¿Y tú qué hiciste? ¿Lo recuerdas? ¿Cómo reaccionaste al llevarte la mano al bolsillo y ver que tu compañero fiel te había abandonado? ¿Cuántas veces pulsaste el botón sin éxito? ¿Cuántas presionaste el interruptor cuando todo se interrumpió? ¿Sentiste miedo? ¿Ansiedad? ¿Adónde voló tu mente en ese preciso instante? ¿A quién? ¿Quién fue la primera persona en la que pensaste? Ahí está. Ya lo tienes. De eso trata todo esto. 

Yo me bajé al bar a comer unos caracoles con María y la gente del barrio. Yo fui a poner gasolina y luego nos juntamos todos en casa. Yo salí en bici por Collserola con Carlos. Yo tardé ocho horas en llegar a casa. Tuve que coger tres autobuses. Yo fui a ver a mi abuela, que estaba sola. Yo me puse a tocar la guitarra con la ventana abierta. Yo comí con mis padres, fui a Hakuna y leí Los últimos días de nuestros padres, de Joël Dicker, con una farola de libro. ¡Engancha mucho! Yo me acosté sin luz.

El lunes 28 de abril, los ciudadanos españoles y portugueses se percataron de su enorme vulnerabilidad e hicieron lo que más les calmaba. ¿Fue un día histórico? Fue un día cargado de incertidumbre y reminiscencias. Más que un lunes, fue una tarde de domingo de los años ochenta. O, al menos, así lo vivió una pareja amiga.

A mí me encantó la experiencia. Juan, que trabaja mucho y nunca está en casa, pues estuvo aquí, conmigo. Primero, nos pusimos a escuchar la radio, y me acordé de mi padre. La escena me recordó al 23F. Toda la familia reunida en la mesa del comedor, pendiente de la radio.

Después, como no decían nada inteligente, Juan cogió un libro y se puso a leer en el sofá con dos velas. Relajado. Con el gato durmiendo a sus pies. Y yo me puse un rato a pedalear en la bici estática. Estuvimos bien. Como siempre que estamos juntos.

Igual, gracias a este parón, las familias están más comunicativas, aunque sólo sea por un rato. Igual, el hijo adolescente confesó que fuma porros. O que está enamorado. Igual, sin estímulos digitales, sin la heroína del siglo XXI, pudiste detenerte un momento. Salir del bucle. Despertar.

Igual, al salir a la calle sin más equipaje que un puñado de monedas, te acordaste de aquella mañana en la que te acercaste al quiosco a por un tebeo, o a por golosinas, para leer la última historieta de ciencia ficción. De realidad. Qué más da. 

Yo, después de comer guisantes fríos con jamón e ir al único supermercado abierto a por latas en conserva, mientras mi madre hacía sus ejercicios de memoria y mi sobrina sesteaba en el sofá, cogí el primer libro que encontré.

"No sé por qué, si la luz entra, los hombres andan bien dormidos, recogiendo la vida su apariencia / joven de nuevo, bella entre sonrisas", escribió Luis Cernuda.

Luego, hacia las seis, antes de que todo terminase, nos pusimos a jugar al dominó. Mi madre, que acaba de cumplir los ochenta, sonreía, pues iba ganando y estaba rodeada de los suyos en horario laborable, aquel lunes que nos regalaron del mes de abril.

Ya de vuelta en casa, con la luz recién apagada, seguía dándole vueltas a los versos del poeta: "Eras, instante, tan claro / la lámpara eras tú".