Mientras nos entretenemos con la política del populista Donald Trump y sus indignantes humillaciones al presidente ucraniano en directo y hora de máxima audiencia televisiva, en España suceden cosas interesantes, y no menores, entre las principales empresas del país.

Hacía años que las grandes corporaciones españolas no estaban tan sacudidas. Los motivos, las razones de fondo, son diferentes. Si acaso el denominador común es tener un Gobierno que no es especialmente friendly con las compañías cotizadas.

Por un lado, está la OPA de Carlos Torres (BBVA) sobre Josep Oliu (Banc Sabadell). Ambas entidades financieras llevan semanas con su evolución bursátil condicionada por una operación que tiene que inclinarse hacia el éxito o el fracaso en breve. Para que sea un éxito del banco de origen vasco se requerirá un encarecimiento de las condiciones ofertadas. Es decir, que o Torres paga más o se tiene que retirar del negocio de banquero de forma rápida. Oliu está a la espera de que los compradores se vean obligados a retratarse, fracasen según él espera, y prepara alternativas para avanzar en la consecución de tamaño y proteger con esa dimensión los elementos identitarios del banco.

El Gobierno no está por la labor de la concentración que supondría la suma BBVA+Sabadell. Tiene buenas razones desde una perspectiva ciudadana y social. Por eso se ha pronunciado en contra de que la OPA prospere. Tampoco le hace ninguna gracia a Salvador Illa y los del BBVA no han logrado todavía reunir argumentos para convencerle.

Más líos en el Ibex: Telefónica e Indra, por ejemplo. Marc Murtra está fichando para la operadora de telecomunicaciones que ahora preside algunos profesionales. No está prohibido, pero en su antigua casa no gusta. La compañía de defensa debe procesar la llegada de Ángel Escribano, de 53 años, a la presidencia. Es un empresario del sector hecho a sí mismo que constituye una solución interna (es accionista) al relevo en la firma tecnológica.

La de Escribano fue una solución de remplazo técnico. Nada tiene nada que ver con las constantes y abruptas injerencias políticas (Renfe o Correos) y algunos patinazos gubernamentales como el que sufre Prisa. Su primer accionista, el armenio-francés Joseph Oughourlian, ha plantado cara al Gobierno de Pedro Sánchez y se niega a seguir ninguno de los caminos televisivos que le exigen. Primero le hizo una butifarra con su negativa a comprar Hispasat desde Indra.

Ahora ha fulminado a José Miguel Contreras, el guardián de las esencias socialistas y zapateril ideólogo en las sombras de la comunicación; también al CEO de la empresa, un Carlos Núñez que le desafió con una especie de autoentrevista en su propio diario, El País, sin conocimiento del propietario. Defendía la necesidad de enrolarse en el nuevo canal televisivo de TDT que promueve Moncloa, Telepedro como ha sido bautizada en los cenáculos. El francés, un delegado del verdadero amo (Vicent Bolloré, al frente de la francesa Vivendi), ha tenido los arrestos de plantar cara al Ejecutivo de Sánchez. Se fue a la competencia, al diario Expansión, para dejarse entrevistar y mandar todos los mensajes y pésames a los concernidos con su larga mano y no pocos arrestos. En Moncloa han confundido dos conceptos cuando se aproximan a las empresas: influir y controlar. El primero es legítimo en democracia, pero el segundo es un ejercicio totalitario. Así, sin atemperar el calificativo, y como pretenden llevar a cabo con la prensa.

Que las cotizadas del Ibex 35 tienen líos se deja ver también en el grupo Caixa, cuyas filiales participadas o han cambiado de presidentes de manera reciente (Caixabank y Telefónica) o necesitan darles un descanso y un relevo a varios socios inquietos (Naturgy).

Por si eso fuera poco hay patronos de la Fundación Bancaria La Caixa a los que renovar en sus cargos (o no), otros que quieren salir y dos gobiernos (central y autonómico) muy atentos a cómo se conforma el panorama y los equilibrios de esa entidad que acaba de designar a Javier Godó para cubrir la vicepresidencia que dejó vacante el notario Juan José López Burniol.

En Telefónica la inquietud es máxima. Aunque Marc Murtra es un tipo de una valía y solvencia técnica indiscutibles, tardará tiempo en sacudirse el sambenito de ser un presidente amparado por el accionista público SEPI que cuenta con el visto bueno, el aval, de Criteria y de Illa.

El de Barcelona realizó un buen trabajo en Indra. Primero se dedicó a resistir los envites de los accionistas y de la gente más casposa del mundo español de la defensa. Después se enfrentó a una especie de funcionariado tecnócrata interno que no veía en el catalán al presidente que su compañía merecía. Le acabó dando sentido estratégico al grupo de tecnología y defensa y su cotización se recuperó de manera notable. Si logra lo propio en Telefónica será todo un acierto y su consagración será definitiva. La clave será su independencia estratégica por más que presionen los accionistas.

No será fácil. Allí estarán los mariachis del Trío Calaveras: José Luis Rodríguez Zapatero, Javier de Paz y Contreras prestos a apuntarse a su favor, directa o indirectamente, cualquier movimiento inteligente de Murtra. Alguno pasa por ser un profesional de la supervivencia bien remunerada en el seno de la teleco; otro solo piensa en los negocios con los de los ojos rasgados y el tercero acaba de resultar despedido de Prisa por ambicioso insaciable. Ah, y por confundir también influencia con control.

(En recuerdo y como tributo a quien me enseñó a perseverar profesionalmente, jamás arrugarse ante las adversidades y defender con convicción y sin complejos los valores y las creencias propias. DEP)