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Montaje con unas manos forman un triángulo (símbolo feminista), durante una manifestación por el 25N

Montaje con unas manos forman un triángulo (símbolo feminista), durante una manifestación por el 25N

Zona Franca

Lo que aún no nos atrevemos a decir en voz alta

"Entre el 70% y el 80% de los casos de violencia contra las mujeres no se denuncian. Una violencia silenciosa, sumergida, que nunca llega a la estadística y que continúa marcando la vida de miles de mujeres en Cataluña"

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Cada 25 de noviembre, en el marco del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, repetimos el mantra: hay que denunciar. Hay que romper el silencio. Hay que pedir ayuda. Pero luego llega la realidad —cruda, incómoda e incontestable— y nos golpea de lleno.

Lo reconoció hace apenas unas semanas la comisaria Marta Fernández, responsable de la Comisaría Superior de Seguridad Ciudadana (CSUSEC) de los Mossos d’Esquadra, durante las jornadas “Feminicidios y otras formas de violencia grave a las mujeres” organizadas por el ISPC: entre el 70% y el 80% de los casos de violencia contra las mujeres no se denuncian.

El dato, por sí solo, ya debería hacer temblar cualquier discurso triunfalista. Porque lo que revela es un agujero negro: una violencia silenciosa, sumergida, que nunca llega a la estadística y que continúa marcando la vida de miles de mujeres en Cataluña.

Los últimos datos oficiales de los Mossos d’Esquadra lo corroboran. En lo que llevamos de 2025, el cuerpo ha instruido 14.455 denuncias por violencia machista, una cifra que supone una leve disminución del 0,2% respecto al mismo periodo del año anterior (del 1 de enero al 31 de agosto).

Un descenso casi imperceptible que no puede interpretarse como un avance real, especialmente porque —como reconoce la propia policía en su balance de este 25N— varios delitos clave han aumentado de manera preocupante.

En concreto:

  • Descubrimiento y revelación de secretos: incremento del 21,1%.

  • Agresión sexual sin violencia ni intimidación: incremento del 15,5%.

  • Quebrantamiento de condena: incremento del 13,1%.

  • Impago de pensiones: incremento del 10,9%.

Cifras que no solo describen una realidad, sino que la gritan: la violencia está mutando, diversificándose, y sigue profundamente arraigada, especialmente en aquellas formas que aún pasan demasiado desapercibidas.

Una violencia que no se denuncia porque —seamos honestos— aún pesa demasiado el estigma, aún cuesta demasiado atravesar la puerta de una comisaría y verbalizar, delante de desconocidos, los episodios que más vergüenza, miedo o culpa nos producen.

Y es que pedir a una mujer que denuncie no es tan simple como repetir un eslogan. Desde fuera es fácil: “denuncia”, “pide ayuda”, “no estás sola”. Son frases necesarias, sí, pero muchas veces lanzadas desde un lugar seguro, desde una distancia que no permite entender todo lo que implica dar ese paso.

Porque antes de denunciar, una mujer tiene que hacer un viaje que casi nunca vemos. Primero tiene que reconocerse como víctima, una palabra que duele, que descoloca, que remueve culpas y miedos. Luego tiene que asimilarlo, procesar que aquello que normalizó, justificó o minimizó no era amor, ni un mal día, ni un arrebato puntual: era violencia.

Después llega otro vértigo: verbalizarlo ante quienes ya lo intuían. Contarlo a las amigas, a la familia, a esa persona que la ha acompañado en silencio, esperando a que ella encontrara su propio ritmo para romperlo. Decirlo en voz alta en un entorno seguro ya es, de por sí, una grieta emocional enorme.

Y luego viene el paso que tantas veces no se da: entrar en una comisaría y contarlo todo. Convertir el miedo en palabras, el dolor en relato, la intimidad en un documento policial. Hacerlo delante de agentes que están para ayudar —y que ayudan, y mucho—, pero que para muchas mujeres aún representan una institución lejana, fría, distante.

Un lugar que no asocian con refugio, sino con exposición; un escenario que sienten demasiado alejado de su vida, de su entorno, de su capacidad para despertarse de la pesadilla.

Denunciar no es solo firmar un papel. Es desnudar el alma cuando todavía está en carne viva. Es enfrentarse al agresor, a la burocracia, a la duda social y, a veces, incluso a quienes cuestionan por qué tardó tanto en hablar o por qué no se fue antes.

Por eso es tan importante que, como sociedad, dejemos de exigir sin comprender. Y que entendamos que romper el silencio no siempre es una decisión inmediata; es un proceso. Un proceso que necesita acompañamiento, empatía, dispositivos policiales bien formados, y un entorno que no juzgue, que no minimice, que no empuje: que sostenga.

Y en ese camino, la información también salva vidas. En Cataluña y en el resto de España existen recursos que funcionan las 24 horas, gratuitos y confidenciales. El 016 sigue siendo el teléfono de referencia en todo el Estado: no deja rastro en la factura y ofrece atención en múltiples idiomas. En Cataluña, además, está disponible el 900 900 120, el servicio especializado de la Generalitat para atender casos de violencia machista, con apoyo psicológico, asesoramiento jurídico y derivación inmediata a recursos de emergencia. En situaciones de riesgo inminente, los números 112 (emergencias) y 091/092 (policía) son la vía directa para activar una intervención urgente.