El Síndic de Greuges de Cataluña, Rafael Ribó, viajó en dos ocasiones a bordo de un avión privado para asistir a partidos del Barça disputando la final de Champions: Roma (2009) y Berlín (2015). La Fiscalía Anticorrupción le acusa de cohecho impropio porque se benefició de esos regalos del empresario Jordi Soler, implicado en los pagos del 3% al partido de Jordi Pujol, Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra.
Ribó ha confesado ante el juez de la Audiencia Nacional que no sabía quién pagaba aquellos vuelos, aunque está documentado que sí sabía a quién tenía que pedir plaza para su hija: Jaume Camps, el diputado convergente que actuaba de enlace entre el Síndic y el paganini.
Este culé es un amante de la estabilidad laboral. Fue presidente de ICV durante 14 años y ahora lleva 15 ejerciendo del equivalente al defensor del pueblo y si no repite es porque ha agotado los dos mandatos que permite la ley. Desde principios del año pasado está en funciones: el Parlament necesita 81 votos para elegir al sucesor y no encuentra el consenso que se produjo en torno al viejo comunista en 2004 y 2010. La transformación procesista que ha vivido Ribó en los últimos años, aplaudida incluso por la CUP, no haría de él en estos momentos un candidato con suficientes apoyos.
En paralelo a esa deriva nacionalista le ha dado por cometer algunos disparates, más allá del calificativo que pueda merecer su afición al gratis total que se refleja en los desplazamientos futbolísticos y en sus ya famosos viajes a lo largo y ancho del mundo acompañado por su jefa de gabinete. No ha tenido empacho en comparar a España con Turquía, como tampoco se le ha caído la cara de vergüenza al validar la firma de Pasqual Maragall en un manifiesto a favor de los políticos presos o al criticar al Gobierno por cesar a Carles Puigdemont tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
No conoce los mecanismos de compensación entre los sistemas sanitarios de las autonomías españolas, lo que tampoco le impide proclamar que el déficit sanitario catalán tiene que ver con los pacientes de otros territorios a los que atiende. Igualmente olvida los tijeretazos aplicados por Artur Mas al sistema público catalán, que dispararon las listas de espera.
Pero lo más sorprendente del caso Ribó no es esto que acabo de resumir, no. Lo más curioso es que lo sabemos porque solo un partido --Ciudadanos-- le ha señalado de forma pública. Los demás se han puesto de perfil, como si no fuera con ellos, como si se tratara de otra manía persecutoria de esta gente de Cs. ¿Acaso no es motivo suficiente que se haya beneficiado de los obsequios de un empresario del 3% para pedir su renuncia? Incluso aunque fuera verdad lo que dice, que viaja en un jet privado sin saber quién se lo paga.
Es un silencio coherente con el ambiente que nos rodea, donde nadie mueve una pestaña al saber que los Presupuestos de la Generalitat prevén una inyección directa de 525.000 euros para Òmnium Cultural y otros 135.000 para Plataforma per la Llengua, los hiperventilados que investigan en qué idioma juegan los escolares catalanes. Tampoco nadie se rasga las vestiduras porque Gala Pin encuentre trabajo en Goteo, a donde ella misma destinó 160.000 euros cuando estaba en el Ayuntamiento de Barcelona.
Es lo de siempre, pujolismo en estado puro que sigue tan vivo como hace 40 años. Cada partido cuida y riega su huerto con el dinero de todos, y los demás a callar como si temieran quedar fuera del reparto. Y, en medio, personajes a los que 130.000 euros públicos anuales les saben a poco y se suben al primer jet privado que pasa. Deben ser esas clases medias apuradas a las que se refieren los ideólogos del régimen.