Aunque ya empiezan a resultar aburridas las salidas de tono de los frikis más ilustres del nacionalismo catalán, me parece procedente plantear una cuestión.

En los últimos días, el humorista Toni Albà ha vuelto a protagonizar innumerables titulares en los medios por alegrarse de la muerte del expresidente autonómico aragonés Javier Lambán.

La mayoría de la gente razonable ha expresado su indignación por el ultraje del actor y el Gobierno de Aragón le ha denunciado por un delito de injurias y otro de incitación al odio.

Albà es conocido por sus insultos a quienes opinan distinto que él. Es un verdadero especialista en disparar improperios a diestro y siniestro desde hace muchos años. Especialmente contra quienes critican al nacionalismo catalán.

Escudado en la libertad de expresión y en el uso de la sátira, ha puesto a parir a todo quisqui que se haya opuesto al procés.

Entre sus grandes éxitos, además de celebrar la muerte del expresidente de Aragón, destacan ataques machistas u homófobos. A Inés Arrimadas la llamó puta. A la magistrada Carmen Lamela, lamemierda. Al presidente Sánchez, gilipollas. Y a Miquel Iceta, bombonita bailarina. Sin duda, todo un Shakespeare del humor.

Pues bien, no digo yo que los insultos de Albà no sean injuriosos ni que el bufón del independentismo no vomite odio a raudales, pero me parece poco práctico enjuiciarle por ello y, más aún, condenarle.

Tipos como Albà, que son referentes del independentismo, en realidad son un chollo para el constitucionalismo. Lejos de generar adeptos a su causa, su mala educación y su fanatismo generan más rechazo que adhesión y muestran de forma cristalina cuál es el verdadero rostro del nacionalismo catalán.

De hecho, los líderes secesionistas más inteligentes evitan darle apoyo público, conscientes de que actitudes como la suya crean anticuerpos en buena parte de sus potenciales simpatizantes. Igual que causan repulsión en muchos terceristas que todavía (¡ilusos!) apuestan por un acercamiento al independentismo.

Por eso, ahora se ha refugiado en brazos de la alcaldesa ultraderechista de Ripoll, la grotesca Sílvia Orriols.

Insisto, intentar acallar a Albà con denuncias y condenas es un error. Sería más apropiado erigir una estatua en su honor.

¡Adelante, Toni! ¡No te cortes! ¡No te detengas! Regurgita todo el veneno que llevas dentro. Echa fuera toda la inmundicia que te ahoga. El constitucionalismo te lo agradecerá de corazón.