En una batalla no se ha conseguido la victoria hasta que el oponente se retira diezmado y se consigue su desarme, retirarle y privarle de las herramientas que usó para la confrontación.

Es un axioma simple, sin demasiado alambique. Pero justo esa sencillez lo convierte en una contundente acción. Pongamos por escenario la Cataluña del postprocés. Mientras los independentistas se fustigan entre sí, un socialista consigue la presidencia en agosto de este año y, sin disponer de un gran ejército, logra desarmar a los adversarios.

Sí, Salvador Illa y su gobierno de peluches se han propuesto llevar las buenas formas a la política y ya es mayoría la población catalana que considera que el territorio está pacificado, normalizado, tranquilo, razonable y hasta sensato. Es el mantra que el presidente y los suyos repiten hasta la extenuación con llamadas a la fraternidad de los pueblos y otros mensajes igual de humanistas y de cristianos que han acabado por descomponer a la radicalizada oposición nacionalista.

No entienden los independentistas que se esté contribuyendo a la pacificación cuando ellos viven a lomos del conflicto, supuesto, entre España y Cataluña. Que Illa se desgañite para decir que todo va bien e, incluso, irá mejor; que Cataluña ha vuelto a España; que no le da grima lo español y que hasta a su gobierno le molesta la hispanofobia dominante en los medios públicos de comunicación son novedades políticas que desarman a Carles Puigdemont y Oriol Junqueras.

El de Waterloo es el más afectado por la actuación sedosa del PSC. Tanto buenrollismo es antagónico con sus políticas de los últimos años. El contra todo y contra todos que servía para el Parlament o para incendiar contenedores se cae a pedazos tras el discurso de Illa y su Gobierno con olor a suavizante de Mercadona.

Veremos cuánto dura esta pírrica victoria en la guerra de los socialistas catalanes con respecto a los secesionistas. En el ámbito parcial de la simbología los han desarmado. La pregunta que conviene formularnos es si también Illa y sus peluches están luchando con igual entrega contra la herencia del 3 o del X% que una mafia instaló durante décadas en la economía catalana y que sigue muy próxima a Junts y sus postulados y, por supuesto, si piensan que en estos meses que llevan gobernando ha mejorado en realidad la democracia en Cataluña.

Seguro que los valores del humanismo cristiano ayudan, pero los del liberalismo clásico mejor no perderlos de vista si de veras nos creemos el mantra de la normalización. Y nada, a ver cuándo Illa se decide a hablar de la extraña repetición de la presidencia de Fira de Barcelona, del fichaje de CEO en el Circuit de Cataluña, del desastre permanente en TV3 y Catalunya Ràdio o de algunos beneficiados en los concursos del transporte sanitario y de las ambulancias.

Como se descuide el president, un día recibirá a David Madí y todo habrá sido para nada…