Quienes sigan el juicio contra los políticos catalanes presos han tenido que sorprenderse al oír a Jordi Sànchez cuando explicaba ante el tribunal que tanto el conseller de Interior de la Generalitat, Joaquim Forn, como el jefe máximo de los Mossos d’Esquadra, Josep Lluís Trapero, recurrieron a sus servicios el 20 de septiembre de 2017 para controlar a la turba que se manifestaba ante la Consejería de Economía y que colapsaba el centro de Barcelona.

En su calidad de presidente de la ANC, había convocado la protesta y era quien tenía más posibilidades de reconducir la situación, que se había convertido en algo peligroso con agentes de la Guardia Civil y funcionarios de justicia rodeados por decenas de miles de manifestantes.

Es decir, el Estado --la Generalitat-- era incapaz de garantizar el orden público y recurría a una organización civil. Sànchez no tuvo empacho en explicar al tribunal sus gestiones, su poderío, y el control que ejercía sobre los acontecimientos. Hablaba con los altos cargos del Govern, con los mandos policiales, entraba y salida de la consejería sitiada: hacía de mediador.

Esa imagen, la del dirigente de una organización civil poniéndose al frente de una crisis tan importante como aquella, es el retrato fiel de hasta dónde había llegado la degradación política en Cataluña y cómo estaba el país en aquellas fechas. La Generalitat se había allanado en beneficio de personas y organizaciones sin mandato democrático, quizá no de una forma premeditada pero real y efectiva. Con muy malos resultados para el interés general, como se pudo ver después.

La huida hacia delante que Artur Mas emprendió en 2012 le llevó a echarse en brazos de los activistas de la ANC, primero, y a quedar prisionero, después, de los diputados de la CUP. Fuimos aprendices de brujos fracasados, dijo ayer Santi Vila al fiscal.

Sànchez, un viejo experto en manifestaciones --portavoz de la Crida a la solidaritat durante diez años--, llegó a convertirse en un elemento clave del diseño del camino hacia la República, fue interlocutor preferente de la Presidencia del Govern e incluso participó en los sanedrines que convocaba Carles Puigdemont para monitorizar el procés. Fue candidato a la investidura como presidente de la Generalitat y ayer emuló al Junqueras de la semana anterior y dio un mitin al Tribunal Supremo en calidad otra vez de candidato. Pero, ¿candidato a qué?

Forma parte, como Torra y Puigdemont, de esa visión alejada de la realidad, la que les hace decir una y otra vez cosas como Som República, de ese colectivo de irreductibles que viven en otro mundo, en uno que solo ellos ven. Están iluminados.