El Govern de Illa arroja la toalla. Su buenismo, su bienquedismo y su tendencia a las concesiones más aberrantes al nacionalismo se han topado con la nueva ERC. No habrá presupuestos en Cataluña en 2025.
Los republicanos, con Junqueras –de nuevo– al frente, entierran el pragmatismo de la etapa Aragonès y recuperan el Madrid ens roba, pero mejorado.
Dicen que hoy los presupuestos son secundarios, que hay que priorizar la “soberanía fiscal”, en un claro giro estratégico de una ERC hundida y dividida que trata de sacar la cabeza.
Tras el nefasto procés, Aragonès optó por tender la mano al PSC y al PSOE; por tratar de cerrar heridas en un intento de gestionar algo, lo que fuese y como fuese.
En paralelo, Junts se mantenía firme en sus cordones sanitarios a todo lo que oliera a “régimen del 78”. A Puigdemont ya le iba bien ese escenario.
Sin embargo, todo comenzó a cambiar cuando Sánchez necesitó a Junts. En ese momento, se levantó el veto posconvergente. Comenzó la negociación/chantaje.
Entonces, en igualdad de interesados, se inició una carrera indepe por ver quién le sacaba más vísceras a Sánchez, cuál era más fiero y más catalán. Los dos platos de la balanza separatista se equilibraron.
Ahora, los equilibrios han variado. Es la ERC de Junqueras la que levanta muros, dentro de su plan de estrategia para resurgir. Y es Puigdemont el que negocia (en interés propio).
Es la evidente prueba de que ambos partidos se miran su ombligo, pues, por mucho que posen juntos en Waterloo, sus objetivos difieren y en ningún caso están alineados con construir una Cataluña mejor para todos.
Por el contrario, lo que pretenden es hacer una Cataluña mejor para ellos, que es muy distinto.