Esta semana pasada Ramón de España publicaba un acertado artículo (El efecto Ferrusola) en el que recordaba cómo la recién fallecida esposa de Jordi Pujol llevó fatal que su marido resultara desalojado del poder. La antigua primera dama catalana lo consideró un robo: "Es como si entran en tu casa y te encuentras los armarios revueltos, porque te han robado".

Fue con el primer tripartito, el que presidió Pasqual Maragall. Cuatro años después, con la llegada de José Montilla a la presidencia de la Generalitat, se le escapó incluso la más pura xenofobia. En una entrevista que le realizaba el radiofonista Justo Molinero, no se contuvo al decir que le molestaba que el nuevo jefe del Ejecutivo catalán de origen andaluz tuviera el nombre en castellano.

El acceso de Salvador Illa a la cúpula de la Generalitat con el apoyo en la investidura de ERC ha despertado parte de esas fogosidades ocultas del nacionalismo más radical y etnicista. Su moderación, el porte polite del nuevo president y su catalanidad indiscutible han convertido en difícil misión arremeter contra su figura (que le apoden enterrador debe producirle hilaridad), lo que ha obligado a la búsqueda de otras candidaturas en las que centrar los insultos supremacistas, la frustración y el dolor inmenso que esa pérdida de poder político genera entre los hiperventilados seguidores de Junts per Catalunya y la CUP (siempre sostuve que eran padres e hijos sentados en mesas diferentes), de manera principal.

Cristina Farrés, amiga y periodista de una calidad profesional indiscutible, ha concentrado una buena parte de ese odio, de esa ira hispanófoba y racial que acumulan muchos de los que estos días se han ensañado en criticar su designación como directora general de Comunicación del nuevo Ejecutivo catalán. No era una pura sangre, no era pata negra. Las razones esgrimidas se resumían en una: ha dirigido cuatro años Crónica Global y ha participado en su staff directivo desde la refundación iniciada en 2015.

En esta Cataluña en la que la pertenencia al clan pondera más que la meritocracia no era de extrañar que eso sucediera. Apenas importaba que hubiera cosechado enormes éxitos profesionales, que sea una trabajadora incansable, formada, libre pensadora, madre especializada en el funambulismo de la conciliación, amiga de sus amigos y mujer de profundas convicciones feministas. No, venía del medio ultra en el que me están leyendo y eso era suficiente para toda la pléyade de desocupados agitadores.

Por si fuera poco, que su hermana sea la actual alcaldesa de Sabadell constituía otro argumento para poner el grito en el cielo ante un supuesto nepotismo. Nadie de los que han esgrimido esa coincidencia han tenido ni el interés ni la preocupación de repasarse las biografías. Farrés ejercía el periodismo a alto nivel mucho antes de que su familiar accediera a la primera línea de la política municipal catalana.

El odio incubado por la pérdida de mando necesitaba supurar por cualquier grieta. No pasó lo mismo con los hermanos Nadal (Quim, Manel y Rafa) cuando los tres tuvieron su esplendor profesional. Ni con los Maragall, por supuesto. A la madre superiora Ferrusola le parecía lo más lógico del mundo que la familia Pujol participase de la cosa pública y hasta se quejaba de que no les reportaba suficiente. Quizá a las hermanas Farrés no les asiste la condición de burguesas con pedigrí que protegió a otras estirpes de estar en la diana de la rabia nacionalista. Clasismo lo llamábamos antaño.

Que la nueva responsable de comunicación del Govern es una profesional independiente y con criterio podemos avalarlo quienes hemos trabajado a su lado 15 años. Nos hacía decidir al resto de compañeros si una información conflictiva de Sabadell saltaba a la actualidad para no incurrir moralmente en un conflicto de interés. No tenía necesidad alguna, pero sus principios éticos siempre superaban el colmillo periodístico. Y, claro, no es nacionalista porque es inteligente, y eso a pesar de ser más catalana que las costuras de la senyera. Presentarla como el arma secreta de Illa para españolizar Cataluña sólo es propio de quien sufre delirios.

