Resulta esperanzador para el futuro de la humanidad que, finalmente, el sentido común se haya impuesto y la charca de la Ricarda no haya impedido la ampliación del aeropuerto de El Prat.
El dilema entre progreso y ecologismo, en este caso, era falaz. Y, por suerte, ha quedado claro que ambos conceptos eran compatibles.
De hecho, en el proyecto acordado esta semana la afectación de los humedales que rodean el aeródromo es mínima.
A pesar de ello, sorprende que todavía haya voces potentes que antepongan el bienestar de los patos de la laguna artificial al de los humanos que habitan su entorno.
Es agotador debatir con quienes rechazan vehementemente la ampliación del aeropuerto de Barcelona porque podría afectar al medio ambiente, pero a la vez se inflan a viajar en vuelos low-cost y se hartan de comprar en Shein o en Temu, sin que les importe un rábano su colosal huella de carbono.
Si de verdad queremos que la gente prospere en nuestro país, no tenemos más remedio que mejorar las condiciones para facilitar el crecimiento económico. Y eso pasa, inevitablemente y entre otras cosas, por agrandar el aeropuerto.
Sí. El hormigón es progreso. Hormigón para ampliar el aeropuerto, mejorar la economía regional y ayudar a que aumenten los salarios. Hormigón para construir viviendas que permitan incrementar la oferta y reducir los precios de los alquileres a las personas que hoy no pueden comprar ni alquilar un piso.
Criticar una supuesta falta de inversiones del Estado en Cataluña y luego oponerse a la ampliación del aeropuerto es propio de hipócritas. Denunciar que los sueldos son muy bajos y después arremeter contra la mejora de El Prat es propio de necios. Y apelar a los patos de la Ricarda para rechazar una inversión de 3.200 millones de Aena es propio de infames.
El único reproche que se puede hacer al plan para ampliar el aeropuerto Josep Tarradellas es que llega con retraso.