Ada Colau tendría que pedir hora al otorrinolaringólogo (no, no es la palabra más larga en español; esa es electroencefalografista), porque ha comenzado el 2020 por todo lo alto: todos hablan de ella, y algo me dice que no muy bien. A la alcaldesa le deben pitar los oídos día y noche (solo hay que escuchar las bonitas palabras que le dedican algunos políticos y políticas desde Madrid ahora que quieren arrebatar el Mobile World Congress a Barcelona), y con esta molestia auditiva es complicado gestionar tamaña ciudad. ¿Será por ello que saca de la chistera medidas tan… llamativas?

Acabamos de superar el ecuador de enero, y hay que ver todo lo que ha dicho y hecho la alcaldesa. Comenzó el 2020 haciendo bandera del cambio de los bonos de transporte impulsado por la Autoritat del Transport Metropolità. Un cambio que fue parcialmente modificado hasta en dos ocasiones tras su presentación porque habían quedado algunos cabos sueltos… Está bien rectificar, y parece que la medida puede funcionar, pero la imagen denota poca seriedad. Aunque, siendo sincero, al lado del costoso pesebre-trastero de la plaza Sant Jaume casi todo se queda en anécdota.

Pero Colau sale a sorpresa por día en este año tan movido. No hay que olvidar que acaba de poner en marcha la Zona de Bajas Emisiones, porque además de las molestias auditivas le cuesta respirar entre tanta polución. En unos meses, castigará con multas a los conductores cuyos coches contaminen más de la cuenta (que digo yo que si circulan con ellos es porque los necesitan, porque no pueden renovarlos y porque nadie se atreve a comprar un vehículo en esta etapa de transición; normal que se dispare el renting) y todavía estudia la implantación de un peaje para entrar en Barcelona. Menos mal que le apagaron la bombilla de quitar puntos del carné por ello. No le compete.

Ni siquiera ello ha detenido a la alcaldesa. Después de los turistas, el otro gran reto que tiene en la cabeza es el de combatir el cambio climático. A cualquier precio. A la Zona de Bajas Emisiones hay que añadir su intención de restringir el tráfico rodado en 15 kilómetros de la ciudad. ¡En 15 kilómetros! Más superilles y más zonas verdes. Más lío. También quiere reducir el número de cruceros (como si dependiera de ella, aunque ya sabemos que es más de pedir perdón que permiso). Y, como colofón, se propone “limitar” la ingesta de carne roja en los colegios, por eso de que las vacas contaminan mucho. El colmo. ¿Y se puede saber qué propone para sacar a los CDR de la Meridiana? Aparte de nada, claro.

Si logra cumplir todas esas ideas le quedará una ciudad muy bonita, eso sí. Ideal para pasear. Sin coches ni contaminación. Sin turistas. Y sin trabajo. Ello podría moderar también el precio de la vivienda. Ya solo le falta a Barcelona perder el Mobile World Congress para redondear la faena, aunque no se me ocurre mejor candidata para acogerlo que la segunda ciudad española. No le faltan novios a la gran feria del móvil. En Madrid están al acecho, y han demostrado que son capaces de todo con tal de hundir la reputación de Colau y llevarse este congreso a la capital en próximas ediciones. Están poniendo a la alcaldesa de vuelta y media.

Sin embargo, visto desde el prisma de la lideresa de Barcelona en Comú este cambio de sede podría ser incluso positivo para el medio ambiente. Entiendo que el equipo de gobierno de Colau iría a Madrid en tren (como así ha ordenado), mientras a la inversa, de la capital a Barcelona, son varios los políticos que toman el contaminante puente aéreo.