Sabiduría popular, ¡qué gran fuente de inspiración! En ese marco, Roberto, el del negocio de las cabras, nos dejó acuñada una sentencia antigua. Su figura se asocia al mal negociante, al pésimo empresario o, sencillamente, al tonto a las tres que cambiaba dos cabras blancas por una negra.
Roberto no se estudió nunca bien el negocio de las cabras. Pensaba que el color del animal guardaba relación con su precio. Era un aprendiz en las artes de la negociación.
El Estado, el español de forma principal, jamás ha sido un buen emprendedor. De hecho, la gran mayoría de intereses públicos que aún persisten acostumbran a ser los menos eficientes del mercado. Los años y la propia sofisticación del modelo capitalista han permitido que hoy lo público conviva con lo privado en materia empresarial y que el resultado no resulte tan nefasto como el que emanaba de los modelos anteriores en los que la participación estatal era total.
Traigo a colación esta reflexión porque en la última junta de Caixabank, el Frob, accionista en representación del Estado, volvió a hacer el ridículo como viene siendo norma desde que Bankia y Caixabank se fusionaron en una sola entidad. La participación pública, que no es la principal, por fortuna, le permite exhibir en la reunión anual de socios una especie de estúpida moralina progresista que sirve, por ejemplo, para oponerse a que se actualicen las retribuciones del consejo de administración. Y cada año idéntica cantinela.
Eran mucho más originales los sindicalistas que se colaban antaño en las juntas de accionistas de las empresas para lanzar sus mensajes de defensa de los intereses de los trabajadores. Los que hoy representan al Estado, a través del Frob, la SEPI u otros instrumentos análogos, son meros obedientes preventivos de la estructura de confianza del gobierno de turno. Validos poco válidos, salvo contadas excepciones.
Si el Estado somos todos, en el caso de Caixabank debía ser menos sectario y dogmático y más generoso. Hay pocas operaciones como la que llevó a cabo la entidad de ahorro catalana cuando integró, vía fusión, a Bankia. Muchos no lo recordarán, pero Bankia era la locomotora de las cajas de ahorros desahuciadas por la mala gestión de los políticos que tuvieron la responsabilidad de dirigirlas durante años. En Bankia andaba Caja Madrid, Caixa Laietana, Caja Canarias, Ávila, La Rioja, Segovia... El Estado puso dinero para evitar un default de ese grupo que hubiera conmocionado las bases económicas del país. Como lo puso en Catalunya Caixa y se la entregó al BBVA gratis et amore y en otras muchas (Bancaja, CAM, Unnim…) por las que jamás ha obtenido ni un mínimo rédito. Salvó la economía del país, pero a costa del dinero de todos los contribuyentes.
Cuando Caixa absorbe (se llamó fusión, pero ya nos entendemos) a Bankia, la entidad valía 2.000 millones. Era casi toda del Estado, del Frob, en un 70%. Hoy, ese organismo de rescate bancario tiene una participación en el capital de Caixabank de alrededor del 18% que vale mucho más. ¿Cuánto? A precios de mercado unos 8.375 millones de euros. Es decir, en cuatro años de gestión privada el Estado ha logrado una plusvalía latente de más de 6.000 millones, además de haberse embolsado una nada despreciable cifra de 1.300 millones de euros en concepto de dividendos al accionista.
Pues ese Estado que ha encontrado un socio perfecto, que ha detenido el deterioro de una cartera y un negocio bancario que venía tocado, es tan insaciable que quiere seguir sangrando sus propios intereses. El impuestazo que el Gobierno aplica a la banca frena el crecimiento de la primera entidad española, limita de manera parcial su posición en el mercado y, para colmo, la hace competir en desventaja y desigualdad de condiciones con respecto a sus competidores internacionales.
Tanto el presidente como el CEO de Caixabank, Tomás Muniesa y Gonzalo Gortázar, se han referido en alguna ocasión a ese impuesto como una suerte de “tasa Caixabank”. Solo en los dos últimos años casi 900 millones y en los tres que vienen otros 1.500 millones adicionales. Así es como está entendiendo el actual Ejecutivo la colaboración público-privada.
El Estado es como Roberto, el de las cabras. Es incapaz de entender si su participación en un banco es blanca o negra y, en vez de impulsarlo y hacerlo crecer para resarcir todo aquello que hubo que pagar en su día y tener un instrumento de dinamización de la economía cerca de las políticas públicas, lo que prefiere es exprimirlo hasta límites exagerados.
¿No sería mucho más inteligente influir en el consejo de administración para que la entidad fuera sensible con los ciudadanos, con los temas de vivienda, con las pymes, con la exclusión financiera…? Si el Gobierno fuera astuto así sería. Entre otras cosas porque que Caixabank gane mucho dinero con su actividad es una buena noticia para todos sus socios. El Estado, que somos todos, el primer beneficiario. El segundo, la Fundación Bancaria La Caixa, mayor accionista del grupo financiero, que a más beneficio recibe más fondos para hacer crecer su obra social apoyando y hasta supliendo al Estado allí donde no alcanza.
Pero al Estado le puede el ánimo recaudatorio de Hacienda y de toda la tecnocracia fiscal que es la autora y ejecutora del sinsentido. En unos casos por comisión, en otros por desconocimiento, en algunos por dogma, incluso por revancha… La mayoría de servidores públicos son malos empresarios por ignorancia, como Roberto y sus cabras. O, como decía Lope de Vega, son como el perro del hortelano, aquel que ni come, ni deja comer.