Un escueto auto del Juzgado Mercantil número 1 de Barcelona, publicado esta semana, decreta la conclusión del concurso de acreedores de La Seda, veterana compañía sita en El Prat de Llobregat.

Entró en insolvencia en 2013. La justicia ha tardado, pues, la nadería de doce años en ventilar una suspensión de pagos que, en su día, hizo correr ríos de tinta. El carpetazo implica que la firma se encuentra a un paso de la extinción, justo cuando habría celebrado su centenario.

Su historia es apasionante, con algunos toques rocambolescos e incluso siniestros. La pléyade de próceres que pasó por su cúpula constituye un repertorio excepcional en el firmamento hispano.

Se constituyó en 1925 en el citado municipio del bajo Llobregat para fabricar hilo continuo de rayón o seda artificial, por iniciativa de un consorcio de los Países Bajos que, corriendo el tiempo, se fusionaría con otro de su mismo género para formar Akzo.

Al estallar la Guerra Civil de 1936, el primer ejecutivo Cornelius Bernard y una veintena de altos directivos holandeses sufrieron amenazas de muerte por parte de los trabajadores y huyeron a toda prisa del país. El Gobierno republicano se incautó de las instalaciones de El Prat.

Los aviones de la Legión Cóndor alemana bombardearon y redujeron a cenizas la fábrica que Sociedad Anónima de Fibras Artificiales (Safa), propiedad de la familia Vilá, poseía en el municipio gerundense de Blanes. Los descendientes de dicha saga están encarnados hoy en los cinco hermanos Rodés Vilá, hijos de Leopoldo Rodés.

Era la gran rival de La Seda, cuyo centro fabril se libró de las descargas de la Luftwaffe y quedó intacto. Lenguas viperinas musitaron a la sazón que los nazis habían pactado previsoramente excluirla de su lista de objetivos, a petición de los holandeses.

Acabada la contienda, el consejo de administración de La Seda se restituyó. Una de sus primeras providencias consistió en enviar una carta de “adhesión inquebrantable” al régimen de Franco.

En las siguientes décadas, el órgano de gobierno acogió a conspicuos prebostes como el capitalista Jaime de Semir, quien a la vez ejercía de presidente de Carburos Metálicos, de gases medicinales; José María Sáinz de Vicuña, subsecretario de Hacienda, que más tarde fue presidente de Coca-Cola España y primer ejecutivo de Banesto; y José María Ordeitx, subcomisario del Plan de Desarrollo.

A caballo de la dictadura y la llegada de la democracia, Vicente Mortes se encumbró a la cúspide de La Seda, tras cesar como ministro de Vivienda. Tenía el don de la ubicuidad, pues mientras tanto seguía encabezando tan campante la alimentaria Nestlé Iberia y la aseguradora Hispania, filial de la suiza Zurich.

Asimismo, en aquella época figuraron en el cónclave de la sedera Leopoldo Calvo-Sotelo, quien poco después coronaría su carrera como presidente del Gobierno; Santiago Foncillas, mandamás de la constructora Dragados; Eusebio Bertrand Batlló, potentado del textil; y José María de Muller y de Abadal, presidente de Caja de Barcelona, conocida como “la caja de los marqueses”, por la profusión de títulos nobiliarios que albergaba su sanedrín.

A comienzos de los noventa, Lorenzo Gascón, factótum del Banco de Expansión Industrial, pasó a ocupar la jefatura de La Seda que simultaneó con la vicepresidencia de la patronal Fomento del Trabajo Nacional.

La Seda era un gigante cotizado en bolsa. Y estaba a las puertas de erigirse en un titán mundial. El salto de escala acaeció en 1993, tras tomar posesión de presidente el abogado barcelonés Rafael Español Navarro.

Éste no carecía de experiencia, pues un decenio antes había empuñado con éxito las riendas del fabricante de plásticos Aiscondel, después de que su dueña, la multinacional norteamericana Monsanto, se largara con viento fresco y dejase a la entidad tirada en la cuneta.

Español se vio en el trance de afrontar un problema análogo en La Seda. Su principal accionista, la multinacional Akzo, hizo mutis por el foro. Súbitamente, desapareció del mapa no sin antes ceder sus títulos por una miserable peseta al letrado Jacinto Soler. Este devino, así, primer socio de la empresa. Luego interpuso docenas de demandas contra todo bicho viviente que osara dudar de la validez de la operación, pese a que se realizó sin intervención de ningún fedatario público.

Los trabajadores de La Seda se movilizaron contra el intruso. Durante una junta general, lo alzaron en volandas y le quitaron los pantalones. Los medios informativos divulgaron la imagen del bochornoso suceso a discreción y Jacinto se esfumó.

Español aprovechó la oportunidad para dar un giro copernicano a La Seda. La transformó en productora de preformas de plástico pet, utilizado para la elaboración de botellas y otros envases.

A la vez, atrajo de vocales a Joan Majó, exministro de Industria; Arturo Mas, que después catalanizó su nombre de pila para entrar en política y proclamarse el mesías local; Carles Vilarrubí, correveidile de Jordi Pujol; Jordi Vilajoana, exdirector de TV3 y luego conseller de Cultura con Pujol; Mariano Faz, director general de Banesto en el Noreste peninsular; y Pedro Grau, rector de Catalana de Gas, predecesora de Naturgy.

Rafael Español se lanzó a comprar empresas y más empresas. En un lustro se hizo con las portuguesas Selenis y Aussapol; la griega Volos Pet Industry; la turca Advansa; la australiana Amcor; y la planta de San Roque (Cádiz) de Eastman Chemical.

Tales adquisiciones significaron un desembolso de 900 millones de euros. La Seda se catapultó nada menos que al liderato europeo del plástico pet, con un cupo de mercado del 23% y una facturación de 2.500 millones.

El conglomerado estaba aún digiriendo las incorporaciones, en parte sufragadas con créditos, cuando estalló la descomunal quiebra financiera e inmobiliaria de 2007. Los mercados mundiales se desmoronaron como un castillo de naipes.

Los prestamistas de La Seda apretaron las clavijas y Español presentó la renuncia poco después. Se desató entonces una batalla campal entre los accionistas más relevantes. Las disputas intestinas colocaron a La Seda en un callejón sin salida. En junio de 2013 agotó su capacidad de resistencia y se declaró en fallido.

Por desgracia, el juzgado acordó la liquidación. Esta se saldó en los años siguientes con la venta en almoneda de todas las fábricas que se adquirieron durante la formidable fase expansiva protagonizada por Español. Así, casi de un plumazo, se perdió para siempre uno de los colosos manufactureros más prominentes de Cataluña.

Tras finiquitarse el concurso de acreedores, La Seda es ahora una cáscara vacía, una mera razón social desprovista de bien alguno. La histórica casa está escribiendo el último capítulo de su secular vida. Antes que ella, los patricios relatados fallecieron en su inmensa mayoría. Pero gracias a la huella indeleble que ha dejado este elenco de ilustres personajes, el nombre de La Seda perdurará para siempre en los anales del acervo mercantil nacional.