Acaba de celebrarse el trofeo de tenis Banc Sabadell-Conde de Godó en la edición de este año 2018. Ha ganado un españolazo, un deportista mallorquín que además de pasear el deporte del país por todo el mundo desde hace años y con éxito no se corta jamás ni un pelo en recordar sus orígenes hispánicos y hasta su madridismo congénito.

Durante una semana, Barcelona es la capital del tenis internacional. El Godó es el torneo que aún mantiene viva la ciudad en materia deportiva y, en especial, en el circuito tenístico mundial. Es, además, el mayor evento social de la burguesía catalana que se celebra cada año. Lo pagan a escote el patrocinador principal, los organizadores del Real Club de Tenis Barcelona y el Ayuntamiento de Barcelona. Y eso a pesar de que Madrid ha montado un torneo con más premios y glamour y los entendidos dicen que a Barcelona los grandes sólo vienen a entrenarse.

Por primera vez desde que Ada Colau fue designada alcaldesa de la ciudad, ella y su equipo han participado en el evento con un entusiasmo sorprendente. Lo decíamos en una crónica de este medio, en la que subrayábamos la reconciliación aparente de la dirigente revolucionaria con la nobleza catalana. Pero no hemos sido los únicos. Un excelente artículo del colega de la competencia Antonio Fernández, que si no lo han leído les recomiendo encarecidamente, daba cumplida cuenta de la enjabonada que Colau le ofrecía al conde Javier Godó.

¿Qué ha pasado para que la transformadora alcaldesa, la defensora de las causas perdidas, la peronista indepe, el martillo de herejes del capitalismo se volviera de repente una integrante más de esa alta sociedad barcelonesa? En la crónica de Fernández se ofrece todo un reguero de claves que no debieran pasar desapercibidas a un año escaso de unas nuevas elecciones municipales.

Han sido tantos los errores del equipo municipal que gobierna la ciudad, que la plebeya Colau ha decidido rendir pleitesía al aristócrata Godó

En pocos días, Colau acompañaba con una copa de cava a Javier Godó en la fiesta literaria que el diario del conde realiza con motivo de Sant Jordi y con paraguas y croquetas unas horas más tarde en las pistas del Real Club de Tenis Barcelona, en Pedralbes. La alcaldesa y su número dos, el resentido Gerardo Pisarello, que también compartió mesa y mantel con el aristócrata barcelonés, olvidaron de repente todos sus cánticos en contra de la monarquía borbónica y se dedicaban a alabar el papel de los organizadores del evento incluso en un artículo de prensa. ¿Casualidad?

En absoluto la actitud de Colau y su equipo es gratuita. Los reyes del peronismo indepe se han dado cuenta que no podían permitirse ni un fallo más. Ni un solo error después de que la Barcelona World Race decidiera largarse de Barcelona, que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) nos la birlaran los Países Bajos, de poner en riesgo la celebración del World Mobile Congress y de envainarse sus críticas al desarrollo de la Fórmula 1 en el Circuito de Cataluña-Barcelona, en Montmeló.

Han sido tantos los errores del equipo municipal que gobierna la ciudad en muchas materias, pero sobre todo en la estrategia internacional de ciudad, que la plebeya ha decidido rendir pleitesía al aristócrata. Sabe a la perfección Ada Colau que Godó es el propietario de un influyente grupo de comunicación que puede ponerle difícil su regreso a la casa consistorial como primer edil si se lo propone. Así que, si de hacerle la pelota al conde se trataba, la responsable municipal se puso manos a la obra y empezó su campaña electoral actuando contra lo que viene siendo habitual en ella en términos ideológicos pero a favor de lo que mejor domina, el postureo ambiguo.

Resulta tan ampulosa y posturera nuestra alcaldesa, que tanto cuando se pasa con el populismo contra los grandes eventos de la ciudad, aquellos que generan actividad económica y nos sitúan en el mapa internacional, como cuando se dedica a lo contrario comete excesos. Lo suyo, está claro, no es para nada el ejercicio del sentido común y la ponderación. Lo de Colau, hasta cuando quiere quedar bien, puede resultar descomunal. Aunque el conde de Godó acepte su inevitable y peligrosa compañía.