Reescribamos el chiste: van un madrileño, un catalán y un vasco y en vez de discutirse sobre si prevalece el cocido, los canelones de San Esteban o la merluza de pincho, deciden olvidarse de la gastronomía y se ponen a trabajar juntos convirtiéndose en los artífices de la fusión de Bankia y Caixabank, el proyecto económico más parecido a la morfología de España de cuantos se han orquestado en los últimos años.

El madrileño, Gonzalo Gortázar, tiene orígenes familiares vascos, pero nació y reside en la capital española. Del Real Madrid, sin dudarlo. Será el nuevo consejero delegado del gigante bancario que el próximo año echará a andar como corolario casi final de la reordenación, limpieza y agrupación del sector de las cajas de ahorro del país. El vasco (de Bilbao), José Ignacio Goirigolzarri, es un madrileño de adopción y un verdadero superviviente: logró resistir a Francisco González y sus ególatras visiones de la gestión bancaria en BBVA; ha resucitado a un muerto como Bankia de la tumba en la que políticos y mercado la sepultaron; y es el único que perdura del antiguo poder financiero de Neguri, una burguesía industrial y bancaria que construyó actividad económica durante décadas. El futuro presidente de Caixabank es del Athletic Club de Bilbao, también sin dudarlo.

El catalán es de Manresa, tiene la Cruz de Sant Jordi, pero no por méritos nacionalistas, sino profesionales. Isidro Fainé Casas es el auténtico inspirador de un conglomerado financiero del que controlará la mayor parte del accionariado gracias a la Fundación Bancaria La Caixa, de la que es presidente y de la que dependen las filiales Caixabank y Criteriacaixacorp, su holding de empresas. Fainé lleva años construyendo banca, desde la propia red hasta las decisiones estratégicas de consolidación. Es del Barça, sobre todo de Messi, pero sin dejarse ver en el palco, prefiere el golf.

En la centenaria historia de la auténtica banca catalana destacan solo tres nombres: el del fundador de la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros, Francesc Moragas; el de Josep Vilarasau, el director que la vitaminó entre 1976 y 2003 para extraerle la caspa de entidad regional de ahorros y convertirla en un eficiente conglomerado industrial y bancario; y Fainé, el hombre que ha situado el grupo en los raíles del siglo XXI fortaleciendo su musculatura y transformando la caritativa obra social de antaño en una herramienta humanística y benéfica sin parangón en España ni casi en el mundo.

Cuando se reúnan en Valencia, donde seguirá la sede social del nuevo grupo, las conversaciones futbolísticas serán apasionantes. Pero aún lo serán más los diseños que determinen sobre el banco más importante del país, el que tiene más número de oficinas, el más capilar en el territorio. Y no solo construirán esa nueva España financiera tan difícil en tiempos de debate sobre el capitalismo y su refundación. Tendrán una mirada ibérica, peninsular, gracias a poseer además uno de los primeros bancos lusos. Puede que convivamos con gobiernos que edifiquen menos la España del futuro que los banqueros del sanedrín de Caixabank.

Por el grupo financiero resultante han transitado en las últimas décadas otros ejecutivos y profesionales de Madrid y Barcelona que no pervivirán en la historia positiva de la entidad, aunque por motivos diferentes. Desde Miguel Blesa y Rodrigo Rato --a quienes la corrupción y la sospecha manchó sus mandatos-- a Ricard Fornesa y Jordi Gual, que se entretuvieron con los bajos perfiles de gestión o con las veleidades políticas. Por el segundo de ellos, a día de hoy nadie ha derramado una lágrima a pesar de resultar el gran damnificado de la integración.

Los tres artífices de ese gigante son conservadores. No podía ser de otra manera tratándose de banqueros. Pero pertenecen a esa derecha europea, moderna, civilizada, centrada, liberal, ilustrada y humanística que resulta capaz de pilotar en países vecinos con crecimientos de bienestar y progreso de su ciudadanía. Conocen el fenómeno de esa España vaciada, del espíritu rural de buena parte del territorio, pero además proceden de los tres polos económicos y urbanos del país. Por la experiencia que acumulan el madrileño, el vasco y el catalán saben de qué va el turismo, las necesidades de transformar el modelo económico de manera constante, que la industria moderna siempre resiste y que el comercio se está transformando, pero sigue siendo una de las principales actividades de una sociedad como la española.

Ese perfil moderado y plural de la tríada que administrará la novísima Caixabank contrastará con un gobierno de dos cabezas progresistas y no siempre del todo bien amuebladas. De momento convivirán en el capital del nuevo banco y su coexistencia puede proporcionar algunas disensiones y momentos para el recuerdo.

El suyo no es un reto menor. En plena crisis deben remontar la situación con una mochila pesada por la integración cultural y operativa de organizaciones distintas. Son los constructores de la España financiera de las próximas dos décadas. Merecen un enorme voto de confianza. Tanto ellos como todos los ciudadanos nos jugamos mucho en este envite y el éxito del proyecto Caixabank puede ser uno de los cimientos de la salida de la recesión económica. Su entente abre un espacio de estratosférica esperanza para la ciudadanía: ¿Qué se le puede poner por delante a un madrileño, un vasco y un catalán dialogantes y sensatos?