Con el permiso del nuevo hotel del Port Fòrum de Sant Adrià de Besòs, y del nuevo Moxy situado a la sombra del Nobu en Sants, El Hotel Arts de Barcelona ha protagonizado la noticia hotelera del año en la ciudad. Vendido el Mandarin Oriental en 2023, y con las compraventas y nuevas aperturas al mínimo, el rascacielos de Ritz-Carlton en el Frente Marítimo ha tenido el dudoso honor de hacer sonrojar a propios y extraños en la industria alojativa. O, como le llaman los políticos, la economía del visitante.
Ha destituido a su general manager de forma inmisericorde en plena reforma integral, un proyecto millonario que ha tardado años en ver la luz. Ahora que ha arrancado, el Arts despide al hombre que trajo para ejecutarlo.
De nuevo, la torre que otea altiva al Puerto Olímpico da más sensación de interinidad que de hotel de cinco estrellas gran lujo que opera como maquinaria engrasada. Ya lo hizo con el culebrón que protagonizó con su exchef Sergi Arola, para luego arquear cejas con el pelotazo que llevó a cabo en la zona comercial y de juego que controla. La compró por 76 millones, barriendo a la práctica totalidad de operadores.
La intención de los dueños era la de hacer una marina de lujo, pero se la frustraron. Moncho's y Costa Este, entre otros operadores, compraron sus locales y se han quedado donde estaban. La zona pija de shopping tendrá que convivir con los negocios de toda la vida. El que sí ha perdido frente al Arts, dicen los que entienden, es el empresario de la restauración Xavier Mitats, de Grupo Esencia, que operaba un numeroso portafolio de esos mismos puntos de venta.
Ahora, en 2024 y con esa marina por hacer, el hotel-torre, emprende una reforma integral justo cuando se celebra en Barcelona la mayor competición de los últimos años: la Copa América de vela. El calendario del proyecto provocó dudas en el sector, y ha terminado costándole la cabeza al director general.
A ese momento mal elegido se le une un impacto sobre los ingresos que Archer Hotel Capital, el vehículo de inversión hotelera del fondo soberano de Singapur, GIC, el dueño del Hotel Arts, no ha tolerado.
Pero muchos afean a los directivos asiáticos que sólo miren los Excel y ningún factor más. No hay implicación en la ciudad del Arts, como sí la tienen otros alojamientos, y lo que cuenta sólo es el retorno, que no es en absoluto malo. El negocio reparte opíparos dividendos a sus propietarios, pero éstos, sin embargo, permanecen absolutamente ajenos a la ciudad que les rodea, como si se tratara de un mero pozo petrolífero. Otros alojamientos de alto nivel como el Princess participan activamente del tejido local. ¿Lo hace el Arts o sus dueños ven Barcelona como un mero enclave extractivo?
Un ejemplo: se quiso fichar al chef Dabiz Muñoz, que rechazó el proyecto, y se optó por Conrado Tromp, que ahora también se ha ido.
Singapur es una megalópolis brillante y exitosa. Epítome del glitzy asiático. Pero la forma de hacer negocio es totalmente diferente que en Barcelona. En la capital catalana se vibra, se dialoga, se participa en foros y eventos, en debates públicos, y se interlocuta con la economía local. Hay retorno. Algunos en las plantas nobles del rascacielos gemelo deberían tenerlo en cuenta y no sólo fijarse en los Excel.