Mañana se va a celebrar un acto de masas propiciado por organizaciones empresariales que quieren denunciar la grave situación que padece Cataluña y proponer un Pacto de país, una especie de tregua que ayude a empujar la economía a salir de la doble crisis que suponen el coronavirus y sus repercusiones económicas.

Los datos del desempleo conocidos ayer, las cifras de los ertes y el goteo de cierres de empresas dibujan ya el tamaño de la depresión que sucederá a la pandemia. Pese a la nueva política económica de la Unión Europea, que va a inyectar grandes recursos para fomentar el consumo y la actividad, la crisis será profunda. Y afectará en especial a sectores básicos para la riqueza de nuestro país como son el turismo y el comercio.

Las últimas algaradas, la violencia extrema de sus protagonistas, empeñados en erosionar la marca Barcelona, han puesto más en evidencia que nunca la incapacidad de nuestros gobernantes. Obtienen apoyo popular, sí, como acaba de verse en las elecciones autonómicas, pero su incompetencia para gestionar los intereses colectivos también salta a la vista. No solo demuestran su ignorancia en la dirección de las fuerzas del orden para mantener la paz en la calle y proteger la propiedad pública y la privada, sino que tardan días en reaccionar ante la kale borroka. Y necesitan más de una semana para organizar una cumbre entre las administraciones implicadas.

En paralelo al cúmulo de disparates que se han ido produciendo ante nuestras narices con una impunidad insultante, los empresarios han podido comprobar cómo el movimiento nacional que está detrás de esa revolución mantiene inalterable su hoja de ruta para conquistar todas las instituciones del país. Conseguidas ya --y paralizadas-- las políticas, han iniciado la marcha sobre las económicas. Después de la Cámara de Comercio de Barcelona, que lógicamente no participa en el acto de mañana de la Estació del Nord, lo intentaron en Pimec, un asalto que provocó una respuesta fulminante.

Con la gran patronal, Foment del Treball, lo tienen difícil de momento. Porque lo que en un principio se pudo interpretar como un problema --la larga y estrecha vinculación de Josep Sánchez Llibre al mundo de la política--, puede suponer una ventaja. Los empresarios hacen bien en salir de su letargo y articular una respuesta política a lo que es pura política. De no hacerlo, serán barridos de sus propias organizaciones, que se convertirán en páramos habitados por una casta de funcionarios al servicio del nuevo movimiento nacional.