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Xavier Salvador opina sobre el independentismo

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Zona Franca

El independentismo clásico se agota mientras Orriols despega

"Su discurso mezcla frustración y resentimiento, y eso, por duro que suene, siempre ha sido terreno fértil"

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Hay momentos en los que los líderes deben saber leer el aire. Perón decía que “solo un tonto se pelea con la realidad”. Y la política catalana lleva demasiado tiempo intentando lo contrario, como si insistir pudiera cambiar el clima.

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras siguen en un tablero que ya no les pertenece. El ciclo político que protagonizaron terminó, pero ellos continúan, quizá por inercia, quizá por convicción, quizá porque no saben retirarse.

Mientras tanto, Cataluña se mueve. Y lo hace deprisa. El Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), una suerte de CIS catalán, está a punto de publicar un estudio que puede situar a Aliança Catalana en segunda posición, solo por detrás de los socialistas. Algo que hace unos años habría sonado a ficción. Hoy no. El desgaste del ecosistema nacionalista tras su naufragio político lo explica casi por sí solo.

Puigdemont volverá pronto. Podría ser una oportunidad para normalizar, esta vez del todo, la política catalana. Pero nada indica que esté dispuesto a retirarse. Quiere seguir. Aspira a mantenerse en el centro. A prorrogar una etapa que ya agotó toda su energía.

Junqueras (nuestro entrañable Beato entre los lectores habituales) está en una posición parecida. No cede. No renueva. No facilita el relevo. Y así es difícil que algo cambie en los dos grandes partidos del independentismo.

Mientras ellos se aferran, Sílvia Orriols crece. Lo hace en un terreno que otros han dejado al descubierto: el malestar, la sensación de agravio, el cansancio acumulado, la xenofobia desacomplejada que encuentra hueco frente a una izquierda que no termina de explicarse con la inmigración. Su discurso mezcla frustración y resentimiento, y eso, por duro que suene, siempre ha sido terreno fértil. No estamos ante una rareza. Es la consecuencia directa de un liderazgo que no supo retirarse cuando correspondía.

Churchill acuñó que un político se convierte en estadista cuando piensa en la próxima generación y no en la próxima elección. Ni Puigdemont ni Junqueras parecen cerca de ese estadio. Y mientras ellos se aferran al pasado, Aliança Catalana crece como una especie de nueva CDC, pero sin los complejos de una fuerza que surgió a la salida de una dictadura. Más cruda, más directa y sin las cautelas de entonces. Si los símbolos del fracaso siguen al frente, AC dejará de ser una amenaza para convertirse en una realidad estable.

Cataluña no está condenada. Pero tampoco está vacunada. La historia demuestra que los vacíos siempre los llena alguien. La cuestión —como casi siempre— es quién lo hará esta vez: la responsabilidad o la rabia.