Puede ocurrir lo peor para un catalán orgulloso de sus instituciones. Tal vez en estos momentos ya se ha producido. Lo admiten sus protagonistas, los propios dirigentes independentistas, aunque con la sensación de que no pueden hacer otra cosa, de que han entrado en una dinámica de destrucción mutua, de desesperación, que no les permite cambiar como ellos querrían. Sí, lo peor está a punto de suceder: el alejamiento del ciudadano con sus instituciones de autogobierno. ¿Para qué queremos un Parlament que está paralizado, que es incapaz de aprobar leyes y medidas que beneficien al conjunto de la sociedad? ¿Para qué queremos un Gobierno propio si sigue bloqueado, con dispuestas internas, y, todavía peor, con un presidente incapaz, que se dedica a decirles a los comités de defensa de la República --¿qué República?-- que sigan apretando?

Es el colapso. Cataluña, en cuanto a sus instituciones públicas, con la influencia que tienen respecto al resto de ámbitos sociales y económicos, ha colapsado. Hay dos imágenes en la última semana: los manifestantes independentistas en la entrada del Parlament, con los Mossos como muro de contención, y el Parlament con los grupos de la oposición sentados en el hemiciclo esperando que los señores y señoras de la mayoría entraran y dieran por iniciado el pleno de la cámara. Una espera inútil, porque no hubo tal pleno.

Se dirá que todo obedece a una reacción obligada, ante los dirigentes independentistas presos. Es cierto que es una gran anomalía, porque la prisión preventiva se alarga en el tiempo. Pero seguro que no les beneficia que el Gobierno de la Generalitat no se dedique ya de una vez a gobernar. Si debe correr la lista para que entren otros diputados como sustitutos de los que están suspendidos, que se haga. La lucha en el otro lado, en el campo judicial, ya tendrá sus frutos. Pero el conjunto de los ciudadanos catalanes, independentistas incluidos, se merecen un cierto orden, seriedad, rigor, capacidad y buena voluntad.

Lo dijo el profesor Joaquim Molins, en una de las primera entrevistas de la serie Conversaciones sobre Cataluña de Crónica Global: “Se ha perdido la confianza, porque ¿cómo se asegura que no volverán a las andadas?, para muchos autonomistas se puede producir una ruptura con la propia institución, con el propio autogobierno”.

Es duro, muy duro que eso se pueda producir. Toda una lucha, toda una tradición de buenos políticos, de gente honesta y seria, se puede venir abajo por la aventura de los últimos años de un puñado de políticos que se pelearon por conseguir la hegemonía. La lucha dentro del campo nacionalista, entre lo que fue Convergència y Esquerra Republicana ha provocado la actual situación, que queda ilustrada por esas fotografías del Parlament del pasado jueves.

La historia de Cataluña está repleta de decisiones precipitadas y erróneas. No se puede decir que el catalán tenga una especie de aversión o incapacidad para relacionarse con el poder, con la política, pero tal vez haya algo de verdad cuando lo apuntaba Vicens Vives en Notícia de Catalunya, y ahora lo mantenga y lo desarrolle Ruiz-Domènec en Informe sobre Cataluña. Ni Pau Claris, ni Casanova, ni Macià, ni Companys tuvieron el sentido de la realidad que es necesario para actuar políticamente. Pero hay esperanza. Hubo un Tarradellas (el Tarradellas maduro); y un Pujol, durante sus largos mandatos --pese a todo-- y gente a su lado con capacidad y talento, como Bricall o Roca.

Se espera al que ya se denomina como “el héroe del repliegue”. En caso contrario, el colapso será total.