Semana catalana de debate de política general. Poco o apenas nada nuevo en el horizonte. El nuevo presidente de la Generalitat, Salvador Illa, se paseó por el Parlament sin demasiadas dificultades y con una propuesta ambiciosa en materia de vivienda.
A día de hoy, el PSC está sin oposición. Pendientes de los congresos que celebrarán Junts, ERC y la CUP, los independentistas que crecían, se multiplicaban y se extendían durante una década por todo el tejido institucional catalán, aún siguen doloridos y entumecidos por sus deplorables resultados electorales.
La presidencia de Illa pinta que será distinta de las que ejercieron sus antecesores socialistas, Pasqual Maragall y José Montilla. De entrada, la estrategia del actual jefe del Ejecutivo autonómico no pasa por atrincherarse en sus postulados ideológicos como eje central. Al contrario, Illa ha decidido colonizar y propagarse por los espacios políticos que han quedado huérfanos.
Así no es de extrañar que realice un discurso económico próximo al que blandía la antigua CDC y en el que residió Jordi Pujol largo tiempo. Su Gobierno, por ejemplo, ha adoptado como cargos relevantes a antiguos representantes de los partidos nacionalistas conservadores: Ramon Espadaler, Miquel Sàmper, Jaume Duch, David Bonvehí… El presidente catalán ha decidido enraizar su proyecto en el espacio moderado que ocupó el pujolismo y que resultaba el auténtico hecho diferencial de la política catalana.
Fue presidente gracias a los votos de la facción más izquierdosa de ERC y a los Comunes. Con los primeros tiene el difícil compromiso de menear en España un nuevo acuerdo de financiación que mejore los recursos económicos que percibe Cataluña. Lo intentará. Los segundos, sin la contaminante Ada Colau en el escenario, acabarán convirtiéndose en una marca blanca del PSC similar a la ICV de hace unos años.
Más allá de las astracanadas de Vox y Aliança Catalana, el único atisbo de dificultad parlamentaria en el reciente debate de política general procedía de los restos de Junts. Criticaron a Illa por su supuesta falta de ambición nacional y le pidieron que plantara cara a Madrid.
Lo de la ambición es subjetivo. Solucionar los problemas de vivienda, conseguir que haya agua en tiempos de sequía y evitar el apagón energético puede ser más ambicioso hoy que declarar una independencia de cartón piedra. Lo de plantar cara al emetrentismo madrileño, garantizar la voz catalana en la villa y corte e influir de verdad en la gobernación de España puede ejecutarse de múltiples formas.
Illa opta, sin complejos, por reivindicar Cataluña en Madrid desde la perspectiva más amable y constructiva que es capaz. Se va a la capital y se entrevista con el Rey. Hacía años que la Corona había quedado fuera del imaginario catalán. Continúa después plantándose en las celebraciones de la Hispanidad junto a los representantes de la España autonómica. Normalidad institucional y, si es posible, proximidad.
En los años de oposición ejercidos, Illa ha tejido una red de poder efectivo que se ha incrustado en el sottogoverno de Pedro Sánchez. Desde su despacho barcelonés, el nuevo hombre fuerte del socialismo español maneja la estrategia de grandes empresas públicas españolas, algunas instituciones de primer nivel y mantiene a todos sus peones directos en posiciones de influencia presupuestaria máxima.
Entre desatender ese frente y dedicarse al hecho soberano local, Illa apostó en su día por llevar su influjo a los verdaderos centros de poder del Madrid que cuenta. Es una forma de plantar cara al egoísmo capitalino, eso que ha dado en ser bautizado como Madrid DF.
Fue otro catalán, el empresario Juan Rosell, quien mantuvo durante los ocho años en los que presidió la CEOE que en Madrid mandaba una compleja tecnocracia que sobrevolaba la política y disponía de más fuerza real que la emanada de los escaños parlamentarios.
Illa prefiere pinchar ese globo aerostático del poder público con sus discretas huestes. Resulta más efectivo y ambicioso que seguir con la matraca de la independencia por los alrededores de la plaza Colón. El Madrid que gobierna de verdad, el que resuelve y dibuja los planteamientos de futuro del Estado, ya quiere a Illa muchísimo más que a Sánchez. Y el catalán ha conseguido plantar su cara en ese espacio, con más posibilidades de rédito efectivo que sus antecesores nacionalistas.
Aunque el nuevo presidente catalán deba vencer el rechazo de una parte de la tecnocracia española para mejorar la financiación y sufragar el regreso de Cataluña al Estado, lo hará siempre desde dentro, sin necesidad de enfrentamientos ni algarabías permanentes y con un espíritu más próximo a convencer que a derrotar al adversario político.
Ha ocupado aquel espacio que enamoró a la clase dirigente madrileña cuando Pujol colaboró en la gobernación de España y en el Hotel Majestic forjó un acuerdo que dejó a todos contentos (salvo a Alejo Vidal Cuadras, cierto).
No me extrañaría que el diario Abc ande pensando en reformular su premio al español del año y el socialista catalán tenga ya en su bolsillo todos los números para recibirlo.