El debate se ha producido en todas las grandes capitales europeas. El poder de atracción de una ciudad debe valorarse. Es una suerte ser una ciudad deseada. Pero las autoridades públicas también deben atender las externalidades negativas y defender a los propios ciudadanos residentes.

Hay que aplaudir de forma clara que Barcelona sea hoy una de las grandes urbes del mundo. El talento internacional quiere instalarse, el viajero desea visitarla y las familias saben que podrán disfrutar unos días en la capital catalana con una gran comodidad. Se encontrarán todos ellos con servicios, con una oferta cultural enorme y de calidad. Y se podrán alojar gracias a una planta hotelera con una tipología muy variada.

¿Qué sucede, entonces? El Parlament de Cataluña acaba de convalidar el decreto que permitirá el aumento de la tasa turística. Ello significa que Barcelona podrá, también, implementar su propio recargo. Entre los dos impuestos, pasar una noche en un hotel de cinco estrellas en la ciudad significará un recargo de hasta 15 euros.

La tasa autonómica pasa, por tanto, de 3,50 a 7 euros por noche para los hoteles más lujosos. Y la ciudad añadirá hasta 8 euros, una vez el consistorio aprobó que el recargo pudiera pasar de los 4 a los 8 euros. Eso explica ese total de 15 euros.

El sector hotelero está en contra. Uno de los argumentos que se emplea es por qué debe ser el establecimiento hotelero el castigado, cuando los turistas también consumen en otros. No se entiende que se quiera cargar “una y otra vez” sobre un sector económico que da dinero a la ciudad, que se ha convertido en una gran industria, tractora, a su vez, de otros negocios. Barcelona, indican los empresarios hoteleros, no debe castigar el turismo. Todo lo contrario.

Sin embargo, ese turismo supone una carga para la administración, desde el servicio de limpieza hasta la movilidad.

El Ayuntamiento, y esa es la clave, ha llegado a una conclusión. Si se ha plantado con los pisos turísticos –no renovará las licencias a partir de noviembre de 2028— entonces los hoteles deben arrimar el hombro. Es decir, el alcalde Jaume Collboni ha planteado un pacto muy explícito, porque ahora ya lo verbaliza con claridad.

Lo hizo esta semana en el Círculo de Economía. “Los turistas ya tienen los hoteles y los hostales para instalarse cuando visitan la ciudad”. Con la esperanza de que los casi 10.000 pisos turísticos se puedan reconvertir en viviendas residenciales para todo el año –sea a través del alquiler o de compra—, Collboni entiende que ha hecho un favor a los hoteles.

Pero a cambio, les pide que recauden más dinero a los turistas para que esos recursos reviertan en servicios públicos para el conjunto de los ciudadanos que viven todo el año en Barcelona.

Y, al mismo tiempo, se podría reducir la presión turística en la urbe, y los hoteles podrían tener un mayor margen de beneficio sin apostarlo todo –como ha sucedido históricamente— a la atracción del mayor número posible de turistas. Que lleguen menos, tal vez, pero que estén dispuestos a pagar más por visitar Barcelona.

Ese es el planteamiento, y parece un equilibrio justo. Yo te ayudo, pero a cambio quiero que ayudes al conjunto de la ciudad.

Los hoteleros no lo ven así. Lo que puede debatirse es la propia tasa, si pueden ser 10 o 15 euros. Si entre la administración autonómica y local se puede rebajar esa presión impositiva.

De hecho, la cantidad de esa tasa será menor en otras ciudades y centros turísticos de Cataluña. Pero sí parece lógico que las autoridades se tomen en serio la degradación de los centros históricos de las ciudades y la falta de vivienda para los residentes que ha supuesto esa enorme presión turística.

El acuerdo está sobre la mesa. ¿Se deberá pagar más por alojarse en un hotel en una ciudad como Barcelona? Sí, de la misma manera que para un barcelonés será cada vez más costoso hacerlo en una de las grandes ciudades europeas.

La gestión con buen criterio de los flujos turísticos va en esa dirección. Lo que no se puede es pedirlo todo y al mismo tiempo: ni pisos turísticos ni tasa turística.