Esta semana última se ha presentado el plan de Salvador Illa para el conjunto de la legislatura. El presidente catalán reunió en una localidad del área metropolitana de Barcelona a 350 directivos de la administración catalana y de sus empresas públicas para explicar su mensaje y pedirles apoyo en la traslación a la sociedad.

La prensa leyó con diferencias los propósitos del jefe del Govern de la Generalitat. Hubo quien destacó que en el plan presentado, en la hoja de ruta, no había ni mención alguna a la llamada financiación singular que los socialistas catalanes pactaron con ERC para hacer efectiva la investidura de Illa. Algún medio incluso se atrevía a confrontar a Illa con Oriol Junqueras, redivivo del aquelarre republicano, como si ambos líderes transitarán por senderos diferentes en estos momentos.

No, la victoria de Junqueras es justo lo que los socialistas esperaban. Junqueras, pese a su propensión al relato victimista y amenazante, es el mayor osito de ERC, el equivalente a los peluches del gobierno de Illa. Vamos, después de los revolcones de los últimos años el líder de ERC es un cordero con piel de lobo, lo contrario de lo que sería la metáfora popular. Ahí no existe problema para la Generalitat socialista.

En los retazos que Illa enseñó hay varios elementos a considerar. El espíritu de sus medidas y las actuaciones en sí mismas. En el primero de los casos, los altos cargos recibieron instrucciones claras de ser más peluches que nunca. Negociar y no confrontar. Illa llegó a decir: "La única revolución que nos interesa es la del buen gobierno". El tono, la forma, por encima del fondo. Es la parte en la que el presidente más pujolea o más humanismo cristiano destila.

Las medidas –veremos cómo se pagarán en términos de financiación– tienen corte socialdemócrata y modernizador. Las 50.000 viviendas protegidas prometidas por Illa antes de 2030 están en el cartapacio, como la modernización de la administración o más Mossos y más juzgados (seguridad y lucha contra la multirreincidencia delictiva) y recuperar el tono económico. Ahí residen los básicos. De hecho, son actuaciones que, pese a la fragilidad parlamentaria del PSC, resultará difícil que cosechen un gran rechazo de la oposición profesional. Los socialistas son conscientes de que, en el mejor de los casos, lograrán que sus adversarios les aprueben un presupuesto y que su continuidad en la legislatura guardará relación con posteriores prórrogas y otros funambulismos parlamentarios.

Consciente de todo ello pide a sus colaboradores, a la corte de peluches que ha sumado a su proyecto, que se pongan manos a la obra. Negociación, negociación y, para acabar, negociación. Eso sí, les dijo, no se duerman en los laureles: "El ejercicio de escucha y de contraste no puede ser indefinido en el tiempo porque lleva a la parálisis. Y ya hemos tenido suficiente". Discurso de jefe.

Algún que otro medio también se atrevió a buscar pedradas en los planteamientos de Illa. La verdad es que aquellos que veían en sus planes económicos una confrontación con el Madrid de Isabel Díaz Ayuso se pasaron de frenada interpretativa. El presidente catalán aspira en términos económicos a que Cataluña recupere parte del espacio perdido y, sobre todo, que vuelva a ser la fábrica de España; como Aragón se está convirtiendo en el almacén o las dos castillas y parte de Andalucía son el granero. Sin más, pero sin menos.

Recuperar la fortaleza industrial, por más que haya que pactar con chinos inversores y troyanos, es un propósito que no excluye a nadie. Ese fue uno de los activos catalanes históricos y nadie lo discutía ni en uno ni en el otro lado del Ebro. Solo la mala praxis nacionalista ha puesto en tela de juicio esas capacidades y ha obrado en contra de localizaciones que eran indiscutibles antaño por razones geográficas y de servicios.

Illa no se refirió a Madrid. Tiene algunas lecciones bien aprendidas. No lo necesita. Si Cataluña ejerce su papel será suficiente para recuperar el ritmo de crecimiento del PIB y contrarrestar el efecto capitalidad que tan nerviosos pone a los independentistas. Los mismos que se quejaban de la atracción madrileña de riqueza por la acumulación de poderes, sedes y servicios no querían ni oír hablar de ese mismo efecto aplicado a Barcelona y su área metropolitana con respecto al conjunto de la comunidad autónoma. 

Sintetizar los propósitos del líder catalán no ha resultado fácil a la vista de las distintas presentaciones que la prensa ha ejercido en las últimas horas. Con todo, sería fácil pactar –al más puro estilo de su gobierno y sus peluches– un común denominador: quiere poco ruido y el máximo de nueces recolectadas. Y, claro, ¿quién será el listo que le discutirá esa filosofía después de los años acumulados de exceso de decibelios?