Hubo un cierto entusiasmo cuando Josep Sánchez Llibre alcanzó la presidencia de Foment del Treball porque su llegada evitaba que el independentismo (o el nacionalismo más radical) tomara el control de esa importante asociación empresarial. El nuevo jefe de los patrones reúne por su bagaje anterior la condición de persona que se mueve bien en la política. De su paso por Convergència i Unió, y en especial gracias a su prolongada estancia en Madrid en el Congreso de los Diputados, aprendió todos los entresijos del lobismo político. Que un catalanista moderado se pusiera al frente de la entidad patronal conjuró las malas intenciones de los grupúsculos empresariales que coquetean con el independentismo, porque no es lo mismo combatir contra Sánchez Llibre que contra su antecesor en el cargo, Joaquín Gay de Montellà, que vivía entregado al PP de Madrid e impresionado por los manejos de la villa y corte.

El contexto del asociacionismo empresarial y de sus entidades de representación está tan herido en el fondo como cualquier otro ámbito de la sociedad catalana. La fractura se ha hecho menos evidente en Foment, más en Pimec o discurre como un subyacente en las elecciones que se celebrarán a las cámaras de comercio catalanas. La batalla por la de Barcelona es el más claro ejemplo de esa división latente y algunos candidatos, como Enric Crous, ya han puesto sobre la mesa sus credenciales identitarias hasta con el lema de campaña.

En Pimec, Josep González resistió la embestida de un montaje pseudoeconómico del que ya no se habla, pero que fue muy activo en sus inicios: el llamado Cercle Català de Negocis. Alguno de sus miembros intentó tomar el control de la patronal de las pymes y salió trasquilado. Al final, la organización que dirige el veterano dirigente se ha quedado donde estaba cuando la auspició Jordi Pujol, en el nacionalismo empresarial ambiguo.

Donde el secesionismo ha obtenido mejores cotas de representación es en la Tractoria empresarial. De ahí que la egarense Cecot resulte hoy el principal punto de reunión de los seguidores del antiguo convergentismo convertido hoy en el juguete de Carles Puigdemont y sus gregarios. Y por lo que parece, Sánchez Llibre cerrará en breve un acuerdo con los de Terrassa para que regresen al Foment que les expulsó en el mandato anterior. Entre Foment y Cecot ha pasado algo similar a lo que se vivió con los gobiernos de España y de Cataluña, que la confianza entre ambos se quebró por la deslealtad institucional. Sánchez quiere cerrar ese capítulo, pero está por ver si con un mínimo control sobre el resultado de la foto oportunidad que se hará con el eterno aspirante a cualquier poder Antoni Abad.

Que el nuevo presidente de Foment haya trufado la patronal de un nuevo equipo muy próximo pero vinculado en exceso a su antigua ocupación política no ha sentado del todo bien entre los círculos empresariales clásicos. Está bien, vienen a decir, que pague los favores recibidos para llegar al cargo, pero existe el riesgo latente de que Sánchez piense que dispone de una especie de patente de corso para dedicarse a la política desde el sillón empresarial. Que ayude y colabore, como sucedió con la visita de Pedro Sánchez a Barcelona, puede ser una opción válida e interesante para la estrategia empresarial, pero que se dedique a mediar entre negociadores de presupuestos de los partidos y otra serie de cosas podría hacer perder el objetivo principal de la dimensión lobística de la patronal: influir y conseguir una legislación y unas regulaciones favorables a los intereses empresariales.

Más allá de la cautela que genera la hiperactividad de Sánchez Llibre, Foment vive asimismo el cansancio y desconfianza del empresariado con respecto a sus organizaciones de representación. De hecho, cada vez más sociedades intentan hacerse las olvidadizas con respecto a su afiliación y el nuevo equipo de la patronal catalana está haciendo una ronda para recordar a algunas empresas de primer nivel que no contribuyen a la causa de la que teóricamente se benefician. Sánchez Llibre maneja con solvencia esas cuestiones, es un transaccionador y el responsable de que en las torres negras de la Diagonal de Barcelona se apodara al grupo parlamentario de CiU en el Congreso como “la gestoría”. No tendrá problemas para mejorar las finanzas de una entidad que todavía muestra síntomas de excesiva dependencia del dinero público que le concede por ley la Generalitat o de los fondos para la formación, que constituyen un negocio con el que obtener ingresos adicionales.

En el poco tiempo que ha transcurrido desde su llegada, el presidente de Foment se ha mostrado en público más activo con la política que con la empresa. Y eso que su aterrizaje se ha producido en un momento de cierta relajación en el asunto catalán. Si ha sido fortuito y fruto de la agitación de la vida pública española o no lo dirá una lectura más prolongada de su gestión, a la que algunos sectores quieren ponerle la lupa para evitar que el candidato que auparon a la presidencia caiga en la democrática y cristiana tentación de emular su anterior etapa y olvide aquello de zapatero…