Salvador Illa ha sido valiente. Ha asumido su responsabilidad y ha planteado la ampliación del aeropuerto de El Prat pese a las dificultades que presenta. De la mano de Aena, que ya había definido una propuesta, aunque presentada con cierta precipitación, el Govern de la Generalitat deja claro que las conexiones intercontinentales son esenciales para el futuro de la economía catalana.
Empresas de tecnología señalan que para la captación de inversores es primordial que haya conexiones directas entre Barcelona y el mundo asiático y la costa del Pacífico. El no necesitar escalas, el ir y regresar a la ciudad de origen en pocas horas, puede facilitar que un inversor se decida por Barcelona. La competencia en el mundo se produce hoy entre grandes ciudades. Y la capital catalana debe estar más preparada que nunca.
Han surgido dudas, claro. Y el debate es intenso. Porque lo que se juega –o se debería jugar— es el modelo económico de una ciudad y su área de influencia, que en este caso es Cataluña. Barcelona como el motor de toda una zona que va, incluso, mucho más allá y abarca el sur de Europa.
Sin embargo, hay algo que no se puede desdeñar. El argumento de que las conexiones directas –para ello es necesario alargar esa pista a costa de La Ricarda y el Remolar— son imprescindibles para atraer talento e inversiones es certero. No se trata de ningún anzuelo para esconder otros propósitos. Pero lo realmente importante es que puede consolidar –con más valor añadido—un modelo económico que no se puede menospreciar. Al contrario.
Cataluña, hoy y en el futuro, dependerá en gran medida del turismo, con todo lo que conlleva. Fue un territorio que vivió la revolución industrial, antes que nadie en España. Pero la nueva industria, con lo que implica –logística, proveedores de servicios, además del sector hotelero— es el turismo.
Esas conexiones intercontinentales pueden consolidar y mejorar de forma notable un modelo económico que llegó para quedarse. Claro que se desea que haya intercambio tecnológico, que lleguen inversores y que también los locales puedan interesarse por esa realidad tan potente como es el sudeste asiático.
Pero lo más tangible, lo esencial, es que el turismo también puede evolucionar. De hecho, lo deberíamos llamar como la industria del visitante, del que desea conocer una zona del mundo que tiene una base de enorme calidad: hospitales, centros de investigación, universidades, seguridad, o gestión administrativa decente.
El intercambio será lo que asegure el futuro a Cataluña y, en la parte que le toca, al conjunto de España.
La ampliación del aeropuerto de El Prat no es solo alargar una pista en detrimento de una zona medioambiental protegida. Supone una inversión enorme, con la construcción, por ejemplo, de una nueva terminal satélite y la remodelación de las dos terminales existentes.
Es una apuesta del Estado por la segunda ciudad española. ¿No se quería un compromiso del Estado para no centrar todas las inversiones en Madrid?
El mundo es global. Eso implica una cara A y una cara B. Las cuestiones negativas se deben compensar, pero sin crecimiento y sin oportunidades pocas cosas se podrán mejorar.
Eso sí, tampoco nos engañemos. Cambiar el modelo económico no lo provocará la ampliación de un aeropuerto. Lo que sí puede hacer es consolidar, optimizar y mejorar el que ya tenemos. De eso se trata. Cualquier otra cosa es un brindis al sol.