua que se han dado JxCAT y ERC hasta que se dicten las sentencias judiciales por el 1-O, porque la relación entre ambos socios es insostenible. También lo es mantener el procesismo y evitarlo solo pasa, hoy por hoy, por una alianza de ERC, comunes y PSC que evoca a tiempos pasados convulsos, pero ni por asomo tan traumáticos como los vividos en los últimos cinco años. Obviamente, ese nuevo tripartito requeriría de una enorme generosidad por parte de los tres partidos. Pero es la única fórmula viable hoy por hoy para cambiar mayorías. Puigdemont lo sabe, de ahí su enloquecido intento de arrasar con un Parlament que tilda de soberano, pero que bloquea y vilipendia cuando le da la gana.

Junqueras, de nuevo, tendrá que enfrentarse a sus bases, a las que lleva preparando desde hace tiempo a través de mensajes que hablan de diálogo y ampliar la base social. En paralelo, dirigentes como Sergi Sabrià o el propio Torrent instan a abandonar la gesticulación y la retórica. La música republicana, obviamente, suena bien a esos sectores empresariales ávidos de ese tipo de mensajes. Pero hay que ponerle letra. De lo contrario, Junqueras no pasaría de ser un nuevo Duran i Lleida, que siempre dijo lo que querían oír los políticos y empresarios españoles. Esto es, que en Cataluña no iba a pasar nada. El resto es historia.