Bien, de acuerdo, no hubo conspiración en la cancelación del congreso de móviles de Barcelona. O, en todo caso, no fue la causa principal para la anulación. Tampoco las administraciones son responsables de la pérdida de la mayor feria internacional que se celebra en España, aunque podrían haber obrado mejor. A las grandes empresas les temblaron las piernas y prefirieron no arriesgar su reputación o agarrarse al concepto de la responsabilidad social sobre empleados e invitados antes que asumir el mínimo riesgo de viajar a la Ciudad Condal.

La reflexión que debemos hacernos tras estos días de trasiego y tristeza por lo que pudo haber sido y no fue reside más lejos. El análisis final sobrepasa los límites de contagio del coronavirus. Y para ello es necesario responder algunas preguntas: ¿Cuánto pinta España en el mercado mundial de la tecnología, en el mundo en general? ¿Tiene sentido en lo inmediato la celebración de ferias y congresos como el Mobile World Congress de carácter presencial y en un universo donde las empresas son cada vez menos partidarias de compartir los mercados y más proclives a colonizarlos sin una colaboración mínima entre ellas? ¿Barcelona había hecho en los últimos años todo lo posible para dibujarse ante el mundo como la ciudad segura, estable, hospitalaria, acogedora y humana que la distanciaba de cualquier otra sede mundial competidora para grandes eventos?

Apple nunca ha venido al congreso barcelonés. No le hace falta para liderar en el mundo los últimos avances en comunicación de movilidad. La utilidad de una reunión anual para algunas grandes corporaciones es relativa si se examina desde el lado de los costes en los que incurren y el retorno que reciben. ¿Cuánto negocio directo o inducido realizan las compañías asistentes que no harán al prescindir de la cita?

La feria del móvil ha avanzado más lenta que la propia tecnología que muestra. Su formato clásico de expositores, ponencias, presentaciones y encuentros con los medios de comunicación está superado por el día a día de los avances. ¿Cuántas empresas del sector no concebían la feria española como unas pseudovacaciones de sus ejecutivos en una cálida ciudad mediterránea con enormes posibilidades gastronómicas, culturales o de ocio?

La continuidad del Mobile en Barcelona está en entredicho, no sólo porque la ciudad haya sido poco friendly en los años de procés y colauismo, sino porque la reunión ha perdido interés por sí misma. Les pasa a los salones del automóvil que se celebran por doquier o todas las ferias que muestran productos que cualquier consumidor puede conocer a los pocos segundos de nacer por las redes. El modelo ferial está en declive y peca de estar exprimiéndose hasta el límite de sus posibilidades.

Hubiera sido un gesto de distensión y diálogo verdadero ver aparecer juntos a Pedro Sánchez, Quim Torra y Ada Colau para mostrar al mundo que, al estilo olímpico de 1992, las administraciones españolas no tenían fisura alguna sobre la celebración del Mobile y que, además, daban garantías creíbles en términos sanitarios. Convertir la celebración del congreso en una cuestión de Estado habría generado una confianza que ni visitantes ni organizadores tuvieron en ningún momento. Podría incluso haberse activado la diplomacia española. Quizá tampoco habría llegado a celebrarse, pero estaríamos seguros de que no fue culpa nuestra.

Barcelona lleva muy tocada los seis años de gobernación de Colau. No ha conseguido mejorar el problema de vivienda que sufre la ciudad, la seguridad ciudadana sigue en entredicho, no sabe qué hacer con la nueva movilidad y ha coqueteado con ser la capital del independentismo cuando ha convenido. El sector del turismo, la inversión, los visitantes internacionales y ahora los grandes decisores tecnológicos del planeta acumulan suspicacias sobre aquella urbe en la que antaño sólo veían oportunidades y maravillas urbanísticas o climáticas. Aunque se transforme de activista anticapitalista en mujer institucional, la alcaldesa no genera confianza suficiente para que Barcelona recupere el coste de oportunidad de aquello que se perdió desde su llegada en 2015. Pasará tiempo para enderezar tan lamentable estado de cosas y sus calculadas ambigüedades son pésimas consejeras para enmendar los errores cometidos.

La cancelación del congreso de los móviles no costará solo los 500 millones de euros que le proporcionaba a la ciudad en términos de nueva riqueza. La imagen de una marca tiene costes difíciles de calcular, pero las pérdidas acumuladas en estos últimos años por Barcelona son más elevadas. Es sabido que destruir resulta siempre más fácil que construir. Además, es más rápido. Por eso, que el Mobile nos deje huérfanos este año no es una desgracia en sí. Lo es porque supone un corolario de decadencia a una ciudad sin dirección estratégica, que nadie sabe adónde va ni exactamente qué quiere ser en el futuro más allá de las cuatro proclamas populistas y huecas lanzadas por Colau y los suyos, que son toleradas por una clase política que desde el gobierno o la oposición actúan con complejos cómplices.

Es una mala noticia que la semana próxima no tengamos la ciudad colapsada por los miles de visitantes de la acreditación al pecho. Es una verdadera lástima, cierto. Pero lo que resulta más preocupante es que llueve sobre mojado en la capital catalana. La cancelación del Mobile sencillamente nos enfrenta a nuestra agónica realidad.