Por si persisten dudas entre aquellos que consideran imposible la independencia profesional y técnica de algunos periodistas, recomiendo la lectura de este reciente artículo de su puño y letra (Un ataque a la libertad de expresión con fondos públicos) y luego, en conciencia, reflexionen sobre su supuesto partidismo. Ya quisieran muchos periodistas notables del decenio procesista esgrimir una capacidad de análisis de tal nivel y una independencia de pensamiento semejante. Es más, ya quisieran la mayoría poder demostrar un criterio, honradez y honestidad equivalente.

Hace tiempo que en el ecosistema mediático catalán se vive un integrismo nacionalista que ha segado cualquier atisbo de considerar nuestra profesión algo similar a un oficio de corte intelectual. Conmigo o contra mí, ese es el axioma que ha funcionado en los últimos años en digitales marginales, en redes sociales y en tertulias endogámicas.

Y el revoltillo de agitación y propaganda ha pesado tanto que no sólo el nacionalismo, sino también una generación de pijoprogres radicales, se ha sumado a esa moda. Un cóctel tan curioso como explosivo. El hooliganismo que siempre se ha vivido en el periodismo deportivo se ha trasladado a la información política. La última expresión son los trabajos (por darles esa consideración, que dudo merezcan periodísticamente) que realizan en video la pareja de Breda Marta Sibina y Albano Dante Fachín. Son un ejemplo de esos activistas de vivienda unifamiliar con garaje y alarma que fueron diputados de partidos a la izquierda del PSOE y del PSC, que salieron tarifando de sus grupos políticos, que se jactaban de denunciar las miserias de la sanidad catalana, pero que acabaron pidiendo el voto para Junts como meros mamporreros de la burguesía soberanista. Se comieron sus denuncias sanitarias cuando Dante Fachín –algún día entenderemos el porqué del resentimiento de algunos argentinos que han aterrizado en la política catalana– se echó en brazos ideológicos de los autores teóricos y de los ejecutores reales del mayor recorte del estado de bienestar catalán en materia de salud.

Su último video arremete contra este medio (un servidor, sus colaboradores, accionistas…), contra Farrés, Illa y, sobre todo, contra ERC por haber facilitado una investidura que consideran contraria a la naturaleza política de su paisito. Más allá de nuestra obligación editorial de dejar escrito que su ataque es un deplorable e indocumentado cúmulo de falsas noticias entrelazadas con ánimo de generar descrédito, su infantil audiovisual es el cañón digital que desde el retiro de Waterloo promueve Carles Puigdemont y comparten sus huestes. Quién sabe si hasta lo paga.

Está claro que ni el fugado ni los hiperventilados palmeros que le corean tienen una alternativa constructiva para Cataluña, ni siquiera demasiado trabajo. Que todo lo que sean capaces de aportar para interpretar el cambio de etapa en la comunidad sea el nombramiento de Farrés es muy revelador: el ladrón piensa que todos son de su condición y es obvio que el independentismo hurtó cualquier debate político gracias a su política de cimentación del relato indepe y del mapa mediático nacionalista financiado con dinero de todos.

Demuestran que no tienen proyecto. Ni para el conjunto de los catalanes ni tan siquiera para los suyos. Las urnas lo vieron las primeras. Y, con su mayúsculo cabreo, entroncado en las enseñanzas de la escuela Ferrusola, evidencian que Illa acertó con el fichaje. Hay exceso de estudiantes interesados en el máster de la mentira nacionalista. En los congresos de otoño convendría que pusieran orden entre tanto aspirante.

Mientras, por más que bramen desconsolados, en la primera quincena de julio nuestro grupo mediático volvió a liderar la audiencia digital en la autonomía con más de 150.000 lectores sobre La Vanguardia, el siguiente medio en el ránking catalán de GfK. Lo hemos hecho sin la ayuda del sector público, que sí ha estimulado estos años a sus medios acólitos para la construcción de un quimérico discurso. Estimados colegas, competidores y nacionalistas rabiosos, hete aquí el auténtico cambio que escuece.

El nuevo curso promete mucho. El número de matriculados este agosto en determinadas enseñanzas ancestrales de odio, rabia y resentimiento pronostica que no habrá tiempo para aburrirse. ¡Bienvenidos!