Supe de él cuando ambos éramos muy jóvenes. Él, una década mayor y recién cumplida la treintena, era ya el gerente de la empresa Estructura, en aquellos 80 editora de la revista Mercado y del rotativo salmón Cinco Días.

Coincidimos un poco más tarde. Le designaron gerente de Promotora Editorial Europea, la sociedad editora del diario El Observador, un juguete que Lluís Prenafeta, mano derecha de Jordi Pujol durante años en la Generalitat, decidió editar para combatir la hegemonía de Javier Godó y La Vanguardia haciendo nacionalismo en castellano y para toda España.

Después pasó por el diario Sport, también en tareas gerenciales. Allí se acercó a Antonio Asensio, que llegó a designarle consejero delegado de Grupo Zeta en los años en los que aquel grupo editorial era un auténtico trasatlántico de la prensa española. Hubo, como siempre a su alrededor, idas y venidas, enamoramientos y rechazos descomunales, pero Asensio aún confió en él para lanzarle a la fundación del diario La Razón, junto a Luis María Ansón. Allí también ejerció de consejero delegado, hasta que el encantamiento decayó.

Los años fueron pasando y este economista gerundense hubo de improvisar la emprendeduría tras años de trabajar por cuenta ajena. Conocedor como era del mundo de la comunicación, rondó la Tapsa de Fernando Ocaña y se convirtió en uno de los comisionistas preferidos de la agencia de publicidad. Al poco tiempo, resucitó una cabecera invernada en Barcelona: El Vigía, el diario de la actualidad portuaria.

Desde allí conoció en profundidad los negocios que rodean los muelles del Port de Barcelona. Pero, además, logró un acuerdo para editar otro diario, El Universal, que se publicaba con la única intención de que fuera repartido en los vuelos de la aerolínea Iberia. Como pueden comprobar, este Dalmau Codina Boada tenía una dilatadísima experiencia en los medios de comunicación y era conocido de cualquiera que en Madrid o Barcelona tuviera relación con ese mismo ámbito. Ambos acabaron cerrados y en uno de los casos fatalmente quebrado.

Al final de su carrera, después de impulsar Diario Gol, de oposición a la junta del Barça de Laporta y con la financiación de sus oponentes, hizo dos aventuras en el ámbito digital. Tomó una participación del 30% en E-Notícies de Xavier Rius y Eloy Martín, junto a su socio de los últimos años Oscar Pierre (el padre del fundador de Glovo). Esa misma dupla hizo lo propio con Economía Digital, medio que un servidor dirigía en aquel momento y del que fui segundo accionista. Dalmau era el tercer socio. Tomó un 20% de la sociedad en una ampliación de capital y el último día en el que se podía formalizar la operación acudió a una sucursal bancaria donde el medio tenía cuenta abierta con el importe en efectivo de su aportación accionarial.

Ese era el Dalmau Codina de los últimos años, el hombre que gracias a emparentar con una de las principales familias de la Barcelona burguesa (Duran Farell) por vía matrimonial vivía en un espectacular piso junto al Palau de la Generalitat. También era el hombre que daba clases a sus próximos de inversión en metales y, especialmente, en oro. Explicaba con una voz profunda y pausada sus pelotazos en Suiza. Se jactaba del patrimonio que tenía allí almacenado y, al final de cualquier conversación, preguntaba si te interesaba ese ámbito.

El pasado 30 de diciembre, Dalmau Codina falleció de un infarto fulminante a los 71 años. Por expreso deseo de la familia se le despidió en una ceremonia íntima en Igualada, donde se incineraron sus restos. Nadie, hasta este momento, ha explicado en público su desaparición. En su entorno aún se reciben peticiones de algunos que en la recta final de su vida decidieron prestarle dinero. Lo pedía sin pudor, con un elaborado argumentario de dificultades que le llevaban a ello, y siempre prometía rentabilidades tan altas como falsas a sus prestadores.

Los problemas ocultos que acumuló en la recta final de su vida sorprendieron a todo ese universo con el que interactuó en sus años profesionales brillantes. Que existía una ludopatía o alguna afección análoga era voz popular. La duda siempre estribaba en saber si era de casino o de inversión en los mercados.

Sea como fuere, Codina consiguió que Hacienda entrara en sus oficinas de El Vigía y se llevara todos los ordenadores. Eran los años en los que intermediaba entre los inversores chinos y los dueños catalanes del RCD Espanyol y conseguía pingües comisiones. Los que fueron socios en sus últimos años de desempeño empresarial, en especial Pierre, se dejaron un dineral a su lado. En unos casos, las cifras se contaban con decenas de miles, en otras ocasiones se sumaban por cientos. 

Cuando me enteré de su fallecimiento no pude evitar sentir cierta aflicción. Era un tipo simpático y de trato afable. El payés catalán que cualquiera quisiera apadrinar. Habíamos tenido diferencias en lo empresarial, pero jamás dejó de llamar o pedir dinero. En una ocasión con cierto apuro. Era el 23 o el 24 de diciembre y ante mi negativa sólo hacía que insistir en que el tema era de vida o muerte y que me acercase a un cajero y le prestara lo que pudiera sacar. Mi contundente negativa nos apartó de manera definitiva y en los últimos años se le perdió completamente de vista.

Es posible que su jubilación tuviera más que ver con una exigencia familiar que con ninguna otra cosa. Es posible que sus acreedores también se pusieran pesados y él buscase soledad y retiro. Lo cierto es que Dalmau Codina era un hombre de excesos en vida que ha conseguido que su traspaso sea el más silencioso de cuantos hemos conocido de un alto cargo del mundo de la comunicación en España. Ni una nota, ni una esquela, nada sobre él o su figura. Otro exceso, sin duda, de un sector en exceso cainita.

Con Dalmau Codina se va una parte de la herencia de Antonio Asensio en los negocios y ese espíritu fenicio que le hizo lograr el éxito en determinadas fases de su existencia. Su marcha es la de un player con momentos lúcidos y otros en los que alguna patología quebró una vida profesional llamada al triunfo.