Uno de los intelectuales más sagaces y que acumula mejor capacidad de análisis que nos ha legado a los medios de comunicación el proceso secesionista catalán es el historiador barcelonés Joaquim Coll. Hace unas horas, este colaborador de Crónica Global lanzaba un silogismo en su cuenta de Twitter que invitaba a la reflexión profunda: “La foto final es: indultos + sedición + malversación = amnistía”.

Un escritor francés, el Conde de Rivarol, sostuvo un aforismo que nos viene al pelo: “La razón se compone de verdades que hay que decir y verdades que hay que callar”. En el caso de cómo se está recomponiendo la fractura catalana que se originó con el proceso independentista, con todo lo que callamos al respecto --por cansancio, hastío e incluso voluntad de solución--, a Coll le asiste la razón. Del todo.

Para conseguir pacificar un territorio convulso, a punto de emerger y sumirse en una fractura social y civil peligrosa, Pedro Sánchez opta por la vía más sencilla para sus intereses: no explicar públicamente la hoja de ruta de su solución, jugar al trilero con ella y ponerla en práctica con la complicidad de sus receptores de manera que le permita gobernar en Madrid a la par que suaviza problemas en Barcelona.

Así, primero se indultó a los autores del golpe al Estado; después se reformará a la baja el delito de sedición y, por fin, se aliviarán los cargos penales de la malversación que pueden permitir que algunos de los que aún quedaban fuera de la solución por sus actos de 2017 puedan recuperar la esfera pública que tanto ansían y más cultivan. Oriol Junqueras, el beato republicano, es el beneficiario de manera principal y el gran protagonista en la semisombra. Poco ha durado su tiempo para ejercer como Xabier Arzalluz.

El constitucionalismo más rancio y extremo anda mosqueado con los pasos de Sánchez. Ni a Vox y sus muecas esperpénticas, ni al nuevo PP de Alberto Núñez Feijóo les gusta nada que el líder socialista les dosifique un trágala de retrocesos para dulcificar la mano firme colectiva que paró el movimiento secesionista hace más de cinco años. De hecho, tampoco ellos tienen una solución para pacificar el Catalan gate, que recordemos estalló en medio del inmovilismo estaférmico de Mariano Rajoy. O quizá sí: seguro que Vox con los tanques, el Ejército o la Guardia Civil en la calle considera que se arreglaría la afrenta independentista. Es una solución con perspectiva y mirada corta. Otra cosa es lo que acabaría de romperse y las consecuencias que provocarían en una sociedad convulsa e históricamente rebelde todos esos actos en estos momentos del siglo XXI, que ellos quieren gobernar como si estuviéramos en el XIX y Manuel Pavía pudiera reparar los destrozos a lomos de su caballo.

Ante determinadas actitudes de ruptura provocadora está claro que no cabe ser flojo sin llegar al matonismo de los radicales de cualquier signo. Sánchez se lo sabe, entre otras razones porque acabó apoyando en el Senado la aplicación de un profiláctico artículo 155 de la Constitución, aunque tarde y con demasiados vetos. Otra cosa distinta son las plumas que está dispuesto a dejarse en el asunto catalán a cambio de gobernar el país, remontar la mala opinión de las encuestas y hasta labrarse un futuro europeo de brillo y esplendor político. Pero eso es un cosa y otra menos justificable es que no lo haga de frente, que intente hacer pasar gato por liebre y que tenga a sus líderes socialistas catalanes contra la pared y mirándose al espejo de la realidad regional para no confundirse de autonomía.

Si para Salvador Illa o Miquel Iceta, o José Zaragoza, o tantos otros… los trágalas que desempolva Sánchez son de difícil digestión, tampoco lo tienen mejor los propios miembros de ERC. Pere Aragonés debe jugar al embuste de que no quiere pactar los presupuestos catalanes con el PSC y que los traidores patrióticos de Junts per Catalunya son su primera opción y los locos de la CUP o los radicales de Podemos las segundas. Con las ganas que tendría el presidente de la Generalitat de dejarse hacer un masaje capilar por parte de Illa o que el socialista le enseñara qué formula ha escogido para convertirse en un corredor de fondo que hace marcas atléticas razonables a una edad cada vez menos razonable. Pues pese a todo eso se ve obligado por el beato y la secretaria general con voz de pito y domiciliada en tierras helvéticas a mantener la ficción de que ERC no ha aprendido nada en estos últimos años. El calvario del presidente barbudo…

Lo que está pasando tiene toda la pinta de formar parte de conversaciones privadas entre Sánchez y Junqueras. Ellos diríase que son los autores intelectuales y materiales de la hoja de ruta que España ha escogido para su gobernación en los últimos tiempos. Lo intentó Podemos, que junto con el conspirador Jaume Roures, intentó convencer a Junqueras de los mejores pasos para materializar sus aspiraciones. Recuerden aquella siniestra cena en Barcelona y la composición de la mesa. Al presidente español, sin embargo, le salió mejor: “Oriol, si nos ponemos de acuerdo, lo arreglamos en un plis, plas y aquí no se entera ni Dios”. Ni el propio altísimo que venera el republicano y buena parte del nacionalismo catalán.

Esa parece ser el gran pacto de la legislatura. Una pseudoamnistía, una media ración, que pase desapercibida y que facilite que Cataluña no quede fuera de la gobernabilidad y el funcionamiento ordinario del país. Sobre todo, para un gobierno de centro izquierda, demasiado presionado por su socio comunista y al que la estabilidad política le interesa tanto como la bajada de la inflación y la buena marcha de la economía. Garantizarse la aprobación de los presupuestos es mucho más complejo que torear las astracanadas de los podemitas y sus ministros asociados. Y en eso, una falsa, una pseudo, una amnistía de baja intensidad le está ofreciendo en la práctica unos réditos inmediatos innegables. Será duro y poco amigo de la flexibilidad el presidente Sánchez, pero para sus intereses cortoplacistas no se le debe negar que no acumula un pelo de tonto.

Otra cosa es cómo lograrán reparar, si lo consiguen, el retorno del exilio del líder de los neo o post convergentes, que después de ejercer por la vida de periodista irrecordable y mediocre alcalde de Girona, encontró sus minutos vitales de gloria wharholianos en la presidencia cedida de su país. Es el más espinoso de todos. Ahora ha entrado en la fase narrada por Unamuno de aspirar a ser Sant Carles Puigdemont bueno, mártir. Para él, para Sánchez y para Junqueras (y para el aparato siempre latente del Estado), la amnistía encubierta resultará un lío incómodo.