Cataluña es este 2025 Región Mundial de la Gastronomía. Una coletilla que, a los que nos dedicamos a comunicar sobre el comer y el beber, nos acompaña desde hace meses.

Iniciativas gastronómicas y agroalimentarias que ya existían se han sumado al carro y otras de reciente creación no han querido desaprovechar el contexto —y el generoso presupuesto oficial del Govern de Cataluña, que partía inicialmente con 15 millones de euros— para poner en valor todo ese buen producto que tenemos en el territorio catalán y, lógicamente, para seguir haciendo marca, tanto aquí como más allá de nuestras fronteras.

Es fácil porque partimos de una buena base: somos punta de lanza en la gastronomía mundial. En eso, no hay discusión. Tenemos un restaurante, Disfrutar en Barcelona, que actualmente es el mejor del mundo; y Cataluña es la comunidad autónoma que cuenta con más restaurantes con estrella Michelin, sacando una buena ventaja a las demás.

Son datos que nos venden, y muy bien. Porque la gastronomía vende, y muy bien. Por eso, el Govern no ha dudado en tomarla como argumento prioritario, junto con el turismo —con sus inevitables luces y sombras para los ciudadanos—, para presentar las bondades de Cataluña en la Exposición Universal de Osaka, en Japón, con la Semana Catalana, que se celebrará del 27 de mayo al 1 de junio.

La gastronomía como herramienta para internacionalizar tradiciones y costumbres, pero también como motor de innovación y vanguardia. Igual que otras disciplinas catalanas que también estarán presentes en esta expo japonesa, como la cultura, la ciencia y la tecnología. Ese es el objetivo a comunicar.

Aunque la gastronomía, respaldada por esa distinción de Región Mundial, parece que juega con ventaja y con caras bien conocidas internacionalmente que ayudan a impulsarla. Como las de Carme Ruscalleda y Jordi Roca, buenos ganchos para fortalecer las relaciones entre Cataluña y Japón. Aunque, claro, no olvidemos que Ruscalleda eso ya lo hizo hace años, y por cuenta propia, con su ya desaparecido restaurante Sant Pau en Tokio.

Ellos representan la innovación gastronómica en nuestro país, eso es indiscutible. La posición y los méritos los tienen más que ganados. Pero, ya que hablamos de transformar, de avanzar, quizás lo más vanguardista sería apostar por nuevos nombres.

¿Por qué no dar voz a nuevas generaciones de cocineros y cocineras que también tienen la innovación en su vocabulario y en su práctica culinaria? Los hay, y muchos. Y también forman parte del ecosistema gastronómico catalán.

¿Por qué no aprovechar estos escenarios internacionales para sacar pecho de nuestro talento joven? Eso sí que sería innovar. Y si no que se lo pregunten a Jon Cake, el maestro de las tartas de queso barcelonés, que sin estrellas Michelin ni participar en grandes cumbres mundiales, ha logrado que en las colas de sus establecimientos muchos de sus clientes sean turistas asiáticos. Esa sí que es una buena internacionalización.