Crims es un programa de notable factura. El producto radiofónico y audiovisual del periodista Carles Porta que repara en algunos de los homicidios y asesinatos más célebres de Cataluña acumula cuatro temporadas en televisión y seis en radio. 

Ha recibido un Premio Ondas, el Premio Nacional de Comunicación, un Radio Associació y dos Zapping, entre otras distinciones. Tiene éxito, es reconocido, copiado, genera spin off, llega a influir en la agenda política y su productora es, con alguna que otra dificultad, rentable

Atesora un buen equipo y cuenta con destacados colaboradores, incluidos compañeros de profesión cuya hoja de servicios es rayana a la excelencia. El equipo, pues, merece felicitación. 

Lo que chirría de Crims es cierta pátina de neutralidad con la que se barniza su director en algunos actos públicos. Porta insiste en púlpitos como la universidad, radios y medios generalistas que su enfoque quirúrgico del crimen, acaso aséptico, es el mejor dique de contención contra el sensacionalismo y el morbo. 

Defiende que narra lo negro de la sociedad sin blandir los colores amarillo y rojo, en cromática referencia al escándalo y la sangre. El de Vilasana (1963) se eleva sobre audiencia y sociedad como notario de protocolo anodino, como forense (sic) armado con maletín cargado de estiletes y etanol.

Sostiene que examina este crimen o aquel como un Gil Jourdan de lupa pulida o un patólogo que, forrado en látex, busca trazas de foul play en el humor vítreo del difunto. Para ello, ase sumarios del caso y los abre en canal, ora apoyándose en el investigador que los escribió, ora en el policía que siguió al malhechor. 

Es todo, claro, un artefacto discursivo tramposo para evitar la más mínima arista. El más nimio debate o polémica. Porta baja al barro y extrae los elementos que le interesan. Evita el infotainment o los célebres factores psicosociales y, con contenida avidez, glosa trozos del sumario para mayor gloria del cuerpo policial interviniente. 

Es, claro, la táctica convergente para acercarse al barrio obrero catalán de turno: calzarse las Panama Jack, colocarse un salacot y, cazamariposas en mano, capturar un elemento efectista para la pequeña pantalla o la radiodifusión catalana. Todo lo demás no le interesa. 

Se trata de una táctica absolutamente lícita, claro está. Lo practican (y practicamos) muchos compañeros reporteros. Han -hemos- caído en ella en infinidad de ocasiones, con la salvedad de que, quizá, operan un punto más de humildad.

Es evidente que Porta cae en el morbo y el sensacionalismo, por mucho que se encarame al altar de marfil. Desecha la complejidad de las relaciones sociales, le repugnan las aristas y repliegues de la comunidad y me aventuro a decir que le repugna la pobreza en todas sus formas. Que son muchas. 

A menudo a Crims, y el último capítulo radiofónico me remito, le estimula solo lo más mercantilizable. Lo extrae del entorno, le sacude las contradicciones y lo trabaja y lo presenta. Bien. Otros muchos también lo hacen (hacemos), sí, pero luego se evitan el artificio de la integridad. Porta es como el culé que vol i dol: no solo quiere ganar -que lo hace, recuerden los premios-, quiere gustar. Quiere el share y, también, el jogo bonito moral. 

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Algunos conocimos a Hristo Vasilev lustros antes de que Carles Porta descubriera quién era y que decidiera que su sicariato en Sant Joan Despí en 2009 era materia para un Crims

El Hristo tiroteado despiadadamente a plena luz del día tras, se cree, sustraer parte de un vuelco de droga a su socio, era en sus inicios un prepúber brillante académicamente. Dominaba el álgebra con una velocidad mental endiablada, leía a ritmo vertiginoso, era socialmente superdotado y mostraba un apetito por la vida sin parangón. 

Muchos le recuerdan en un instituto de la zona humilde del Vallès Occidental, recién llegado de Bulgaria, dispuesto a serlo todo, si el ciclo crecimiento-crisis se lo permitía. Tenía fuste para vivir el sueño catalán.  

Pero a Hristo le fallamos todos. Desde los que empezaron a dar tabaco hasta los que introdujeron la droga o aquellos que le acompañaban a robar en una conocida gran superficie. 

Sus maestros, que no vieron -o no hicieron suficiente- para atajar el descenso a los infiernos. La Policía, que se limitó a esperar el desenlace. Los poderes públicos, calamitosamente ausentes. 

Nadie, o pocos, porque tengo el placer de conocer a alguno, intentaron intervenir y acompañar a un adolescente que buscaba algo que jamás halló. Su familia lo intentó, claro. Pero nadie con capacidad decidió que merecía la pena intervenir en la trayectoria y ganar a un ciudadano que hubiera sido brillante. 

Sin red de seguridad, el crío --que venía de familia aposentada-- jugó las cartas marcadas y el destino sellado. Un instante después, ya había cruzado el Rubicón y rescatarlo era imposible. Los factores psicosociales, Carles. 

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Todo ello, claro, lo tuvo Carles Porta al alcance de una llamada o un correo. Bastó con que su equipo peinara la zona, pisara calle y preguntara: son decenas quienes conocen -conocemos- la historia. De excompañeros a maestros, pasando por trabajadores sociales e incluso altos policías de diversos cuerpos. 

Porta y su Crims no supieron, no quisieron o no les interesó. El programa se llama Crims, defenderán algunos, ergo lo mollar eran los siete balazos al chico. Con este nombre, querían solo la reconstrucción. Lo hacéis todos, argüirán otros. Cierto, como también lo es que el director pregona que se esmera en presentar la "gran historia tras el crimen" o la "vida que hay alrededor de él"

No, Carles, no contaste ninguna vida de Hristo por los motivos que sean. Caíste en lo banal, en el crimen de digestión rápida. Bajaste a la loma menos noble de Collserola, donde moraron las extintas Aiscondel y la Uralita y su amianto y las enfermedades físicas y mentales que dejaron a su paso. Te mezclaste en la débil malla social atravesada por el río purulento, la atonía económica y las adicciones de todo tipo y condición. 

Te llevaste lo que interesó y te marchaste. No preguntaste. No reparaste. No te manchaste. No diste la gran historia o la vida alrededor. De hecho, orillando el contexto, te perdiste la historia.

Caíste en el morbo y en el sensacionalismo desatendiendo la labor primera de todo periodista, que es preguntar por qué.

Por qué Hristo logró, con 22 años, capitanear una de las bandas más temidas de Cataluña. Por qué usó hasta 21 SIM telefónicas simultáneamente. Por qué era capaz de ir un paso por delante de la policía. Por qué nadie pensó en que una mente así estaba llamada a lograr grandes metas. Por qué nadie convirtió crisis en oportunidad

Crims y Carles Porta llegaron al Vallès fabril -si es que lo visitaron- y practicaron el cesarismo: llegaron, vieron y vencieron. Y deshecharon al resto de ciudadanos, porque al resto no los podían vender, ni iban a quedar bien en la pequeña pantalla.

Eligieron la víscera, con calculada asepsia eso sí, y dejaron centenares de preguntas sin responder. A la espera del próximo programa, premio y entrevista, cuando su director sí tendrá respuestas para todo.